Hace unos días tuve el agrado de atender la invitación de la Academia de de en Tijuana, para hablar, por primera vez, sobre . Titulé la charla: “Del mesón de La Soledad a Palacio Nacional”, en referencia a la primera mitad de vida del expresidente de México.

Durante la presentación, de la mano del público, fui descubriendo algunos detalles que, a pesar de tratarse de hechos trascedentes por sí mismos, parecerían estratégicamente adecuados al Federal actual; ejemplo de ello es la creación de la Guardia Nacional por el general Díaz, su increíble popularidad, el intento de Juárez por neutralizarlo, la incongruencia ideológica que lo sobrepasó y ni hablar de la autoconfianza exagerada.

Ello me ha dado pie para referirme al Síndrome de Hubris. Esta última palabra deriva de Hybris, que fue acuñada durante la Antigua Grecia y es interpretada como “desmesura”. Elude al ego desmedido. De acuerdo con la mitología griega, el enfermo de Hubris era aquél que aspiraba a desprenderse de su condición humana para actuar como dioses, sin serlo. Némesis, diosa de la mesura, la antagonista de Hybris y “antídoto” de quienes padecían dicha condición.

Así fue como, en 2008, el neurólogo David Owen publicó el libro “En el y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años”, mediante el cual, por primera vez, utilizó la expresión “Síndrome de Hubris”, también conocido como la “enfermedad de los líderes” o “adicción al poder”. Lo anterior, con el propósito de definir a aquellos políticos que se comportan con soberbia y arrogancia, además, creen saberlo todo y son incapaces de escuchar, mostrándose impermeables a las críticas. Un año más tarde, el propio Owen y el psiquiatra Jonathan Davidson propusieron que dicho síndrome fuera catalogado como un nuevo trastorno, para ello enlistaron 14 síntomas que facilitan su diagnóstico, entre los cuales destaca la propensión narcisista a ver el mundo como un escenario para ejercer el poder y buscar la gloria; tendencia a realizar acciones para autoglorificarse y ensalzar su propia imagen; modo mesiánico de hablar sobre asuntos corrientes y tendencia a la exaltación; identificación con la nación, el estado y la organización, entre otros.

Sin embargo, el investigador de la UNAM, Federico Bermúdez Rattoni, asegura que más que tratarse de una enfermedad, es “una característica de personalidad y del momento en que una persona está en cierta situación social; es decir, hay personas que en el juego social pueden adquirir o tener mucho poder, y esto los hace adictos a él”. Así tenemos dos apreciaciones distintas y, a su vez, complementarias. La conclusión, sin embargo, es la misma: inestabilidad y adicción.

Para finalizar, les comparto otros de los síntomas: excesiva confianza en su propio juicio y desprecio por el de los demás; tendencia a la omnipotencia; pérdida de contacto con la realidad: aislamiento progresivo, y convencimiento de la rectitud moral de sus propuestas, ignorando los costos. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia. ¡Que conste! Si usted pensó en algún personaje de la , fue cosa de suya.

Post Scriptum“El poder se gana con la empatía y se pierde con la arrogancia”, Antonio Gutiérrez Rubí.

* El autor es analista político, catedrático y escritor.

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El autor es escritor, catedrático y analista político, Estudió la Maestría en Comunicación Estratégica para Gobiernos y se ha especializado en Comunicación Contemporánea y Marketing Político; Ciencias y Desarrollo Político; Estrategias y Gestión de Campañas Electorales, y Formación Ciudadana Cívico-Electoral, principalmente.

Se ha desempeñado como servidor público federal y municipal así como en el extranjero; docente universitario, analista político y columnista. Es miembro activo de la Agrupación Política de Baja California, de la cual ha sido tesorero, secretario y presidente de la comisión de Educación, a través de la cual editó el cuadernillo cívico “Mi patria es primero”.

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