Nada de lo que pensábamos que conocíamos del sistema de es igual. Códigos, formas, protocolos y hasta la idea de institucionalidad es radicalmente distinta y por ello es importante que las y los ciudadanos comprendamos rápido que éste es un cambio de época.

Con los hechos recientes, que ahora involucran a un miembro de rango de nuestras respetadas , también es relevante diferenciar entre la institución y quienes la conforman. Sin embargo, el daño en la confianza pública nos pone el reto social de analizar muy bien el proceder de quienes gobiernan y entender que su representación no puede estar asociada en su totalidad con el prestigio y la reputación de miles de y hombres correctos, honestos, que sirven a nuestra nación diariamente.

No obstante, de la misma forma que en otros casos similares, el descrédito avanza a mayor velocidad que el respaldo civil a aquellos espacios que funcionan dentro del ruinoso sistema político y económico que nos hizo votar masivamente para que el país dé un salto hacia el desarrollo y abandone, por fin, la corrupción sistémica y la impunidad.

No sé si lo lograremos en medio de tanto escándalo y división, pero ya estamos aquí, y debemos utilizar todo el peso de nuestra condición de ciudadanos para evitar, por un lado, el daño a nuestras instituciones y, por otro, participar para tener unas nuevas y mejores.

Depende de nosotros que no todo se quede en la , que, tristemente complica la mayor parte de las decisiones, el impacto temporal en la opinión pública o en la siempre compleja lucha electoral, el destino de los órganos de Estado que cualquier nación demanda para poder entrar en una ruta de crecimiento y certidumbre.

No hay duda de que a varios gobiernos anteriores se les olvidó el legado que deberían haber dejado para la y, en la inmediatez del poder, perdieron el rumbo. Hoy son juzgados no por el papel de quienes encabezaron, sino por sus colaboradores más cercano y bajo las acusaciones de otro país, nuestro vecino, que parece llevaba años de investigaciones al respecto.

Además de la exhibición internacional del deterioro sufrido durante tanto tiempo, tenemos que contemplar la eventual lucha de intereses entre el pasado y el presente por estos hechos; una batalla en la que, por lo general, solo pierde la ciudadanía.

Nada en contra de que se proteja a ningún presunto responsable de un delito, o de varios, pero debe ir a la par de una serie de acciones que mantengan y fortalezcan la confianza de las personas en las instituciones que conducen al país. Muchos especialistas han comprobado que las naciones que progresan tienen organismos y poderes sólidos, apreciados y respetados por su sociedad, que garantizan derechos, hacen cumplir obligaciones y administran con justicia las sanciones.

Si vamos en esa dirección con este nuevo escándalo, es una buena noticia; si de lo que se trata es de abonar mayor división y descrédito al Estado mexicano, pronto estaremos en un escenario del cual será imposible regresar: ya no creeremos en nada o en muy poco.

Y recuperar la confianza es un paso básico para tener credibilidad y, de ahí, el apoyo de la mayoría de la población, lo que garantiza acuerdos, unidad y consensos, todos aspectos que nos hacen falta, frente a la división que crece y se expande con dobles intenciones.

Si podemos edificar instituciones y normas respetadas por la mayoría, entonces le diremos adiós al pasado —no antes— y condenaremos socialmente hacia adelante a aquellos que busquen retornar a los vicios que tanto daño nos han hecho como país. Sin embargo, el camino es largo y las resistencias enormes, de un lado y del otro, para encontrar denominadores comunes que cierren ya esos pendientes históricos y podamos ver hacia adelante. Es evidente que cada escándalo nos regresa irremediablemente a esos momentos de caos y deterioro de los que no luce que podamos salir pronto.

La esperanza está en las y los miles de militares que son el corazón de nuestras Fuerzas Armadas y que con su dedicación han logrado cimentar respeto y respaldo de la sociedad mexicana.

Esta es una imagen, que es también un activo, a preservar por todas y todos, al igual que la reputación de otras instituciones en las que todavía confiamos.

Perder ese apoyo popular tiene un solo resultado: el descrédito de todos y de todo, lo que ya hemos vivido antes, que desemboca en una falta de legitimidad absoluta, nociva para cualquier país. Esta es nuestra oportunidad de hacer la diferencia entre lo que representan las instituciones y lo que es la actuación de quienes las encabezan e integran. El ideal es que éstas cuenten con las y los profesionales más capacitados, pero de no ser así, es importante entender que las instituciones las hacemos las y los ciudadanos, nosotros les damos credibilidad y las fortalecemos con nuestros actos, decisiones y presión social para que trabajen a favor de los intereses generales, que no son otros que los enfocados en mejorar las condiciones de vida de las y los mexicanos de bien.

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