Aunque las tensiones entre e parecían reducirse tras informes que indicaban el interés de Irán en negociar un alto al fuego, las recientes declaraciones del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien ha rechazado cualquier tipo de concesión y ha exigido la rendición iraní como única vía hacia una tregua, mantienen viva la posibilidad de una nueva escalada en Medio Oriente. Para los mercados financieros globales, esta posibilidad representa mucho más que un riesgo político pues se trata de una amenaza directa al flujo energético mundial.

El epicentro del peligro es el estrecho de Ormuz, una franja de agua de apenas 55 kilómetros de ancho en su punto más estrecho, pero crucial para el comercio global. Por allí transita alrededor del 20% del que se consume en el mundo y una proporción similar del gas natural licuado (GNL). Si Irán decidiera cerrar este paso, el impacto sería inmediato. De hecho, los mercados ya reaccionan: los precios del gas natural europeo subieron 4.8% el viernes pasado y este lunes tocaron su nivel más alto desde principios de abril. No es una respuesta emocional, es una advertencia a cualquier amenaza al tránsito en Ormuz que provoca un reacomodo brusco en los precios.

Qatar, uno de los mayores exportadores mundiales de GNL, depende exclusivamente de esa vía para enviar sus cargamentos a Europa y Asia. No existe una ruta alternativa. Por tanto, un cierre total o parcial dejaría al mercado energético global sin capacidad de respuesta inmediata. La oferta se reduciría bruscamente, mientras la demanda, especialmente en Europa (que aún enfrenta secuelas del corte de suministro ruso) seguiría elevada. Los precios, inevitablemente escalarían.

, aunque alejado geográficamente del conflicto, es vulnerable. La economía mexicana depende fuertemente de las importaciones energéticas, particularmente de gas natural. Un alza significativa en los precios internacionales de hidrocarburos se traduce en inflación importada. Los costos del transporte, la electricidad y los alimentos aumentan. La capacidad del gobierno para contener estos efectos vía subsidios se tensiona. Ya se ha visto antes cuando los precios internacionales suben, Hacienda debe absorber parte de ese impacto para evitar que se refleje en las gasolinas y el gas doméstico. Pero sostener estos subsidios por mucho tiempo debilita las finanzas públicas y limita la capacidad de maniobra fiscal.

Por otro lado, un aumento sostenido en los precios de la energía podría presionar la balanza comercial. México es exportador de crudo, sí, pero importa una cantidad significativa de gasolina y gas. Si los precios de los combustibles refinados aumentan más que los ingresos por la venta de crudo, el saldo neto se vuelve negativo. Esto afecta la cuenta corriente y presiona al tipo de cambio, encareciendo aún más los productos importados, incluidos alimentos y tecnología. Todo esto alimenta un círculo de inflación difícil de contener, especialmente en un contexto global ya marcado por la incertidumbre.

Además del impacto energético, la logística global se vería afectada. Si Ormuz se vuelve un punto de conflicto activo, el transporte marítimo se encarecerá no solo para combustibles, sino para todo tipo de mercancías. México podría enfrentar mayores costos de importación, retrasos en la entrega de insumos y una nueva ola inflacionaria que golpee con más fuerza a los sectores de menor ingreso.

El escenario más optimista es que se alcance una tregua duradera. Aun así, los precios seguirán volátiles mientras el riesgo persista. En un escenario intermedio, con tensiones prolongadas pero sin bloqueo, México enfrentará presiones fiscales e inflacionarias, aunque moderadas. El peor escenario —el cierre de Ormuz— provocaría un shock energético global, subsidios insostenibles, inflación acelerada y posible endurecimiento de la política monetaria en el país.

El autor es analista de mercados financieros de Squared Financial

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