Quienes nunca hemos creído en las ridículas cifras de Calderón sobre el número de ingenieros que se titulan cada año en –más que en Alemania, decía absurdamente– también pensamos que México sí debe incrementar de manera radical la cantidad de que cursan estudios de posgrado en el extranjero. Por una sencilla razón: nunca podremos incrementar la matrícula de licenciatura, y, sobre todo, de posgrado, en el corto plazo, sin enviar a un gran caudal de mexicanos a estudiar afuera. Es lo que hacen los chinos, los indios, lo que trataron de hacer los brasileños hasta que se les acabó el dinero, y muchos más. Fue, por una vez acertadamente, lo que intentó llevar a cabo la Cancillería mexicana durante los primeros años de este sexenio.
En efecto, tanto José Antonio Meade como Sergio Alcocer, su subsecretario para América del Norte, se propusieron elevar casi exponencialmente el número de estudiantes mexicanos en el exterior, y, en particular, en Estados Unidos. Convencieron, por cierto, a Obama, que se trataba de una gran idea, y la promovió en un memorable discurso en el Museo de Antropología en 2014. Conocían bien los obstáculos por superar –el costo, el idioma, la falta de costumbre, etc.– pero se propusieron de igual modo una meta ambiciosa: pasar de los 13 mil estudiantes mexicanos registrados por Estados Unidos en 2013 –vía la expedición de visas F-1– a 100 mil al concluir el sexenio.

La cifra de 13 mil encerraba contradicciones. Existe un buen número de mexicanos de doble nacionalidad –aunque residentes de México– que estudian en Estados Unidos sin necesitar visa. Por otro lado, muchos de los que se inscriben en cursos de verano de idiomas o diplomados, o quienes cruzan la frontera todos los días en Ciudad Juárez, Reynosa o Matamoros, para ir a uno de los campus de la Universidad de Texas en El Paso, McAllen o Brownsville, tampoco cuentan todos con visa. Sea como fuere, la meta bien valía la pena.

Hace unos días, el Institute for International Education publicó su análisis anual sobre el universo de extranjeros estudiando en Estados Unidos durante el año escolar 2016-2017. El titular de prensa, reseñando el estudio, subrayó la caída general, debido, en gran medida, al miedo por las medidas antimigrantes de Trump, así como las restricciones reales: una reducción de 7% de la matrícula inscrita en el otoño de 2017. Pero los datos del IIE encerraban otras lecciones.

El total de mexicanos estudiando en Estados Unidos, según el IIE, fue, en 2016-2017, de 16 mil 835 . Se trata de un pequeño incremento con relación a 2012, el año anterior a la llegada de Peña, Meade y Alcocer al . El aumento es inercial: con o sin grandes esfuerzos por parte del gobierno de México, se hubiera producido. Para tener una idea, China envió a 350 mil estudiantes a Estados Unidos (además, una enorme cantidad de jóvenes chinos van a Australia), es decir, el doble de México per cápita, y la India, 186 mil, más o menos lo mismo que México per cápita, pero tratándose de un país mucho más pobre y alejado de Estados Unidos. Algunos dirán, justamente, que México no necesita mandar a sus muchachos y muchachas a estudiar a EU, porque tenemos nuestras propias instituciones de superior. Corea del Sur, con la tercera parte de nuestra población, despachó a 58 mil estudiantes a EU en 2016, casi cuatro veces más que nosotros, con un sistema educativo que ya quisiéramos para un día de fiesta.

La idea era buena. Para variar, faltaron los recursos. La pregunta es si esto se puede hacer en el futuro. Para ello, el gobierno de Peña, en el libro blanco que seguramente está preparando sobre sus logros y fracasos, debiera explicarnos por qué no se pudo. Si no, volverá a pasar lo mismo.

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