En Julio César, una de las insuperables obras dramáticas redactada por Shakespeare, el Bardo de Avon, Bruto, uno de los asesinos de César, quien intentaba restaurar una monarquía, justificó su decisión de sumarse a los asesinos, en estos términos: «Si en esta asamblea hay un amigo de César, un amigo querido, a él le digo que el amor de Bruto por César no era menor que el suyo. Y si ese amigo preguntara por qué Bruto se alzó contra César, esto le respondo: no porque amara a César menos, sino porque amo a Roma más».

Válgase la comparación con todos los bemoles que el respetado lector desee al pasar la vista por estas líneas, pero el futuro democrático de nuestra República, corre el mismo peligro que cuando Julio César deseaba convertirse en dictador de Roma.

La Suprema Corte de Justicia tiene la última palabra para impedir la proclamación de López Obrador como un tirano más en pleno siglo XXI.

Tratándose de controversias constitucionales o acciones de inconstitucionalidad, se requiere la votación favorable de 8 ministros de los 11 integrantes del pleno. O sea, la suerte de nuestro país ya no depende de las decisiones de 500 diputados y 128 senadores, ni de la división de poderes, sino de la voluntad, estructura ética, amor a la patria y trayectoria moral intachable de tan solo 4 ministros que no le hayan dado a elementos para ser chantajeados con la cárcel o el desprestigio social o ambos. Votar por la constitucionalidad de un auténtico aborto constitucional como el «» constituye una de las más grandes felonías jurídicas y políticas cometidas en contra de la nación.

Si solo 7 ministros declaran la inconstitucionalidad de dicho «Plan B«, estará perdido a saber por cuánto tiempo y con qué consecuencias económicas y sociales. Necesitamos 8 votos. A simple vista, me parece increíble que el futuro y la estabilidad de un país de 130 millones de personas venga a depender de la decisión jurídica de 4 jurisconsultos, una de ellos acusada de plagio en dos ocasiones, cargos más que suficientes para que un integrante de nuestro máximo tribunal renunciara de inmediato y por elemental dignidad a su calidad de ministra, al no gozar de buena reputación, como lo establece el artículo 95 de nuestra Carta Magna.

Todo parece indicar que los 4 ministros de los que depende el porvenir inmediato de México tienen diversos tipos de deuda y compromisos, algunos inconfesables, con el presidente de la República, quien, como pocas veces en la , ya se somete en las calles al juicio inapelable de la nación, acusado de haber incumplido en la totalidad su juramento constitucional.

Yo, como también lo hizo Bruto al alzarse contra César, les pregunto a los 4 ministros: ¿ustedes aman más a su propia patria que López Obrador, de la misma manera en que Bruto amaba más a Roma que a César? ¿Sí? ¿Entienden que la desaparición del implica el regreso al país de un solo hombre y, por lo tanto, la extinción de nuestro joven Estado de Derecho? ¿Quién va a invertir en un país en el que no se respetan las reglas del juego? ¿Quién? Volveríamos a la ley de la selva que afectaría a toda la sociedad y, por supuesto también a los propios ministros y a sus familiares. ¿Se darán cuenta que la próxima expresión callejera multitudinaria podría no ser pacífica, como la del día 26 de febrero, sino violenta, y en lugar de colocar flores en la entrada de la Corte, se encontrarían algo indeseable, tal vez explosivos? ¿Los 4 ministros entenderán que su decisión despertaría al México Bronco del que nadie quisiera acordarse?

Desconozco, claro está, los compromisos de los 4 ministros con AMLO, como también puedo suponer las consecuencias personales que acarrearía en sus personas la violación de un pacto secreto con él, pero subsiste la pregunta de Bruto: ¿Aman más a México que a López Obrador? Si la patria es primero, pues a demostrarlo, en el entendido que de no hacerlo, las consecuencias de una sumisión aviesa no solo las pagarán los 4 ministros, sobre quienes recaerían los peores epítetos del castellano, sino toda la nación en su conjunto, sin perder el grave y nuevo daño a la antes prestigiada Marca México.

¿AMLO o la patria?

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