La era victoriana vio pasar una figura enigmática que cautivaba exclusivos salones europeos con su habilidad para comunicarse con el más allá. Daniel Dunglas Home, afamado médium, agitaba a la aristocracia y la burguesía a través de sesiones espiritistas. Su promesa era simple y seductora, ser un puente entre los vivos y aquellos que habían partido. La fascinación por trascender los límites de la vida y la muerte, tan presente en todas las épocas de la humanidad, lejos de extinguirse, ha encontrado un nuevo aliento en tiempos del algoritmo (que amenaza con dejar sin chamba a videntes y esoteristas).

La «nigromancia digital», término que evoca a hechiceros y magos de la antigüedad, ha sido redefinida por el avance tecnológico. La inteligencia artificial ha dado vida a plataformas que permiten «conversaciones» con seres queridos fallecidos, reviviendo sus palabras, gestos e incluso, en algunos casos, sus voces. Esta moderna versión de la eterna búsqueda por mantenernos conectados con quienes hemos perdido plantea interrogantes profundos sobre nuestra relación con la memoria, el duelo y los afectos.

En febrero de 2013, la serie británica Black Mirror, que explora las aguas oscuras y perturbadoras de la tecnología y su impacto en nuestras vidas, lanzó el episodio «Be right back», la de una joven pareja, Ash y Martha. Tras la repentina muerte de Ash en un accidente automovilístico, alguien recomienda a la viuda una forma de sobrellevar el duelo, una tecnología experimental que le permitirá comunicarse con Ash. Se trata de una réplica digital creada a partir de la presencia en línea y las interacciones digitales que el fallecido dejó. Martha interactúa «con Ash» a través de mensajes de texto, hasta que la propia aplicación le sugiere pasar al siguiente nivel, donde tendrá una interacción más realista (dejo al lector el desenlace). Lo que entonces era futurista ya nos alcanzó.

La aceptación creciente de estas herramientas refleja una transformación cultural en nuestra manera de enfrentar la muerte. No obstante, expertos en alertan sobre las posibles consecuencias de aplazar el proceso natural del duelo. La interacción continua con una representación digital de un ser querido puede complicar la aceptación de la pérdida, sumergiéndonos en un limbo emocional donde el pasado prevalece sobre el presente. La tecnología transforma a los muertos en fantasmas digitales mientras nuestra percepción es el velo que matiza la realidad.

En última instancia, la interacción con simulacros digitales nos enfrenta a un espejo, refleja nuestro humano y natural anhelo de trascender la muerte y mantener vivas las conexiones significativas. Al explorar este nuevo horizonte, cabe preguntarnos: ¿qué define la identidad de una persona: la continuidad de su conciencia o la recreación de su presencia mediante la inteligencia artificial? ¿Cómo afectará la normalización de la nigromancia digital a las futuras generaciones en su relación con la memoria, el legado y el concepto de pérdida?

¿Estamos realmente preparados para las respuestas que podríamos encontrar? Este viaje hacia la inmortalidad digital, lejos de ser un simple avance tecnológico, es una profunda exploración de lo que significa ser humano en la era digital.

Este «espiritismo tecnológico», con todo su potencial para consolar y conectar, nos deja ante la encrucijada de determinar el valor de la autenticidad en nuestras relaciones. Mientras avanzamos hacia un futuro cada vez más digitalizado, el desafío será equilibrar nuestra innata necesidad de conexión humana con las herramientas tecnológicas que prometen, pero no siempre cumplen, llenar el vacío dejado por aquellos que se han ido. Ahora es común que, en una pareja, cuando uno de los dos está de viaje, interactúen durante días con mensajes de texto. ¿Será un entrenamiento involuntario para una relación posterior cuando uno de los dos muera, pero la relación siga? ¿Así como la IA puede aprender una instrucción, podrá emular una forma de pensar para replicarla no sólo en texto sino en generación de pensamiento?

Mientras estas tecnologías se mimetizan en nuestra cultura y poco a poco las adoptamos como normas, la inmortalidad digital cuestiona si el eco de una voz puede llenar el silencio dejado por un corazón que ya no late.

@eduardo_caccia

Dejar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí