Vivimos tiempos de reflectores: todo se ha vuelto un espectáculo, particularmente la política, no sólo en tiempos electorales (quizá donde la representación toca la cúspide) sino durante el ejercicio de gobierno. La gran exposición mediática a la que sometemos nuestra vida, como espectadores o parte de la puesta en imagen, nos hace a todos partícipes del espectáculo. Me he sorprendido a mí mismo tomando la foto de un platillo antes de clavarle el diente, peor aún, antes de probarlo difundo la imagen en las redes sociales, alimento el espectáculo de la misma forma que lo hace alguien más cuando comparte sus vacaciones o los accesorios que usa.
¿Dónde fue el primer elefante que viste en movimiento? Dependiendo de tu edad me dirás que en un zoológico o en un documental. Cada vez son menos quienes aprenden lecciones de la naturaleza en forma directa, el gran maestro de hoy es el espectáculo: los elefantes se ven impresionantes en documentales y animaciones digitales. La pantalla es el gran impostor de nuestra época, nos ha secuestrado la realidad y a cambio nos muestra una representación de ella.
Guy Debord publicó en 1967 La sociedad del espectáculo, un ensayo filosófico inquietante en el que advertía que el modernismo provocaba cambios sociales donde la vida «se manifiesta como una inmensa acumulación de espectáculos» en un mundo irremediablemente dividido entre realidad e imagen, un mundo invertido donde «lo verdadero es un momento de lo falso». Cualquier semejanza con nuestras campañas políticas no es mera coincidencia. Somos parte del espectáculo, uno donde llegamos a invertir las posiciones, pues, como dijo el filósofo francés, esta dinámica social «hace aparecer el espectáculo como su objetivo». Para muestra un botón, mejor dicho, un meme revelador que se difundió esta semana, decía algo así: «lo importante de ver el debate (presidencial) es para que entiendas los memes».
Especulo que en 1967 era más impactante ver la transformación social que hoy. En aquellos años la novedad de la televisión llegaba paulatinamente a los hogares, señal contundente de progreso y modernidad. Con su contenido limitado en alcance, audiencias y oferta de contenidos, la pantalla no competía con la vida real aunque sí con la convivencia familiar, desplazando en este sentido a la radio (precursora del espectáculo visual). Hoy en día la pantalla es la competencia de la vida. Los niños no salen a jugar, se conectan a jugar, suplantación de hábitos del mismo modo que ya no decimos de viva voz «¡feliz cumpleaños!», lo escribimos (en una pantalla).
Dentro de este espectáculo el meme tiene un sitio protagónico al ser, como dice mi colega Luis «Lagos», no sólo una mera forma de expresión sino un hábito mediante el cual se interpreta la política, se hace activismo, se construyen ideas sobre los candidatos y se toman decisiones sobre por quién votar.
Gutiérrez-Rubí llama Artivismo a la expresión de una nueva política que consume una sociedad organizada en la red, donde la creatividad transforma y ayuda a asimilar mensajes. El meme es una parte de este Artivismo y no sólo es la creatividad de la gente, es el activismo de la gente, su participación en la política, su boleto de entrada al espectáculo donde ahora pasa de espectador pasivo a actor y potencial provocador de cambios, un ciudadano empoderado en la memecracia, cuyo mensaje podrá ser difundido exponencialmente si es que logra ser innovador, divertido, impactante y, en suma, si mueve a la emoción o a la reflexión.
Siempre me han llamado la atención los puestos de remedios esotéricos en los mercados populares (otra forma de expresión del espectáculo), en mi juventud por una ferviente creencia en sus efectos, hoy en día como expresión antropológica de las supersticiones humanas. En esos puestos está el catálogo de dolencias sociales, se vende por igual la venganza y la reconciliación. En algunos mercados aparece ya, al lado de Malverde, la Santa Muerte y otros amuletos, la veladora con la imagen de AMLO; ¿el meme se volvió realidad o sólo confirma que nuestra cultura es surrealista?
Como sea, en este espectáculo el ciudadano sigue sin ser representado en el poder político, pero ahora tiene voz, voto y meme, la réplica, la protesta que no debe tomarse a la ligera.
@eduardo_caccia