El nuevo libro sobre Trump en la Casa Blanca (Michael Wolff, Fire and Fury: Inside the Trump White House), no contiene ni grandes revelaciones ni fuentes excepcionalmente confiables ni un análisis interesante del primer año del supuesto cuatrienio del mandatario norteamericano. Concluye a mediados de octubre pasado, y por lo tanto abarca apenas nueve meses de su periodo. Pero al cumplirse casi un año de su toma de posesión, comienza a ayudarnos a descifrar el principal enigma de la presidencia de Trump: ¿existe un método shakesperiano en su locura, o se trata simplemente de una aberración en la de sin lógica, sin sentido, sin orden, todo ello producto de la increíble incapacidad física, mental, emocional y sustantiva de un personaje de los tres chiflados, más que de Hamlet?

Hasta dos semanas antes de la elección de 2016, pensé que Trump podía ganar. Me equivoqué al final por las mismas razones que muchos más: los modelos construidos por los encuestadores y promocionados por los medios. Mis razones para creerlo se podían resumir en una sola tesis: dentro del caos, su campaña poseía una lógica propia, y él era el candidato ideal para esa lógica. Buscaba consolidar una base pequeña, pero bien identificada y ubicada regionalmente, movilizarla, y confiar en que los errores de su adversaria bastarían para ganar. Ganó. Hubo, en mi opinión, un método en aquella locura.

Del libro de marras extraigo una conclusión contraria: no hay tal método en su , ni lo habrá. De las más de doscientas entrevistas que presume el autor; de la unanimidad que según él impera tanto en el entorno profesional como familiar de Trump sobre su disfuncionalidad radical para ejercer la presidencia; del deterioro de su comportamiento físico y mental; de la merma, por último, de los integrantes del equipo del gabinete y de la Casa Blanca, se desprende una sensación de catástrofe inminente.

Steve Bannon, en desgracia por ahora –Trump posee la clara costumbre de reconciliarse con los objetos de sus iras– es citado al final de libro recurriendo al siguiente cálculo: existe un 33.3% de probabilidades de que el presidente sea destituido vía impeachment; otras 33.3% de probabilidades de que renuncie, quizás para evitar la aplicación de la enmienda 25 de la Constitución por incapacidad para ejercer el cargo; y las restantes de que termine su primer y único periodo. El ideólogo inicial de Trump –papel poco envidiable: pensar por alguien carente de pensamiento abstracto– está ardido, obviamente. Como todo estratega, considera que sin él, su anterior discípulo, pupilo o títere se encuentra indefenso y desamparado. Pero el cálculo no suena absurdo. Por mi parte, agregaría una hipótesis adicional: un quebranto de la salud del personaje, debido a cualquiera de sus posibles padecimientos físicos o mentales.

Alguien decía en uno de los programas de televisión del fin de semana que si bien se antoja aberrante la afirmación de Wolff según la cual el 100% de sus interlocutores se hallaba convencido de la total incapacidad de Trump para ser presidente, si la mitad de la aberración fuera cierta, sería insólito. Demasiada gente en los círculos de poder político, empresarial, intelectual y civil de Estados Unidos ya sabe que Trump pone en peligro la estabilidad del país y del mundo. De acuerdo con el libro, varios de los colaboradores supuestamente sensatos que lo rodean, están a punto de marcharse: despedidos, o hartos. Tillerson, Kushner, McMaster y Kelly, se dice, ya no resisten a la tentación de abandonar el barco antes de que se hunda con ellos.

La palabra inminente –calificando a los sustantivos debacle o fuga– es peligrosa. Puede significar una semana, o un año. Pero cualquier lector se quedará con la nítida impresión de que el caos descrito en este libro es insostenible, y a la vez inevitable. ¡Hay gran desorden bajo el cielo! hubiera exclamado el Gran Timonel.

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