Cuando era niño viví lo que hoy reconozco como crisis de identidad. Había días en que era futbolista y me vestía con pantalones cortos, calcetas deportivas y zapatos tenis. En otros momentos prefería un traje de superhéroe: me hacía sentir que volaba cuando estiraba los brazos. Otras veces era un explorador del mundo y, aunque no fuera sábado, me ponía mi uniforme de boy scout. Digamos que, en aquel caos infantil, tenía personalidad con ruido. Mi identidad sonaba como un cuarto con disfraces mal colgados.
Hoy, las plataformas digitales han hecho trizas nuestra noción de personalidad. Cada red demanda un «yo» distinto: Instagram exige emoción; Linkedin, logros; X, opinión; WhatsApp, intimidad; TikTok, espontaneidad. Estar activo en todas implica administrar la identidad. Lo que antes era unidad (piensa en tu currículum vitae) hoy es una curaduría de máscaras. Suena contradictorio: para sobresalir en las redes sociales, la coherencia se ha vuelto un obstáculo. Así como el teatro digital amplifica el ego, también atomiza la identidad. El riesgo es que podemos olvidar cuál de todas mis versiones es la original. El yo digital es una edición intencional que pulimos, borramos, hasta lograr una imagen que puede o no estar cerca del yo verdadero. Conocer a una persona implica tratarla durante un tiempo razonable, fuera del escenario digital.
Para ser alguien no es suficiente tener un nombre, sino construir un perfil. Avanzamos hacia un territorio con fecha de caducidad y arenas movedizas: si no actualizas tu perfil, existes menos. Si no publicas, te disuelves. Somos lo que otros ven, comentan o deslizan con el pulgar.
En buena medida la obra de Pessoa nos revela que la identidad no es un bloque sólido, sino un coro de voces. Esto refleja más la complejidad de la naturaleza humana y quizá lo que es ilusorio e idealista es pretender ser un yo unificado, en un mundo que no lo es. Quizá nuestras distintas versiones del yo, como los heterónimos del poeta lusitano, muestran que la autenticidad no siempre es coherencia, sino honestidad con nuestras contradicciones.
Es tentador imaginar cómo se moverían los heterónimos de Pessoa en el escenario digital. Caeiro, fiel a su visión naturalista, publicaría imágenes del mundo sin filtros ni hashtags. Reis, clasicista y reservado, se limitaría a ensayos sobrios en LinkedIn. Campos, dionisiaco y exaltado, sería un torrente poético en X o Instagram. Pessoa, en cambio, no administraría perfiles: los leería, los confrontaría, acaso los comentaría como si fueran otros.
Quizá la contradicción no es una falla, sino una forma de ser. Tal vez vivir no es eliminar el ruido, sino encontrar la coherencia dentro del ruido.
@eduardo_caccia