Todavía no es posible saber si el de Andrés Manuel López Obrador, que constitucionalmente termina en dos años, dejará la en tan mal estado que la más mínima impericia de la siguiente administración pudiera llevar a este país a una nueva crisis financiera.

Ahora, no hay duda de que la está en la ruta de una crisis económico-financiera de gran calado si mantiene sus políticas de gasto improductivo y sin control, de desmantelamiento institucional, de no renovar las fuentes de ingreso y de ahondar más en la desconfianza empresarial.

La pregunta es si le dará tiempo al gobierno actual de desarticular por completo el blindaje que había logrado este país durante tantas décadas.

Está claro que hasta el más obediente de los sucesores tendría que hacer cambios emergentes en la forma de gastar y de ingresar recursos para evitar que se caiga la economía mexicana durante esta década.

Aquello de dejar la economía prendida de alfileres fue una frase utilizada en la transición sexenal entre Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo Ponce de León. Ante la queja del gobierno entrante de la condición en la que Salinas había dejado las finanzas públicas, prendida de alfileres, el revire que le atribuyen al exsecretario de Hacienda, Pedro Aspe, fue aquello de “para qué se los quitan”.

Las similitudes entre Salinas y López Obrador son cada vez más contundentes en aquello de querer concentrar el poder en una sola persona. Salinas fue incapaz de moverse de su guion previamente concebido a pesar del dramático año político en que fue 1994 y confió en que su sucesor habría de mantener esa misma apariencia del “aquí no pasa nada”.

Fue la impericia del equipo entrante de Ernesto Zedillo la que acabó por derrumbar el castillo de naipes salinista, pero fue el recompuesto equipo financiero de Zedillo el que le dio a este país instituciones sólidas, organismos autónomos regulados y certeza, confianza y estabilidad a la economía mexicana.

Hoy toda esta estructura de país formada y fortalecida durante décadas está bajo un ataque populista en ese intento de regresar, como en tiempos de Salinas, a la vigencia de una sola voz omnipotente que dicte cómo tiene que ser el país porque él así lo ve.

Son diferentes enfoques, diferentes capacidades y conocimientos, pero es ese regreso a un mando autoritario que destruye las estructuras para sostenerse en un solo poder institucional, el de las fuerzas armadas.

Pero destruir todo eso que ha hecho de México una economía más solida y confiable no es tan fácil, dejar la economía en alfileres requiere de un trabajo de demolición que llevaría mucho más tiempo del que marca la , aunque claramente se ha acelerado el paso.

La Carta Magna marca elecciones y un nuevo gobierno en dos años. Quien sea que gobierne este país tendrá que cambiar radicalmente la estrategia económica si no quiere que una crisis de manufactura interna le explote en las manos.

Se podría administrar el caos con algunos parches y ver pasar el tiempo o bien iniciar una reparación institucional que sin duda habrá de tomar tiempo y muchos sacrificios.

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