El impacto de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2024 en América Latina varía de un país a otro y quizás la mejor manera de evaluar la influencia del voto presidencial en Estados Unidos sea tema por tema, entendiendo que algunos son mucho más importantes para ciertos países que para otros.
Probablemente el asunto más relevante en la campaña para América Latina sea la inmigración. A primera vista, parece que una victoria de Donald Trump sería catastrófica para Estados Unidos, mientras que un éxito de Kamala Harris podría percibirse como menos dañino. Pero, dada la gran similitud entre las políticas reales de la primera administración de Trump en relación con los migrantes y las posturas del presidente Joe Biden, así como las declaraciones de campaña de Harris, el contraste se vuelve menos evidente.
Lo más probable es que, en materia de migración, el próximo presidente siga una línea más dura que sus predecesores, pero con los límites predecibles impuestos por los tribunales, los activistas de migración y los gobiernos de los países de origen, que no aceptarán fácilmente a grandes cantidades de deportados.
En relación con otro tema crucial para algunas naciones latinoamericanas, es decir, las drogas y el crimen organizado, probablemente prevalezca una situación semejante. La guerra perpetua de Estados Unidos contra las drogas es ahora el fentanilo, que involucra en gran medida a México. La sobredosis de fentanilo ocasionó en 2023 casi 75.000 muertes, de acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. Tanto Harris como Trump han adoptado una postura dura al respecto, y aunque el exmandatario es más estridente -como en casi todo- parece probable que una nueva administración demócrata siga presionando a México y China para que hagan más para detener las transferencias de productos químicos precursores de esa sustancia desde Asia a México, donde se producen las pastillas y se transbordan hacia Estados Unidos. Según escribió en su libro de memorias Mark Esper, secretario de Defensa de Trump, el expresidente amenazó con bombardear laboratorios de droga en otros países, lo cual es, por supuesto, poco plausible, pero un enfoque más injerencista por parte de Washington es casi seguro, sea quien sea el ganador.
La crisis en Venezuela, detonada por el dictador Nicolás Maduro al robar las elecciones presidenciales celebradas en junio de 2024, es otro tema de disputa entre Estados Unidos y al menos parte de América Latina, que la próxima administración se verá obligada a abordar. A pesar de las claras pruebas de la victoria opositora, hay pocos obstáculos discernibles para que Maduro permanezca en el poder y asuma un nuevo mandato el 10 de enero de 2025. Todo esto coloca a los vecinos latinoamericanos de Venezuela y a la próxima administración en Washington en una situación sin salida. Si Trump es reelecto, puede contemplar volver a la estrategia de “máxima presión” que fracasó en su primer mandato. Si Harris gana, podría considerar conservar la política de Biden de aplicar algunas sanciones y levantar otras, a cambio de compromisos políticos por parte de Maduro, estrategia que también fracasó.
Si bien la cuestión cubana ha atormentado a Washington desde 1959, y aunque los flujos de migrantes sin precedentes desde la isla han generado nuevas tensiones con Estados Unidos, es quizás un tema menos crucial hoy. Varios cientos de miles de cubanos han llegado a EE.UU. desde 2022, ya que la isla atraviesa por su peor crisis económica desde la revolución. Aunque el endurecimiento de las sanciones de Trump contra La Habana no logró derrocar al régimen ni hacerlo más flexible en sus negociaciones con Washington, el deshielo de 2015-2016 de Barack Obama tampoco marcó una gran diferencia, al menos en lo que respecta a una apertura política. En circunstancias normales, la próxima administración podría simplemente ignorar a la isla, pero la cuestión migratoria no permitirá que esto ocurra.
Por último, la creciente rivalidad -o nueva Guerra Fría- entre Estados Unidos y China tendrá un impacto duradero y profundo en América Latina. Hasta ahora, la creciente presencia china en el área ha generado pocos conflictos entre los gobiernos de la región y Washington. . En comercio, inversión, minerales estratégicos e incluso lazos militares, las tensiones entre las dos superpotencias podrían comenzarán a derramarse en América Latina. Ambos candidatos estadounidenses van en esa dirección.
En materia de comercio, China ya es el principal socio comercial de Brasil, al que el país asiático vende más del doble que a Estados Unidos, de acuerdo con cifras oficiales. En el futuro cercano la principal amenaza es para México y otras naciones donde las empresas de ese país pueden haberse establecido o pretendan hacerlo para eludir los aranceles estadounidenses sobre productos importados directamente desde Asia. China está capturando una parte creciente del ciertamente pequeño mercado mexicano de automóviles eléctricos y los fabricantes automotrices estadounidenses ya se quejan. Esta tendencia aún puede no estar afectando a otras naciones latinoamericanas, pero muchas de ellas tienen acuerdos de libre comercio con EE. UU.: Chile, Colombia, Panamá, Perú, Centroamérica y la República Dominicana.
Existen otras dos dificultades derivadas de la nueva Guerra Fría. La participación militar china en América Latina es prácticamente nula hasta ahora, con la posible excepción de una estación satelital terrestre en el sur de Argentina. Pero para países con vínculos geopolíticos estrechos con China -Cuba, Venezuela, Nicaragua- la tentación de avanzar en esa dirección puede ser difícil de resistir, al igual que para Beijing.
Finalmente, el liderazgo de China en el llamado Sur Global, y su estrecha relación con Rusia, Irán, Corea del Norte y otros, también alimentará preocupaciones diplomáticas para varios países latinoamericanos. La mayoría de las naciones en la región se negaron a aplicar sanciones a Rusia tras su invasión a Ucrania, y varias reaccionaron con incomodidad o incluso con rabia ante las incursiones israelíes en Gaza y Líbano. Hasta ahora, Washington no ha hecho mucho al respecto, pero un gobierno de Trump podría estar inclinado a hacerlo, dado el enfoque transaccional del expresidente en materia internacional. Por el contrario, una eventual presidencia de Harris podría traer mayor flexibilidad en Medio Oriente, pero difícilmente sería el caso en Ucrania. De cualquier manera, las convulsiones actuales en el mundo difícilmente dejarán de afectar a América Latina.
En conclusión, el equipo que asuma el cargo y el poder en enero próximo en Washington enfrentará una serie de desafíos en América Latina, y los líderes de la región se verán obligados a tratar con una administración que en varios frentes será escasamente acogedora. Ninguno de los temas revisados aquí se resolverá en los próximos cuatro años, y la mayoría de ellos -migración, crimen organizado, Cuba, comercio- han estado presentes durante décadas. Independientemente de quién esté en la Casa Blanca o en los palacios presidenciales en América Latina, se encontrarán y posiblemente mejorarán diversas formas de acuerdo, negociación y gestión de desacuerdos. Nadie debería esperar grandes avances en la relación entre las dos mitades del hemisferio, ni regresiones dramáticas. El escenario más probable es la perpetuación del statu quo: una perspectiva poco alentadora, pero aceptable.