Imposible en estos días no referirnos a la política a las elecciones, al gobierno, a la veda electoral y a la democracia .
Hace 70 años se creó un Centro de Estudios de la política dentro del universo de disciplinas que se impartían en la Universidad Nacional Autónoma de México: la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales.
Esta deviene luego en Facultad y se convierte en formadora de sociólogos, periodistas, comunicólogos, administradores públicos, internacionalistas y politólogos.
El último director de esa Escuela fue el maestro Enrique González Pedrero, quién acaba de cumplir 92 años de edad y se encuentra -por ahora- escribiendo sus memorias.
El primer Director de la nueva Facultad fue el gran maestro Víctor Flores Olea, hoy fallecido. Con ambos tuve el privilegio de recibir sus enseñanzas dentro del aula y también fuera de ella.
Para mí ha sido un enorme orgullo haber transitado por la UNAM y especialmente por Ciencias Políticas.
Cuánto se ha abrevado de los miles de catedráticos de alto registro, tanto académico como social y político.
Cuántos egresados de esa Facultad, semillero de políticos, muchos de ellos referente de la vida pública de México en el concierto de las Naciones y han puesto en alto el prestigio de nuestro país.
Cuántos estudiosos de la sociología, han plasmado sus conocimientos en textos imprescindibles para la mejor comprensión de la vida en sociedad.
Escritores, intelectuales, periodistas, comunicadores y administradores públicos han egresado de esas aulas repletas de hombres y mujeres ávidos del conocimiento de las ideas políticas desde la antigüedad hasta nuestros días; de las relaciones entre las naciones en materia diplomática, ideológica, comercial y un amplio abanico de temas que nos interrelacionan en este mundo globalizado que tiende a retraerse hacia él
el nacionalismo ideológico y económico.
Ciertamente no todos los que han pasado por esa Facultad han sido exitosos, ni todos fracasados. Unos distinguidos y otros inadvertidos, presumen el tiempo caminado por los pasillos de esa “bendita” Facultad.
Su cafetería es digna de mención. Era reducida, acorde al número de alumnos. Era manejada por una familia de yucatecos que se especializaban en preparar “dobladas”, que eran tortillas rellenas de jamón y bañadas con salsa de frijol negro. Quien servía las mesas era el famoso Tacho, todos lo conocíamos; y acompañadas con un café capuchino, era el desayuno obligado por sabroso y barato.
Otro dato inolvidable es la asistencia de un compañero de Relaciones Internacionales de mi generación que se había enlístalo en la Secretaria de Marina y cada mes que pasaba revista, llegaba vestido con su uniforme blanco impoluto, montando su caballo que amarraba al pie de un pequeño árbol de los que poblaban el estacionamiento. Era todo un personaje.
A Ciencias Políticas le llamaban “la escuelita”, por chiquita, los estudiantes provenientes de las Facultades de Economía y Medicina que acudían a la famosa cafetería.
Esa Facultad también albergó a un estudiante tabasqueño que llevó la carrera de Ciencias Políticas y hoy sigue presumiendo la tutoría del maestro González Pedrero, su nombre: Andrés Manuel López Obrador.
Esas aulas nunca habían producido un personaje de tanta alcurnia política.
Un Presidente de la República que se aprendió de memoria la Doctrina Estrada y que, a pesar de regirse México como una Nación democrática, todo el tiempo embate y agrede a las instituciones que con mucho tiempo y esfuerzo el país logró construir, entre ellas el Instituto Nacional Electoral, árbitro garante de las elecciones.
El señor presidente ya advirtió que este árbitro pasará a depender del Poder Judicial, lo que significa anular uno de los avances democráticos de México. Nuestra endeble democracia se encuentra al asecho de la desinstitucionalidad si se continúa por el camino de la concentración progresiva del poder. No olvidemos que la competitividad es fundamental tal en la vida democrática de un país.
Este 6 de junio es más que una simple jornada electoral intermedia, será el marco de una recomposición del sistema de partidos y que, por el bien del país, estamos a tiempo de anteponer las necesidades y actos de gobierno por encima del interés ideológicos.
Por el bien de la democracia, hay que saber votar y exorcizar así la política de los autócratas.
¡Digamos la Verdad!