En una de las escenas más memorables del cine, Scarlett O’Hara baja una cortina de terciopelo verde, la manda confeccionar como vestido y se presenta ante la sociedad como si nada le faltara. No es solo una imagen poderosa, es una tesis sobre la dignidad: cuando todo parece perdido, aún puede uno vestirse de voluntad. En medio de una guerra, sin dinero y sin futuro, Scarlett hace del símbolo de la ruina (una cortina vieja) un acto de resistencia elegante. Lo que antes cubría una ventana ahora cubre el orgullo.

La escena de «Lo que el viento se llevó» vino a mí no desde la pantalla, sino desde la vida real. Acompañé a Gaby, mi esposa, a una sesión fotográfica que le hicieron en San Miguel de Allende. El fotógrafo era el talentoso Roberto Valdez, conocido por capturar algo más que rostros: esencia. Me contó que está armando una exposición sobre mujeres mexicanas empoderadas. Mujeres que, desde distintos frentes -arte, empresa, comunidad- dejan marca y contagian a otras mujeres y a la sociedad misma. Su único requisito: que usaran un peinado disruptivo. El resto era libertad.

La locación fue una casona convertida en hotel boutique. Mi esposa llegó con su maleta de opciones. Estaba todo listo: el equipo de maquillaje, las estilistas, unas plumas de pavorreal. Mientras la transformaban, esperé con Roberto en el bar, entre paredes gruesas y un estupendo negroni. Charlábamos sobre fotografía, otra de mis pasiones, ejerciendo la paciencia de quien disfruta ver los hielos desgastarse en un vaso, y con la complicidad de saber que todo está bajo control.

Hasta que deja de estar bajo control.

Sonó mi teléfono. Era Gaby. Me dijo con la serenidad de quien ha firmado un pacto para cambiar de destino: «Nada de lo que traje combina con el tocado de plumas. Necesito que me consigas una tela negra o verde. Un mantel, lo que sea». En ese instante, algo en el gesto de Roberto me reveló el peso del momento. No era solo un problema logístico: era la posibilidad de que la sesión se retrasara más, o no ocurriera. Salí en busca de la gerente del hotel. Le expliqué la situación. Pasaron unos minutos. Regresó cargando una cortina verde, pesada, con ojillos metálicos, de esas que cuelgan de un travesaño circular. Por cumplir un insólito pedido, más que por convencimiento, se la llevé a mi esposa.

Luego de una tensa espera, Gaby salió al patio donde se tomarían las fotos. No era una mujer envuelta en una cortina; era una mujer vestida de sí misma. Había convertido una tela pesada en un vestido perfecto para la ocasión. Lucía espectacular. Roberto, que ha fotografiado celebridades, y varios de quienes estábamos ahí, nos quedamos sin palabras.

La no quedó en una exitosa sesión de fotos. Días después, Roberto me dijo algo que elevó aún más lo ocurrido: «Desde ese día, mi equipo cambió. Las mujeres que me acompañan -peinadoras, maquillistas profesionales- ya no tienen un no; ahora, cuando encuentran un obstáculo, resuelven». Lo que hizo Gaby fue una clase magistral, inesperada, involuntaria, de inspirar posibilidades.

Porque sí: a veces, la grandeza no está en la ropa, ni en la producción, ni en los planes. Está en la forma en que una mujer se para frente al obstáculo y decide no vestirse de problema, sino de solución. No es solo ingenio. Es poder en estado puro. Y entonces uno recuerda la cortina de Scarlett, y entiende que no era ficción. Que la resiliencia no siempre se grita; a veces se arma con ingenio. Que hay mujeres que convierten una emergencia en estética, una ausencia en presencia, una tela cualquiera en símbolo.

Hoy, cuando el mundo nos empuja a consumir soluciones empaquetadas, a depender de herramientas externas, a imaginar un futuro sin problemas ni esfuerzo gracias a la inteligencia artificial, conviene recordar que lo esencial -el instinto, la creatividad, la decisión- no viene de fuera. Se trae. Se teje. Se anuda. Se amarra con un cinturón. Se lleva puesto. Gaby no usó una pantalla para saber qué hacer, usó su instinto, sus capacidades humanas y su voluntad encima de las adversidades.

Muchos recordaremos esa tarde en San Miguel de Allende. Evocaremos aquellos metros de tela verde que ya no serán cortina nunca más. Imaginaremos a tantas mujeres que no esperan el vestido correcto. Lo hacen. Y al hacerlo, nos contagian posibilidades.

@eduardo_caccia

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