Cada vez más, se sugiere en diversos ámbitos que la explicación más importante del triunfo aplastante de en las elecciones yace en la mayor cantidad de dinero que los mexicanos de ingreso modesto y de clase media baja recibieron en el bolsillo durante el sexenio. Las cifras son conocidas. El salario mínimo real aumentó 116 %; el salario promedio real subió 11 %; las remuneraciones al trabajo pasaron de 24.7 % del en 2018 a 30.9 % del PIB a finales de 2023. Este último dato quizás es más relevante, ya que sucede después de decenios de descensos constantes. El gasto en los , a diferencia del gasto en salud, educación y vivienda, más que se duplicó. Con un índice de 2014 igual a 100, para 2023 la SEP bajó a 87, la Secretaría de Salud a 57 y la Secretaría de Bienestar aumentó a 256. Todos estos datos provienen de escritos o gráficas de Rodolfo de la Torre y el IMCO.

Ilustración: Estelí Meza

Ya expliqué de qué forma la definición del salario (mínimo y promedio) como principal ancla inflacionaria desde 1983 permitió que, por un lado, los incrementos de fueron altamente significativos para los beneficiarios, pero irrelevantes a nivel macro en materia de o de déficits fiscales. Se pudo hacer todo esto, meter todo este dinero en tantos bolsillos, porque los bolsillos se encontraban vacíos. La inflación mexicana fue igual o parecida a la de otros países durante la pandemia y, con la excepción de 2024, el nunca se aproximó a niveles peligrosos. El mejor de los mundos posibles: generosidad a ojos de la gente, rigor a ojos de los mercados.

Pero como lo ha señalado, entre otros, Macario Schettino, es posible que el esquema entero esté llegando a su límite. Las pensiones para adultos mayores aumentaron 25 % este año, y se incrementarán otro tanto en 2025. Si en efecto se reduce la edad de elegibilidad para a sesenta años, comenzarán a desbordarse esas cuentas. Por otro lado, los incrementos tanto del salario mínimo como del promedio están creando una compresión de la escala salarial hacia arriba, y ese proceso sí puede detonar una espiral inflacionaria. Es lógico: si lo que hizo AMLO fue posible porque los ingresos eran tan bajos, ahora que no lo son tanto, no se puede hacer tan fácilmente.

En cambio, los déficits no fiscales, sino de cobertura, equidad, capacidad y simple sobrevivencia, de ser ciertas estas tesis, le van a presentar al próximo dilemas hasta cierto punto diabólicos. O bien siguen con el aumento constante, merecido, pero ya arriesgado, de salarios y de programas sociales; o bien llevan a cabo una reforma fiscal que permita financiar todo ello en las condiciones nuevas; o hasta aquí llegamos. ¿A qué me refiero? A que los seis años de aumento de los salarios mínimo y promedio, y de los programas sociales, lleguen a su término. No se van a reducir, pero no van a aumentar. La idea de incluir en la disposiciones que mantengan el valor real de los ingresos en su conjunto, que desde luego es una aberración desde un punto de vista macroeconómico o constitucional, tiene este sentido. Tal vez ya no se pueda seguir con el crecimiento de antes, pero por lo menos se puede asegurar que no habrá una merma en el .

En todo caso, parece evidente que la intuición genial de López Obrador, o su arriesgada apuesta, o su diseño conceptual altamente sofisticado, se está acercando a su límite. Lo cual tiene implicaciones, desde luego en lo que se refiere al bienestar de la gente, pero también en cuanto a sus efectos electorales. Este tipo de jugada maestra electoral no suele repetirse; al contrario, la segunda vez, casi siempre, se vuelve una tragedia. Tal vez sea lo que esté sucediendo ahora al arranque del nuevo sexenio.

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