Visto desde una perspectiva formal y superficial, las caravanas de centroamericanos, o los éxodos de , salvadoreños y guatemaltecos huyendo de violencia en sus países, debiera recibir y merecer una incondicional de la izquierda mexicana. Para empezar, porque los que marchan son gente de muy escasos recursos, , niños y , que suscitan la simpatía y el apoyo de todos, pero en particular de las personas con una larga tradición de izquierda.

Enseguida, porque es relativamente sencillo y cierto afirmar que la fuga de cientos de miles de centroamericanos a lo largo de los últimos treinta años, y de los miles de refugiados huyendo hoy, se debe por lo menos en parte a la política de en Centroamérica. O bien por las guerras civiles provocadas o financiadas por Washington, o bien por la deportación de miles de pandilleros o “maras” de Estados Unidos a sus países de origen, o bien porque durante muchos años los norteamericanos protegieron a las oligarquías locales, que se constituyeron en los principales responsables de la pobreza y la violencia en esos países, las caravanas embonan bien con el tradicional antiimperialismo de las fuerzas de izquierda en .

Además, en algunos casos, los activistas u organizadores, sobre todo de los hondureños, provienen de una especie de izquierda de ese país, encarnada para muchos –no todos– por Manuel Zelaya, el presidente aliado del ALBA y receptor de grandes flujos de recursos de Hugo Chávez, y que fue derrocado en 2009 por los militares. Conviene recordar que la esposa del próximo canciller mexicano fue la embajadora de Zelaya en México. Debiera haber un entendimiento natural entre amplias filas de la izquierda mexicana, a punto de acceder al poder, y las columnas en el sureste del país. La izquierda mexicana ha construido una narrativa de solidaridad con sectores venidos de fuera y buscando algún tipo de refugio en México, desde la República española hasta los mismos centroamericanos en los años ochenta, pasando por los conosureños de los años setenta. Y hoy, a diferencia de todos esos casos, esa izquierda se encuentra en el poder, o por lo menos en la antesala del mismo, con acceso a recursos cuantiosos para materializar su empatía natural por la causa de las caravanas.

Algo de todo esto ha sucedido, pero en mucho menor medida que lo esperado. Grupos de activistas mexicanos se han acercado a las caravanas y cientos de oriundos de las poblaciones por donde transitan les ofrecen agua, comida, albergues, atención médica, etc., quizás más en los primeros días que ahora. Seguramente al llegar a la Ciudad de México, distintas alcaldías de Morena harán lo mismo, y con mayor énfasis. Mario Delgado, líder de Morena en el Senado, conversó con los primeros hondureños en Tapachula. Tal vez López Obrador reciba a una delegación lunes o martes. Pero un estallido de solidaridad de izquierda con los centroamericanos, sencillamente no ha habido.

La tradicional desidia, desorganización y pasividad de esa izquierda explica en parte el fenómeno. La mezquindad, también, así como un dejo de racismo nunca ausente en México. Pero me parece que conviene ubicar la apatía de la izquierda mexicana, con sus mayorías absolutas en ambas cámaras, en el contexto de la postura de y Morena frente a Trump y Estados Unidos. Para nadie es un secreto que el presidente estadounidense está profundamente obsesionado por las caravanas, y que no se trata únicamente de un asunto electoral. Tampoco es ciencia oculta entender que López Obrador ha decidido no entrar en ningún conflicto con Washington mientras pueda, no sólo aceptando concesiones de en materia del T-MEC, sino incluso ayudando a los norteamericanos con la gente de EPN. No se necesita mucha imaginación para sospechar entonces que por lo menos en lo que a “línea” de arriba se refiere, no la hay de apoyar a los centroamericanos. No les mandan camiones, comida, agua, médicos (salvo parece la alcaldía Gustavo A. Madero), ni senadores y diputados de Morena los acompañan en las carreteras ni votan puntos de acuerdo en el ni se movilizan mayormente en los medios. Hay que evitar que Trump se enoje, y si los hondureños padecen las consecuencias, ni modo.

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