Nico borró todos los mensajes de su teléfono celular antes de aterrizar en Estados Unidos. Se aseguró que en su galería no hubiera imágenes ni memes de Trump o cualquier otra fotografía que pudiera ser considerada como un “ataque” a este país. Se puso una camisa de manga larga para cubrir sus tatuajes y pasó por inmigración con un nudo en el estómago que le incomodaba hasta para respirar.
Todo sereno.
No es el primer viaje de Nico a la Unión Americana. Tiene una visa de trabajo y ha vivido en Nueva York por largos periodos de tiempo, pero jamás había sentido esa incertidumbre que te da el no tener un estado migratorio sólido que, aunque legal, sigue siendo muy vulnerable a las políticas actuales.
No es el único.
Miles de estudiantes y trabajadores con visas temporales tienen miedo de cruzar fronteras y volver a casa. Temen que, si se van de vacaciones, quizá no puedan regresar a Estados Unidos por lo volátil del sistema migratorio y los cambios ejecutivos en las prioridades de seguridad nacional. Tampoco se sienten seguros al quedarse; son extranjeros a los que se les recuerda a cada rato que están aquí por un privilegio, y bueno, que es revocable por casi cualquier motivo.
Ser un migrante documentado ya no da paz.
Residentes permanentes han decidido quedarse debajo del radar para no arruinar -por cualquier situación- la posibilidad de un ajuste de estado migratorio que los lleve a la ciudadanía. Viajan menos, se exponen de a poquito y están alertas. Temen que por un error administrativo terminen en un centro de deportación que arrase con todos los sacrificios que hicieron para legalizar su estado.
Y esto no para.
La sensación de desasosiego también roza a los ciudadanos naturalizados, más aún a aquellos que hace muy poco recibieron su pasaporte azul. Para ellos la que era impensable posibilidad de perder las garantías de su nueva patria por alguna acusación infundada era algo así como ciencia ficción. Ahora no bajan la guardia ni sueltan el cuerpo. Saben que su ciudadanía no es tan poderosa como la que te otorga el nacimiento. Y se inquietan, aunque las posibilidades de perderla sean muy remotas.
Qué ironía.
Según el Migration Policy Institute, en 2023 había 47.8 millones de inmigrantes viviendo en Estados Unidos, y más de tres cuartas partes de ellos de manera legal; es decir, son residentes permanentes, ciudadanos naturalizados y personas con visas temporales. Esto incluye residentes permanentes, ciudadanos naturalizados y personas con visas temporales. Además, en el año fiscal 2023 el Departamento de Estado emitió 10.4 millones de visas temporales para turistas, estudiantes y otros visitantes. Es decir, migrantes que entraron a este país con todas las de la ley.
Creíamos que el sistema obsoleto de migración castigaba solo a aquellos que llegaban a esta patria -o se quedaban- de una manera irregular; pero ahora son aquellos los que “hicieron las cosas bien” los que también pierden el sueño. ¿Es en verdad este el país que les daría todo lo que en el suyo se les negó? ¿O es salir de un infierno a otro que se confunde con cielo?
Esta es nuestra nueva realidad migrantes: documentados, pero sin sosiego.