Es sabido que el presidente López Obrador, cuando se siente amenazado, siempre se radicaliza con el fin de consolidar su posición frente a su base electoral más dura. Una y otra vez lo ha hecho a lo largo de su carrera política: saca su peor cara en la adversidad. Así lo hizo cuando salieron los videoescándalos, lo desaforaron o perdió las elecciones presidenciales de 2006 y 2012.

Nuevamente, López Obrador enfrenta una situación adversa. A la luz pública ha salido una de posible conflicto de interés, incluso de tráfico de influencias, relacionada con su hijo José Ramón López Beltrán. Agréguese los números recientemente publicados que demuestran el económico de su administración; la violencia que, lejos de resolverse, se agrava en varias entidades del país; o las encuestas que demuestran que las próximas elecciones no serán un día de campo para su partido, Morena, y que la popularidad presidencial va a la baja.

En los últimos días, el Presidente ha perdido la capacidad de controlar la agenda pública como lo había hecho a lo largo de su sexenio por medio de las conferencias mañaneras. Otros temas que son negativos para él y su han dominado en los medios de comunicación tradicionales ni se diga en las redes donde antes las fuerzas lopezobradoristas tenían una superioridad notable.

Es evidente que al Presidente ni le gusta haber perdido el control de la agenda pública ni que los asuntos que se ventilan le perjudiquen tanto. Ante esta realidad, fiel a su estilo, ha comenzado a radicalizarse.

Esto explica sus ataques personales en contra de los periodistas y activistas sociales que lo sacan de quicio. Los dos conductores de Latinus (Carlos Loret y Víctor Trujillo Brozo) y la presidenta de Contra la Corrupción e Impunidad (María Amparo Casar), quienes son los responsables de haber publicado el reportaje sobre la casa que habitó su hijo José Ramón por varios en meses en Houston, Texas, propiedad de un alto directivo de un contratista de Pemex. A Carmen Aristegui, quien continúa realizando su destacada labor periodística que vigila y critica a los poderosos, sean estos quien sean, incluyendo los actuales. A distintos medios (Nexos, Animal Político, Reforma, El Universal), así como a todo aquel que el Presidente siente como crítico de su gestión.

No se defiende López Obrador con argumentos basados en evidencia empírica. No. Lo hace con injurias y mentiras personalizadas.

El Presidente se sube al ring cual si fuera boxeador de pueblo y no el jefe del Estado mexicano. El resultado, como lo han dicho varios colegas, es la degradación de la figura presidencial. Tan sólo hay que ver la contundente respuesta de Brozo a López Obrador, que corrió como pólvora en las redes, para darse cuenta de la pérdida de respeto a la investidura del jefe del Ejecutivo federal.

Lo que hemos visto en los últimos días es al López Obrador irascible que se le olvida el puesto que ostenta. Se presta a los insultos y burlas, tal y como lo hizo en 2006 cuando se autonombró como “Presidente Legítimo”. Él, que tanto criticó a por haberse convertido en el “payaso de las cachetadas”, ahora se está poniendo en el mismo lugar.

Nada de eso le conviene a México. No funciona un país con terribles problemas económicos, de pública, sanitarios y educativos con un Presidente enojado, llevando las peleas al terreno de lo personal, soltando insultos a diestra y siniestra, radicalizando su discurso y degradando la investidura presidencial.

Ahora, en un intento por recuperar el control de la agenda pública, López Obrador ha anunciado una “pausa” en las relaciones de México con . La típica cortina de humo para tapar los problemas reales del país, incluyendo el caso de su hijo José Ramón, quien todavía no sale a explicar por qué el ejecutivo de Baker Hughes le prestó una lujosa casa por varios meses en Houston. Wag the dog o cajas chinas de naturaleza nacionalista. Esas que tanto gustan a la galería.

El nuevo mensaje desde Palacio Nacional: es hora de ponerle un alto a los gachupines voraces que se sienten los nuevos conquistadores de México. Muy bien. A envolverse en la bandera como si estuviéramos en el siglo XIX, durante el movimiento de Independencia. A ver si es chicle y pega y nos olvidamos de la Casa Gris, de la falta de crecimiento económico, la inflación, los muertos cotidianos, el desabasto de las medicinas o la tragedia educativa que ha dejado la covid-19.

Así, lo que se empieza a vislumbrar es un cierre de sexenio muy complicado. Por un lado, problemas sin resolverse y agudizándose día con día. Por el otro, un gobierno dirigido por un político que, cuando se siente amenazado, saca lo peor de él mismo para consolidar el apoyo de su base electoral más leal. Como diría el coronel Kurtz en Apocalypse Now: “el horror”.

 

Twitter: @leozuckermann

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