Para René Calderón B., que sabe que el éxito no existe, la pasión sí.

Como quien libera un fósil en una piedra, a golpecitos de cincel, así fue develándose el rostro de Martín Ramírez, apenas hace unos lustros. Nació cuando Porfirio Díaz era Presidente, en 1895, en los Altos de Jalisco. Por necesidad económica migró a California, donde murió en 1963, sin haber regresado a México, sin haber vuelto a ver a su familia, sin dinero ni gloria. Sin saber que pasaría de ser visto de loco a artista. Sin imaginar que su obra alcanzaría precios de más de un millón de dólares. Sin ver el sello postal que el gobierno de Estados Unidos hizo en su honor, en el año 2015. Sin sospechar que su creación sería exhibida en museos de Houston, Chicago, Nueva York, Ciudad de México y Madrid. ¿Quién fue este mexicano desconocido?

Según Ana Moraña, de la Shippensburg University of Pennsylvania, se le considera un creador marginal, un artista folk, un outsider. Los trenes, madonas, animales y espacios simétricos y repetitivos son una constante en su obra, que realizó en los hospitales psiquiátricos donde pasó la mitad de su vida, diagnosticado de paranoia, esquizofrenia y catatonia. No habló con nadie y mucho menos en inglés. La valorización de su creación está ligada a su historia personal y las limitaciones físicas e intelectuales que experimentó. Para pintar usó elementos que encontró en su confinamiento, incluyendo comida, basura y fluidos corporales (sangre, saliva, flema).

«Ramírez nunca estudió arte, no tuvo estudio, ni mentores, no participó en debates ni estableció diálogos con otros artistas», consigna Moraña. Habría que retar tal aseveración, pues en el mismo documento la autora cita que tuvo como maestro a Tarmo Pasto, profesor de arte y psicología, que daba clases con fines terapéuticos a los pacientes del hospital psiquiátrico. Pasto se convirtió en una especie de agente de Ramírez, cuya creación calificó como «arte psicótico» o «arte esquizo». Es Pasto quien en los años setenta vende cerca de 300 obras de Ramírez, lo que hace que éste aparezca en el radar del mundo del arte.

¿Cuál es la lectura de esta historia? Caben múltiples interpretaciones: migración, precariedad, soledad, confinamiento, esquizofrenia, barreras culturales, arte como escape y resistencia. La creatividad es hija de la carencia; en condiciones extremas el ingenio se convierte en herramienta. La obra de Ramírez fue un acto de supervivencia, no un deseo de posteridad o de alcanzar el éxito. Nos muestra que la grandeza no siempre tiene el reconocimiento oportuno, y que el destino de una obra muchas veces depende de eventos fuera del control del creador. Por supuesto, reivindica la escasez al generar una estética original, donde la ausencia de recursos obliga a desarrollar nuevos lenguajes. También nos cuestiona ¿qué define que algo sea arte y que alguien tenga éxito?

¿No sería una doble condena que Ramírez pasara a la historia de su propia familia como el loco que se perdió para siempre, y que el recuerdo en sus descendientes no despierte orgullo sino vergüenza?

Como los trazos en un lienzo, la historia da vueltas inesperadas. En el 2007, por invitación del Museo Americano de Arte Popular, en Los Ángeles, una comitiva de familiares de Ramírez fue invitada a ver la obra. El nombre de su abuelo y bisabuelo colgaba en enormes pendones y lucía impreso en catálogos. Al ver aquello, hubo entre los descendientes quien estalló en lágrimas.

El hombre que durante más de siete décadas fue un fantasma para los suyos -un nombre difuso en los pasillos de los hospitales-, mientras sus manos poblaban los papeles más humildes de túneles, caballos y vírgenes, reaparece hoy bajo otra luz: la del genio creador. Su familia, que alguna vez quemó sus dibujos -temiendo que estuvieran contaminados-, ignoraba que en aquellas hojas ardía algo más que tinta: la pasión de un grito infinito. Ese silencio que lo envolvió tantos años era, en realidad, la voz de un abuelo que no legó fortuna ni tierras, sino un universo de líneas obsesivas que ahora cuelga en museos y se disputa en subastas.

La historia de Ramírez es la parábola del exilio y la invisibilidad: un hombre perdido en la esquizofrenia y en la distancia de otro mundo, pero resucitado por el arte, devolviendo a los suyos el orgullo que el destino les había negado.

@eduardo_caccia

Dejar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí