Me declaro en favor del mercado. No desde la ingenuidad o el fanatismo libertario, sino desde la convicción de que, con reglas claras, la competencia estimula el ingenio, premia la calidad y abre posibilidades. Pero toda libertad necesita contención, y el mercado no es la excepción. De un tiempo para acá, esa libertad se ha convertido en una trampa sutil: bajo el velo de mejora, muchos servicios degradan lo básico para encarecer lo esencial. Se impone así una lógica perversa donde lo que antes era digno ahora se vuelve precario, y lo que era exclusivo se vende como estándar. ¿En qué momento dejamos de ser clientes para convertirnos en recursos? ¿Qué dice de nuestra cultura que toleremos pagar cada vez más por cada vez menos?
Lo que antes fue una crónica épica -recordemos a Ángel Fernández o al «Mago» Septién- se convirtió en parodia: el cronista deportivo es ahora el muñeco del ventrílocuo publicitario. «Tiro de esquina… y para esas esquinas sucias, Limpiatodo»; una falta que amerita tarjeta es más que un tiro al arco: «Tarjetaaaa… Pagofácil, la mejor manera de deber». Y cada vez que se forma la barrera, nos recuerdan que podemos renovar el color de la recámara. Por si fuera poco, gracias a los efectos digitales, la cancha es también un pasquín de anuncios. Desde el inútil círculo central brota una camioneta virtual con la leyenda «4X4 Todo Terreno». Y en medio del área grande, mientras dejamos de ver la acción real, una hamburguesa con piernas anota un gol ficticio. Ya no hay respeto por la dignidad del cronista, ni del televidente ni del juego.
Pero hablemos de algo aún más grave: ¿a dónde nos conduce esta escalera perversa?
La solución está a la vista: Pague más. El paquete «plus», sin anuncios. Luego vendrá el «platinum», y el «elite». Lo que hoy es mejor, mañana será lo mínimo. Esta perpetua escalada refleja cómo las empresas justifican el aumento de precios, atrapando a los consumidores en un ciclo sin fin. La misma estructura abusiva es replicada por las aerolíneas; lo que antes estaba incluido, ahora no: «¿Quiere usted viajar con sus piernas en el mismo lugar?, ¡compre más espacio!». Y ya no hablemos del «Programa de Lealtad», donde su sistema de acumulación y conversión cada vez es más miserable. Es como si cierta cadena fundada por Mr. Walton -esa que convirtió la promesa de precios bajos en una cruzada contra la dignidad laboral- hubiese dejado su huella: un modelo que degrada en nombre del ahorro, que exprime proveedores en pro de la rentabilidad y que además de tener un pésimo servicio, evangeliza la precariedad como si fuera progreso.
Black Mirror ya no solo es distópica. Varios de sus episodios han sido presagio del cambio tecnológico y cultural que nos acecha. ¿Qué sucede cuando la continuidad de la vida depende de la capacidad de pago? ¿Quién pone límites en una mercantilización extrema? No cuento el desenlace -si tienen suscripción, lo sabrán-, pero sí advierto el rumbo: si el mercado sigue sin freno, la vida misma será un plan tarifario. Y la libertad, un botón de «mejora tus condiciones». Que te parpadea. Sin parar.
@eduardo_caccia