El respeto a la diversidad es uno de los valores del liberalismo. La tolerancia al otro, al diferente, al que tiene una religión, raza u orientación sexual distintas. Y sí, también, al que no piensa como nosotros.

El mundo es cada vez más complejo y menos tribal. Las diferencias de opiniones se han multiplicado. La pluralidad de las sociedades se ha ampliado.

Pero muchos ya no reconocen este nuevo mundo o le tienen miedo a lo que está surgiendo. Quieren certidumbre. Tienen un sentimiento de nostalgia de regresar a un pasado supuestamente paradisiaco donde las cosas eran más sencillas.

 

En algún momento de su última campaña presidencial, López Obrador citó las películas de  como un ejemplo de un país donde se respetaban al “señor cura, el bombero, el policía y el profe”. Efectivamente, se trata de la peor etapa de Mario Moreno, que actuó en cintas propagandísticas. La visión romántica del priismo dominante que quería vender un de orden y respeto que sólo existía…en las películas. Un mundo maniqueo de buenos y malos, donde siempre ganaban… los buenos. Una visión paradisiaca donde los policías, por ejemplo, eran honestísimos. Unos verdaderos churros.

Ese mundo en blanco y negro es el que le gusta al Presidente. Odia los colores. Él nos invita a tomar una postura entre dos opciones. La de Dios o el diablo. La liberal o conservadora. La honesta o corrupta. Los mexicanos, según , tenemos que tomar una decisión bipolar: o estamos a favor de la supuesta transformación que lidera AMLO o estamos en contra. No puede haber medias tintas.

Me temo que se trata de un llamado al fanatismo.

En materia de posturas políticas, AMLO no puede contar más del dos. O conmigo o en contra. No hay ni tres ni cuatro ni cinco, mucho menos una docena. Vieja de la humanidad: la de políticos fanáticos que creen que tienen toda la razón, que son moralmente superiores y que nunca se equivocan. Los otros, por definición, y así lo ha dicho el Presidente, están derrotados.

Corrijo: en realidad, más que dos opciones, AMLO sólo deja una: la de él. El Presidente niega e insulta (“están moralmente derrotados”) a los que piensan diferente. Fíjese en las opciones que pone sobre la mesa: o se está en contra de la corrupción o a favor de ella. ¿Quién, en su sano juicio, va a querer ponerse en la lista de los corruptos? O se es liberal o conservador, como si estuviéramos en el siglo XIX. ¿Quién, conociendo la historia de México, va a querer definirse del lado de los conservadores que, efectivamente, regresaron a Santa Anna al poder y luego trajeron a un príncipe europeo a gobernar el país?

Cuando su hermano Pedro Arturo apoyó abiertamente al en una elección de gobernador de Veracruz, López Obrador lo calificó de traidor y lo desconoció como su pariente. Les digo: ya ni hablar de más de dos opciones porque, en realidad, sólo hay una: la del fanático que pide total sumisión a su proyecto. Los otros, aunque sean familia, son traidores. La como la lógica de “amigo o enemigo”. A los primeros se les protege bajo el manto de la santidad del líder, a los segundos se les expulsa del Paraíso, un Edén que sólo existe en las películas de Cantinflas.

México es una nación cada vez más diversa en términos étnicos, raciales, culturales, religiosos, sexuales y políticos. Qué bueno. Esto implica una pluralidad de ideas e intereses que deben procesarse a través de las reglas democráticas, cuyo basamento es el valor de la tolerancia.

El Presidente, en cambio, está haciendo un llamado al fanatismo en pleno siglo XXI. A unirse al proyecto dictado desde Palacio Nacional. A no cuestionar, sino asentir. A adorar “La Transformación” y al “Supremo Líder” que la encarna.

Decía Amos Oz, en su pequeño y brillante libro en contra del fanatismo, que la esencia de éste “reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”. “El fanático es un gran altruista. A menudo, está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere salvar tu alma, redimirte”.

¿Y si no queremos? ¿Y si pensamos diferente? ¿Y si creemos que él está equivocado?

No, eso no se vale en el mundo del fanático. Por eso, a menudo, acaban insultando, agraviando, expulsando e incluso asesinando a los apóstatas que se rehúsan a salvar sus almas. ¡Fuchi, caca a todos los que no quieran un México tan bonito como el de las películas de Cantinflas!

Twitter: @leozuckermann

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