Un con integridad y profesionalismo es un requisito indispensable  para el funcionamiento de un Estado de  Derecho. Este principio sólo se alcanza  si quienes integran el poder judicial demuestran, a su vez, ser íntegros y profesionales, algo que lamentablemente no  garantiza el tipo de elección que se llevará a cabo este 1° de junio. 

Las discusiones sobre la elección de  jueces y el mecanismo implementado, si  bien han sido relevantes, no han arrojado  luz sobre las posibles ventajas de recurrir  al popular. Tampoco han sido esclarecedoras desde una perspectiva económica y funcional, especialmente considerando que, como se prevé, la participación  ciudadana será escasa. Aún aplicando  diversos mecanismos para incentivar la  asistencia a las urnas, la estimación más  optimista apunta a una participación del  20 por ciento del padrón. 

En este contexto, ofrecer una evaluación de los costos y beneficios de un proceso que sin duda es histórico, permite correlacionar su viabilidad con la intención de que continúe de manera regular, como  sucede con las de cargos legislativos y ejecutivos, tanto a nivel nacional como local. 

A nivel federal, se elegirán un total  de 881 cargos judiciales, cantidad que  representa aproximadamente la mitad  de los puestos del Poder Judicial de la  Federación (PJF). La otra mitad se someterá a votación en 2027, según lo establecido en las reformas legales, lo que  implicará organizar nuevamente el proceso y destinar recursos presupuestales  ese año. Adicionalmente, en 19 entidades  federativas habrá elecciones estatales, en  las que estarán en disputa casi dos mil  cargos judiciales. 

Cabe señalar que el presupuesto final  del INE para 2025, aprobado en el PEF, es  de 19,103 millones de pesos, monto que  significó una reducción de 8,855 millones respecto a lo originalmente solicitado, que incluía el proceso electoral del  Poder Judicial. Esto obligó al organismo  a ajustarse materialmente a lo disponible, lo que condujo a medidas drásticas,  como la reducción de casillas. Los recursos destinados por el INE para la elección  ascienden a 6,219 millones de pesos; aunque se solicitaron ampliaciones, el gobierno federal alegó no contar con más  recursos. Ciertamente, lo limitado de los  fondos no contribuye a una organización  eficiente, transparente e incuestionable,  como se requiere. 

Es relevante mencionar que al no destinarse presupuesto para las campañas  ni permitirse el acceso a financiamiento proceso, al vincular a jueces con partidos  o intereses económicos, lo que pone en  duda su imparcialidad. La popularidad no  es garantía de competencia técnica, profesionalismo e integridad en la impartición de justicia, lo que puede debilitar al  sistema en su conjunto. 

Más allá de los costos financieros que  implica la organización del proceso — campañas, recursos humanos y tecnológicos, fiscalización y solución de controversias—, los costos económicos de la  reestructuración de un nuevo poder judicial cobran mayor relevancia. 

El primer es la desaparición del  sistema de carrera judicial, que, si bien enfrenta críticas por falta de transparencia y privado, estas han tenido que ser financiadas por los propios candidatos, lo que  ha generado desigualdades. Por ejemplo,  cada candidato a juez o magistrado federal tuvo un tope de gastos personales de  aproximadamente 220 mil pesos, pagados  de su propio bolsillo, situación que generó  barreras de entrada para aspirantes con  recursos limitados. 

El hecho de que los candidatos a juzgadores deban hacer campaña, como lo  hacen los aspirantes a cargos de elección  popular, conlleva el riesgo de politizar el por prácticas como el nepotismo y el conflicto de intereses, es sin duda uno de los  mecanismos que mejor puede garantizar el profesionalismo de los juzgadores, particular mente en juzgados especializados,  como los de competencia económica, que requieren conocimientos amplios y profundos sobre el tema. 

Un sólido descansa en un sistema de justicia eficiente y confiable. La seguridad jurídica fomenta el desarrollo económico al atraer productivas.

Lamentablemente, el proceso electoral implementado no garantiza la confiabilidad requerida. En este contexto es previsible que se incrementen significativamente los costos de transacción, como las primas de los seguros legales. 

Alegar que la elección directa de jueces amplía la es un buen discurso político, pero al dimensionar los elevados costos económicos y financieros que implica, y especialmente los riesgos de una sustancial pérdida de independencia y profesionalismo judicial, se ponen  en entredicho los posibles beneficios de este modelo. 

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®

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