“Cambió mi perspectiva de la política”, escuchando esa frase me despedí del aula en la que imparto clase cada fin de semana. Fue una alumna que recién conocí quien la pronunció. Me retiré de la universidad pensando en esa oración y motivado por el interés de quienes buscan comprender el significado real de la política.
Durante la clase analizamos el legado de los pensadores de la Antigua Grecia. Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.), fue uno de los tres grandes filósofos; el discípulo de Platón, quien, a su vez, fue aprendiz de Sócrates, éste último es considerado el padre de la filosofía moderna. Juntos conformaron el periodo clásico o socrático y establecieron un nuevo rumbo para el pensamiento de la humanidad en múltiples áreas del conocimiento.
A diferencia de sus mentores, Aristóteles fue un filósofo pragmático. Sus estudios fueron desde la biología y la lógica hasta la ciencia política y la medicina. De la genialidad de Aristóteles surgió el concepto de “Zoon politikon”, el cual se traduce literalmente como: “animal político”. La lógica de aquel intelectual obedecía a la clasificación del ser humano dentro del Reino Animal, puntualizando que nos diferenciamos del resto gracias a nuestra cualidad de seres racionales (aunque en ocasiones y en ciertas personas lleguemos a dudarlo).
A la condición de animal racional, Aristóteles, quien fuera tutor de Alejandro Magno, añadió una segunda característica: además de ser un animal racional, el ser humano es un animal social por naturaleza. Y, en consecuencia, derivado de dicha condición y de sus necesidades fundamentales, el ser humano es un animal político. De ahí, la aparición del concepto que bien define, desde tiempos remotos hasta la fecha, al Hombre: animal racional, social y político. Es decir: un ser que busca organizarse y ser funcional como sociedad.
Conceptos básicos como estos se pierden en el camino. Ello propicia que se distorsione el sentido y función original de la política. Como dijera Agustín Yáñez: “La teoría y la práctica política deben caminar separablemente unidas”. Por eso, escuchar a las conclusiones conquistadas por mis alumnos me hacen sentir sumamente satisfecho y comprometido con el enorme reto de motivar la participación ciudadana.
Malamente no vi el primer debate presidencial. Confieso que fui víctima del exceso de actividades, poco tiempo, y cansancio. Sin embargo, ante la escasez de memes, ¡digo! De información, fue suficiente para tener un panorama muy claro de lo poco atractivo del primer debate. Por eso, no me perdí el segundo encuentro entre los tres personajes que aspiran a gobernar México, sobre ello ahondaremos la próxima semana.
Como referencia histórica y recordatorio, el primer debate entre candidatos a la Presidencia de México se llevó a cabo el 12 de mayo de 1994. Los participantes, al igual que este año, fueron tres: Diego Fernández (PAN), Ernesto Zedillo (PRI), y Cuauhtémoc Cárdenas (PRD). Apenas 34 años después de la disputa entre los aspirantes a presidente de Estados Unidos en 1960: Richard Nixon (Partido Republicano), y John F. Kennedy (Partido Demócrata).
Han transcurrido casi 30 años de aquel debate en el que debió participar Luis Donaldo Colosio, de no haber sido asesinado dos meses antes; 64 años desde el debate televisado en la Unión Americana. Mucho tiempo y poco avance en dicha materia. La prueba está en que, por lo menos en nuestro país, siguen eligiendo modelos de debate que impiden el diálogo abierto, directo y franco entre los participantes. Nuevamente lo sugiero, y lo seguiré haciendo cada sexenio o, ¿a qué le tenemos miedo?
Post scriptum: “La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica”, Aristóteles.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).