No es frecuente que un expresidente en cualquier país del mundo reconozca errores, y menos aún, que aquilate los aciertos de un sucesor, sobre todo si no pertenece a su mismo partido o movimientoBill Clinton lo hizo con el genocidio de 1994 en Ruanda, pero es la excepción. Por ello, resulta notable y encomiable la declaración de Vicente Fox hace unos días, en una entrevista con el influencer Moris Dieck, sobre el salario mínimo. Cito: “Si algo yo corrigiera de cuando fui presidente, es lo único que le voy a reconocer a López Obrador, pero (fue) un gran acierto forzar los salarios mínimos para arriba… Escuché el argumento (de los empresarios de no hacerlo), pero hoy digo ‘qué sonso fui por creerles’.”

Ya se ha escrito que una de las explicaciones del triunfo de Morena en 2024 radicó en la posibilidad de aumentar de manera significativa los salarios mínimos y promedio, así como las transferencias, sin afectar los equilibrios macroeconómicos y en particular la inflación. Eran tan miserables los ingresos de amplias capas de mexicanos que incrementos pequeños en términos absolutos constituyeron mejoras notables en su nivel de vida, y sin embargo no arrastraron consecuencias en alzas de precios o de merma de competitividad.

Fox responsabiliza a los empresarios del citado error, pero omite una culpa no menos trascendente. Se aplica igualmente al par de sus sucesores: Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Los tres permitieron que sus respectivos secretarios de Hacienda —Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens, Ernesto Cordero, Luis Videgaray y José Antonio Meade— los convencieran de la misma equivocación: aumentar el salario mínimo desataría una espiral inflacionaria que implicaría debacles equivalentes a las de los años setenta, ochenta y noventa.

Los tres mandatarios aceptaron el ukase de sus financieros. Detalles más, detalles menos, mantuvieron el esquema de recurrir a la contención de los salarios como ancla antiinflacionaria (Peña introdujo un ligero aumento entre 2016 y 2018). Lo cual permitió un cierto crecimiento —mucho mayor que el de la 4T— pero con patéticos ingresos de la gente. Viví de cerca cómo Fox se persuadió de deferir sistemáticamente a su secretario de Hacienda, durante una visita al primer ministro de Canadá, Jean Chrétien, meses antes de la toma de posesión en el año 2000, cuando el candidato puntero para ocupar el cargo era todavía Luis Ernesto DerbezChrétien le confesó a Fox que uno de sus principales logros a lo largo de sus ya entonces ocho años de gobierno residió en haber confiado la gestión macroeconómica a Paul Martin, economista ortodoxo, y en no interferir en sus decisiones. Cito de memoria: “Nombre usted a un ministro de Finanzas en quien confíe, y póngase en sus manos. No lo moleste”. Fox siguió el consejo al pie de la letra, al igual que Calderón y Peña. De la Madrid, Salinas y Zedillo procedieron de manera análoga, pero por lo menos “dispusieron” de las crisis de 1982, 1987 y 1994 para justificar su conservadurismo salarial.

El incremento de los salarios se ha esgrimido también como una —o la— explicación de la reducción de la pobreza descrita por el Inegi a partir de los datos de la ENIGH de 2024. Mucho más que los apoyos sociales, parece que la subida del salario mínimo en particular trajo consigo el aumento de los ingresos de los deciles más pobres. Seguirá la discusión al respecto, así como el debate sobre la precisión de las cifras divulgadas en las últimas semanas. Se han manifestado algunas dudas sobre la fecha de levantamiento de la ENIGH —inmediatamente después de las elecciones, y en pleno gastadero de dinero por López Obrador— sobre las preguntas a propósito de la salud en el cuestionario, o sobre las fechas de la mayor caída de la pobreza extrema, del propio Meade. Varios amigos —incluyendo Macario Schettino en su columna— llamaron mi atención sobre un cierto escepticismo expuesto en una nota excepcional de Gerardo Leyva Parra, en el blog de Nexos: “La doble vida del ingreso y la pobreza en México”.

El autor señala cómo en esta ocasión, al igual que en otras y en otros países, existe una discrepancia entre el ingreso reportado por los hogares en la ENIGH y el que se deriva de las cifras de las Cuentas Nacionales. La diferencia proviene principalmente del auto —y sub— reportaje de la gente en general para la encuesta, de la cobertura de la muestra y de la falta de inclusión de los ricos en la encuesta. En la ENIGH, el ingreso mensual promedio real por hogar se elevó entre 2018 y 2024; según las Cuentas Nacionales, disminuyó.

La variación entre una y otra fuente es frecuente. Pero destaca una anomalía. En 2018, la ENIGH capturó el 39% del ingreso corriente total de las Cuentas Nacionales (lo cual por cierto sugiere que el verdadero ingreso de los mexicanos es superior al que pensamos). Pero en 2024, la (supuestamente misma) ENIGH capturó el 47% de las Cuentas Nacionales. De tal suerte que la disminución de la pobreza puede provenir de un mayor ingreso, o de una mejor medición del mismo.

Según Leyva Parra: “De cada cien pesos de incremento… del ingreso por persona reportado por la ENIGH de 2018 a 2024, 24.1 pesos correspondieron a la mejora objetiva en la capacidad de compra de las personas, y 75.9 pesos resultaron de la reducción de la brecha entre la ENIGH y Cuentas Nacionales… La mayor parte del aumento reportado en el ingreso y, por consecuencia, también de la disminución de la pobreza, durante el sexenio pasado, sería un mero espejismo”.

Leyva Parra dirigió el área de investigación del Inegi durante 15 años. No es un neófito o diletante, como yo.

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