Supongo que en la Secretaría de la Defensa hay alguien que lee los periódicos y revistas donde se menciona a las Fuerzas Armadas. Asimismo, es probable que haya otra persona que trate de entender las implicaciones de las notas aparecidas en los medios. Y, posiblemente —ya es más incierto—, tal vez les expliquen a sus superiores el sentido profundo de algunas revelaciones. Por ello, podemos especular que Cresencio Sandoval y la jerarquía militar entregada en alma y cartera a López Obrador ya conocen tanto el texto de Jesús Esquivel publicado el domingo en Proceso, como lo que implica para ellos, y sobre todo para el predecesor de Sandoval, Salvador Cienfuegos Zepeda.

Dudo que la comentocracia pueda hacer toda la tarea, pero aquí comparto parte de la misma. Esquivel, hace años corresponsal en Washington del semanario fundado por Julio Scherer, adelantó anteayer el prólogo de su libro A sus órdenes, mi General. Allí relata cómo, desde el 7 de abril del año 2020, recibió el pitazo (de un fiscal federal del Distrito Este de Nueva York, los mismos del Chapo y de García Luna) de que un alto mando militar mexicano estaba bajo investigación por las autoridades. Esquivel, un periodista serio y confiable (a veces estridente y prima donna, fiel a la escuela de Scherer), se abocó a averiguar quién era, y a poder publicar la primicia en su revista, junto con detalles. Nunca lo pudo hacer, pero entre esa fecha y el 15 de octubre de ese año, cuando Cienfuegos fue detenido en el aeropuerto de Los Ángeles, pudo enterarse de mucho.

Conversó con sus editores, y con sus mejores fuentes en el de la 4T, así como con un colega de The New York Times, Alan Feuer, quien cubrió el caso del Chapo en Brooklyn, que ahora cubre el de García Luna, a quien ya mencioné aquí hace un par de semanas, y que recibió el mismo pitazo, de la misma fuente. Sus contactos en el gobierno fueron Alejandro Gertz, y Martha Bárcena (en esa época embajadora de en Washington y tía de la esposa de López Obrador). El primero le preguntó a Esquivel en abril si se trataba de Cienfuegos, pero fue el periodista norteamericano quien el 12 de mayo le reveló a Esquivel el nombre del alto mando militar mexicano bajo investigación: Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa con .

De acuerdo con el relato de Esquivel, conversó en una decena de ocasiones, en persona o vía telefónica, entre el 13 de mayo y finales de agosto, con Gertz, con Ebrard y con Bárcena, cada vez pidiendo o compartiendo información sobre Cienfuegos. Finalmente, en septiembre, lo volvió a contactar su fuente en la Fiscalía Este de Nueva York para advertirle que si no había podido armar su reportaje, mejor dejara el asunto por la paz, ya que iba a reventar en pocos días: “Si no has obtenido nada, temo que sea demasiado tarde para publicar la información”.

Para que lo entiendan los que leen estas cosas en Sedena: tres periodistas de Proceso, uno de The New York Times, tres altos funcionarios del gobierno de México y por los menos tres funcionarios o excolaboradores del gobierno de supieron, cinco meses antes de su detención, que Cienfuegos estaba bajo investigación por narcotráfico por las autoridades norteamericanas. A menos de que éste último sea un completo imbécil o inconsciente (que es más o menos lo mismo, en su caso) y haya decidido viajar a Disneylandia con sus nietos, sabiendo que lo iba a detener la DEA, sólo se pueden deducir tres explicaciones de esta saga.

Ilustración: Patricio Betteo
Ilustración: Patricio Betteo

Primera explicación: Esquivel inventó todo esto. No dudo que algunos militares amigos de Cienfuegos puedan creer sinceramente en esta hipótesis. Yo no. El prólogo del corresponsal de Proceso incluye demasiado detalle, a demasiadas personas, muchas fechas y sitios, como para ser mentira. Esquivel exagera en ocasiones, pero no miente. Proceso sí, pero la editorial Grijalbo difícilmente publicaría un libro con estas afirmaciones sin realizar un mínimo esfuerzo de fact-checking (de compleja traducción al castellano, porque la noción de verificar datos prácticamente es ajena a nuestro país). No es creíble esta primera explicación.

Segunda hipótesis: ni los funcionarios mexicanos ni los norteamericanos le informaron a López Obrador o a Sandoval sobre las investigaciones en curso sobre Cienfuegos. Es bien sabido que gente como los mencionados le tienen pavor a su jefe, y no le cuentan todo, ni mucho menos. También es conocida la tremenda animosidad que imperó entre el secretario de Relaciones y la embajadora en Washington, que pudiera haber llevado a que uno (u otra) desmintiera la información de una (u otro). Es factible, igualmente, dada la increíble incompetencia y desidia de este gobierno, que haya habido un teléfono descompuesto: Feuer le transmitió un dato a Esquivel; éste, otro dato a Ebrard y Bárcena; estos otro más a López Obrador y éste, por último, entendió quién sabe qué. Pero lo más probable es que esta hipótesis también deba ser descartada. Es demasiada gente que sabía demasiado como para no informarle a un presidente obsesionado con el y con Estados Unidos. Lo que sí se antoja verosímil es que ninguno de los enterados le haya avisado a Sandoval, o que éste, estando informado, no le haya dicho nada a su predecesor. En todas partes se cuecen habas.

Tercera explicación (la buena): López Obrador fue informado y la dejó pasar. Recuérdese: la primera reacción presidencial en la mañanera del 16 de octubre, después de la detención de Cienfuegos, fue de frotarse las manos y volver a echar leña al asador: es la corrupción del pasado, eso ya se acabó, pero miren cómo era antes. Ante la furia de los militares por el humillante desaguisado de Los Ángeles, reculó y pataleó con Washington, logrando al cabo de un mes la liberación de Cienfuegos. Pero es muy probable que su primera reacción, al ser informado por Gertz, Ebrard o Bárcena de la investigación en curso, haya sido: “Que se lo chinguen, ¿a mí qué?”.

Para que lo sepan Cienfuegos y sus pares, que con o sin razón lo estiman y lo respetan: del testimonio de Esquivel no se puede más que concluir que lo empinaron. Así se las gastan en la 4T.

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