Cuando era niño viví lo que hoy reconozco como crisis de identidad. Había días en que era futbolista y me vestía con pantalones cortos, calcetas deportivas y zapatos tenis. En otros momentos prefería un traje de superhéroe: me hacía sentir que volaba cuando estiraba los brazos. Otras veces era un explorador del mundo y, aunque no fuera sábado, me ponía mi uniforme de boy scout. Digamos que, en aquel caos infantil, tenía personalidad con ruido. Mi identidad sonaba como un cuarto con disfraces mal colgados.

Una década antes de que yo naciera, dos investigadores crearon una herramienta para entender cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos perciben los demás. La «Ventana de Johari» es una especie de espejo con cuatro reflejos de la misma persona, según quien mire. En un primer cuadrante está lo que yo sé de mí y los demás también lo saben. Un segundo cuadrante representa lo que los demás ven en mí, pero yo no reconozco. El tercer espacio es lo que yo sé de mí, pero lo oculto a los demás. Y en el último cuadrante: lo que ni yo ni los demás sabemos de mí. El modelo funcionó bastante bien para definir identidades y mejorar la comunicación interpersonal. Me pregunto si ese espejo aún refleja algo nítido en tiempos de filtros, algoritmos, likes y autoediciones.

Hoy, las plataformas digitales han hecho trizas nuestra noción de personalidad. Cada red demanda un «yo» distinto: Instagram exige emoción; Linkedin, logros; X, opinión; WhatsApp, intimidad; TikTok, espontaneidad. Estar activo en todas implica administrar la identidad. Lo que antes era unidad (piensa en tu currículum vitae) hoy es una curaduría de máscaras. Suena contradictorio: para sobresalir en las redes sociales, la coherencia se ha vuelto un obstáculo. Así como el teatro digital amplifica el ego, también atomiza la identidad. El riesgo es que podemos olvidar cuál de todas mis versiones es la original. El yo digital es una edición intencional que pulimos, borramos, hasta lograr una imagen que puede o no estar cerca del yo verdadero. Conocer a una persona implica tratarla durante un tiempo razonable, fuera del escenario digital.

Para ser alguien no es suficiente tener un nombre, sino construir un perfil. Avanzamos hacia un territorio con fecha de caducidad y arenas movedizas: si no actualizas tu perfil, existes menos. Si no publicas, te disuelves. Somos lo que otros ven, comentan o deslizan con el pulgar.

La reflexión me ha llevado a Fernando Pessoa, creador de decenas de heterónimos. En uno de los lances literarios más originales y audaces, el escritor portugués construyó personalidades completas, con biografía, estilo, voz, cosmovisión, ideología y formas de relación entre sí. Pessoa no escribía como ellos: era ellos. Su genio consistió en administrar esa multitud interior que lo habitaba. La similitud con lo que hoy vivimos en las plataformas digitales es notable. Si él repartió su esencia entre páginas, nosotros la distribuimos entre plataformas. El autor que dio vida a Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y tantos otros, no solo inventó nombres, desplegó una constelación de identidades. Sin saberlo, anticipó la fragmentación del yo en la era digital.

En buena medida la obra de Pessoa nos revela que la identidad no es un bloque sólido, sino un coro de voces. Esto refleja más la complejidad de la naturaleza humana y quizá lo que es ilusorio e idealista es pretender ser un yo unificado, en un mundo que no lo es. Quizá nuestras distintas versiones del yo, como los heterónimos del poeta lusitano, muestran que la autenticidad no siempre es coherencia, sino honestidad con nuestras contradicciones.

Es tentador imaginar cómo se moverían los heterónimos de Pessoa en el escenario digital. Caeiro, fiel a su visión naturalista, publicaría imágenes del mundo sin filtros ni hashtags. Reis, clasicista y reservado, se limitaría a ensayos sobrios en LinkedIn. Campos, dionisiaco y exaltado, sería un torrente poético en X o Instagram. Pessoa, en cambio, no administraría perfiles: los leería, los confrontaría, acaso los comentaría como si fueran otros.

Quizá la contradicción no es una falla, sino una forma de ser. Tal vez vivir no es eliminar el ruido, sino encontrar la coherencia dentro del ruido.

@eduardo_caccia

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