Una etapa de nuestra historia llega a su fin. El triunfo de Morena y su imparable ánimo de destrucción, es el detonante.
Un país en que el poder persigue a periodistas y disidentes, frente a millones que aplauden con su voto, está enfermo. “…libre y con dinero”, así se imaginó a sí mismo el sicario de Ciro. No carece de lógica, la impunidad es total, van 46 muertos. Es el mismo país que permite la compra de votos, quizá conciencias y, en silencio, se avergüenza y oculta su podredumbre. El país en que jóvenes con chaleco guinda —a veces sonrientes— intimidan a los ciudadanos, son los mismos que pueden citar con velocidad de rayo a tres “influencers”, pero desconocen cuáles son los tres Poderes de la Unión. El país —herencia de Morena— que contempla como —desde el poder— se intimida a un juez y ni atención pone en el hecho.
Cómo no sentir repulsión por la política, cuando el dirigente de un partido que nació precisamente para institucionalizar el poder, acompañado de auténticos cómplices, traiciona la esencia de un ideario. En el palco de enfrente los azules se desgarran las vestiduras en dimes y diretes, olvidando que ese partido vio la luz pública por el impulso de oponerse a la centralización autoritaria. Pero ¿dónde quedan los principios básicos de una democracia liberal? Por qué no hemos podido superar el estigma y aceptar que un demócrata es, por definición un liberal. Fue el Partido Liberal el que parió la Constitución de 1857. Fue el semillero de los “clubes liberales” y sus antecesores, de donde salieron las demandas antimonárquicas, contrarias a los títulos nobiliarios, a favor del estado laico. De allí viene la exigencia de un estado representativo, con el derecho como cimiento.
¿Qué hay de impronunciable en todo ello? Liberales han sido los partidos socialdemócratas más importantes del mundo o las democracias cristianas. Liberales son los que creen en la ciencia, liberales son los que defienden la igualdad de derechos de los seres humanos, entre mujeres y varones, los que creen en la división de poderes como estructura ósea de toda democracia, los que defienden la libertad de expresión en todas sus vertientes, los que pugnan por el debido proceso en lo judicial y en lo legislativo. Liberal es el que niega el dogma, pero defiende principios que mutan con el tiempo. Liberal es cualquiera que sabe que las ideologías rígidas se convierten en prisiones, pero también que sin doctrina no hay brújula personal y colectiva.
Un liberal no sólo respeta todas las formas de vida, los derechos de las minorías, las que sean, y pelea por ellas, porque en principio toda minoría se puede convertir en mayoría y deberá gobernar, pelea porque nadie las sojuzgue, eso sería traición. Liberal no es el que siente empatía, sino el que la cultiva y se la exige a sí mismo. Un liberal puede ser creyente… o no, es parte de la libertad como eje de la conciencia. El liberal sabe que la moral individual, la estrecha vigilancia de las actitudes y acciones propias frente a los otros, es la única fuente de verdadera autoridad a la que se puede ambicionar. Ella proviene de la congruencia entre las ideas, las palabras y las acciones.
Morena ya se adueñó del Ejecutivo, de un Legislativo sumiso, sin vergüenza. Va por el Judicial con todo tipo de mentiras y engaños, como de costumbre. Pero hay algo aún peor, alterando el principio constitucional de la representación, con las mismas trampas, ahora pretenden apropiarse de la mayoría calificada para poder modificar la Constitución a su capricho. Eso es lo que consideran un triunfo verdadero: tener el aparato para poder aplastar a los otros, los que sean.
Pero debajo del país guinda que nos muestra la lectura de los distritos federales, hoy otro país multicolor. Ver mapasyvotos.colmex.mx, brillante estudio de W. Sonnleitner. El Frente Cívico Nacional —con Guadalupe Acosta a la cabeza— ha convocado a la creación de un nuevo partido.
Es aire fresco para la República.—México.