Si Emilio Lozoya es detenido, juzgado y condenado por el tema de Agro Nitrogenados, podremos reiniciar la discusión sobre el pacto de impunidad. Algunos sostendrán que la aprehensión de Lozoya y su hipotético encarcelamiento constituyen una prueba definitiva de que no hubo tal pacto, y que López Obrador va en serio contra la corrupción, con todos los lugares comunes del caso: caiga quien caiga, hasta las últimas consecuencias.

Otros diremos que una golondrina no hace verano, y que Lozoya, en su caso, es la excepción que confirma la regla. Alonso Ancira no entra en el debate, ya que ha sido objeto de investigaciones y órdenes de aprehensión bajo otros sexenios. Argumentaremos que el exdirector de habrá sido el chivo expiatorio –como siempre alega – necesario e inevitable para proteger a y a una parte del resto de su equipo. Insistiré en que, por lo menos desde el sexenio de López Portillo, todos los presidentes priistas meten a la cárcel a un alto funcionario o aliado decisivo del anterior. Pocos recuerdan los nombres; yo, sí. Son, entre otros: Félix Barra y Eugenio Méndez Docurro, bajo JLP; Jorge Díaz Serrano, bajo Miguel de la Madrid; La Quina, bajo Carlos Salinas; Raúl Salinas, bajo Ernesto Zedillo; Fox y Calderón, nadie; Elba Esther Gordillo, bajo Peña Nieto; Lozoya, en su caso, bajo AMLO.

Cada quien afirmará la inocencia o culpabilidad de uno u otro de los detenidos, pero será difícil rechazar la citada continuidad de procedimientos. Por mi parte, subrayaré que el pacto de impunidad entre Peña Nieto y López Obrador representa una ruptura con el pasado, si es que se mantiene. Implica una ruptura porque, aunque algunos piensen que Zedillo le despejó el camino a Fox, y otros crean que Fox pactó con Calderón o este último con EPN, nada de eso fue cierto. Zedillo ayudó a Labastida hasta un mes antes de las elecciones del 2000; Fox apoyó a Calderón sin pacto ni simpatía, sino únicamente porque prefería, tanto en lo personal como en lo sustantivo, al candidato de su partido que a AMLO, y Calderón sacrificó a la aspirante de su partido porque concluyó que Vázquez Mota no podía ganar, y que Peña Nieto seguiría adelante con su guerra y su modelo en general.

AMLO y Peña no. EPN sabía que echaría para atrás todo lo que hizo; que le haría un enorme daño al país, y que Anaya mantendría una parte del rumbo sustantivo de los veinticinco años anteriores. Pero también sabía que podía pactar con AMLO su propia integridad y libertad personales, la de la mayoría de sus colaboradores, y que eso probablemente no sería factible con Anaya. Meade obviamente no figuraba en la ecuación.

¿Lozoya sería incluido en el pacto? A juzgar por la cercanía con Peña en la campaña de 2012, y por su desfachatez en Pemex, en principio sí. Las sumas que habría recibido de Odebrecht, si es que lo acusan más adelante por eso, podrían haber caído, en parte, en manos de la propia campaña. A juzgar por la manera en que fue defenestrado por Videgaray, al cabo de una larga tentativa inicialmente infructuosa, tal vez nunca figuró en las listas “blancas” del pacto.

Lo que sí deben saber los que defienden a la con pasión y constancia, aunque no siempre con veracidad y pertinencia, es que además de la anécdota de los tres sobres, existe una tradición priista de gobierno. Cuando se complican las cosas, es recomendable, o incluso imperativo, echarle la culpa al predecesor. Los tres focos rojos de la 4T, por ahora, son salud, el tema migratorio y Pemex. Si la situación de Pemex es peor de lo que nos han dicho, o de lo que sabemos los que no sabemos mucho, o de lo que empiezan a sospechar los mercados, qué mejor que aplicar la del sobre al caso concreto del mayor peligro. ¿Por qué se encuentra Pemex en peligro y en desgracia? Así lo dejó Lozoya, lo cual no sería para nada falso.

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