Confieso mi debilidad por las paradojas, más allá de su apariencia inicial encierran una revelación sorprendente o al menos contradictoria a lo que se considera verdadero (de ahí que también se llamen antilogías), en cualquier caso borran la aburrida planicie de las ideas para llevarnos entre argumentos escarpados donde la lógica sucumbe a las creencias. Y de pronto iluminan. Considera por ejemplo esta sutil paradoja de Bohr: «Lo opuesto a un enunciado correcto es un enunciado falso. Pero lo opuesto a una verdad profunda bien podría ser otra verdad profunda».

El próximo de la República enfrenta varias paradojas. El Presidente electo ha dicho que su gobierno va a perdonar actos delictivos «pero a nosotros no queremos que nos perdonen». La enorme expectativa que tienen millones de mexicanos en su nuevo líder y su nuevo gobierno encierra más paradojas: ¿empobrecer al gobierno enriquece al pueblo?, ¿podemos luchar contra la pobreza en dando ejemplo de «pobreza franciscana»?

Chesterton se nos anticipó. Su obra plagada de paradojas, parábolas y simbolismos retrata condiciones humanas que escapan al tiempo y las latitudes. En su cuento con tintes medievales «Las dos tabernas» narra la de dos socios de una taberna que terminan separados por sus diferentes personalidades: uno, Giles, dado a presumir y generar muchas expectativas; el otro, Miles, parco de argumentos y alabanzas. Cada uno abre su propia taberna con el vino que trasvasaron de una barrica propiedad de ambos a dos barriles más pequeños. Un buen día el rey Cole visitó la taberna «El Sol Naciente», adornada con símbolos fastuosos y leyendas hiperbólicas, donde Giles le habló de «el mejor vino del mundo», no una sino varias veces hasta que el monarca, harto ya de tan anunciado y espléndido brebaje, decidió probarlo para luego afirmar que no le pareció tan bueno. En su camino de regreso el rey paró en la modesta «La Media Luna», donde Miles le anunció que no había algo digno de servirle a su majestad y que nada más tenía un vino barato que seguramente le parecería el peor que habrá tomado en su vida. Luego de probar la copa, el monarca quedó sorprendido de la «buenísima bebida».

¿Habrá sido mejor para no prometer tanto en campaña? Seguramente, pero no habría tenido la aceptación abrumadora que tuvo. Paradoja. Como sea, todo indica que es mejor prometer poco y entregar mucho, que lo opuesto. En otro nivel significativo, podríamos decir que el nuevo gobierno carga con el anuncio del buen vino y la austeridad del modesto figón.

El autor de El hombre que fue jueves tiene otra historia paradójica cuando da vida al personaje de William Hicks en el relato corto «La caballerosidad empieza en casa», donde este hombre tiene un súbito apetito por recobrar la naturaleza aventurera de los expedicionarios y colonizadores ingleses. Como es un oficinista (hoy «godín») y no le alcanza el dinero para costearse una aventura, Hicks decide generar adrenalina en absurdos lances urbanos que le causan más de un arresto policiaco y hasta ser confinado en un manicomio del que huye hacia Londres. En la capital del imperio decide atacar el emblemático domicilio de Downing Street; trepa al tejado y baja por la chimenea. Sobreviene un reflexivo diálogo con un ministro de gobierno que no parece sorprendido de verle. Hicks justifica su atrevimiento, argumenta que los ingleses «alaban el coraje y la aventura», cuestiona por qué su cultura aprecia a los pioneros y aplaude las hazañas de aventureros en tierras lejanas. El político le responde «precisamente, por ser tierras lejanas. ¿No cree usted que ha contestado a su propia pregunta?… la aventura es algo grande, algo glorioso, ¿y por qué? Porque acaba con la gente aventurera… Porque mantiene fuera del país a todos los aventureros, como elementos extraños, indeseables». Después de escuchar eso, Hicks, que había entrado osadamente por la chimenea, sale tranquilamente por la puerta.

El apetito voraz de Morena demostrado desde el Poder Legislativo y las potenciales tentaciones autoritarias que da «la silla del águila» en la Presidencia, podrían llevarnos a una paradoja chesterniana: la es buena porque acaba con los demócratas.

Espero que el nuevo poder hegemónico se equivoque con un acierto.

@eduardo_caccia

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