Hay que agradecerle al presidente Trump, de , por obligarnos a vernos al espejo y preguntarnos qué tipo de país queremos ser. ¿Una nación abierta o cerrada al mundo? ¿Proteger nuestra nacional o apostarle al libre comercio? ¿Recibir a o negarles la entrada? ¿Adoptar ideas extranjeras o rechazarlas? ¿Qué quiere ser ahora que su poderoso vecino está siendo dominado por un Presidente nativista?

En 2016, The Economist publicó un número sobre la nueva división en el mundo. Argumentaba que ya no era entre izquierda y derecha sino entre los que querían mantener abiertos sus países al flujo de mercancías y migrantes y los que pretendían cerrar sus fronteras: nacionalistas versus globalistas.

En México, gracias a Trump, ya tuvimos la primera prueba. Frente a la amenaza del Presidente estadunidense de que sacaría a su país del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México optó por luchar para salvar un modelo de integración económica con los vecinos del norte. Tanto los gobiernos salientes y entrantes de Peña López Obrador se mostraron a favor del globalismo y, en conjunto, lograron que saliera adelante un nuevo tratado: el USMCA.

Trump nos ha puesto otra prueba difícil de qué tan nacionalistas o globalistas queremos ser. Me refiero al tema de los migrantes centroamericanos indocumentados, algunos de los cuales quieren pasar a México para seguir a Estados Unidos, otros que pretenden quedarse a trabajar en nuestro país. Si no tienen documentos migratorios, ¿debemos dejarlos entrar o deportarlos a sus países de origen? ¿Abrir o cerrar nuestras fronteras a gente que viene huyendo de la pobreza y la violencia?

La realidad es que México nunca ha sido un país generoso con los migrantes. Salvo por los honrosos exilios de los republicanos españoles en los años treinta y los perseguidos políticos de las dictaduras sudamericanas en los setentas, nuestro país siempre ha sido difícil en materia migratoria. Contamos con una de las legislaciones más restrictivas del mundo.

Mientras tanto, millones de mexicanos han emigrado a Estados Unidos sin documentos buscando mejores oportunidades económicas. Desde aquí, hemos demandado el respeto a sus derechos. Si queremos ser consistentes, debemos tratar de la misma forma a los centroamericanos en México. Dejarlos pasar, sin documentos, para que migren a Estados Unidos o darles la oportunidad de quedarse a vivir en nuestro país. No podemos ser candil de la calle (en Estados Unidos) y oscuridad en la casa (aquí en México).

Nunca he ocultado mi preferencia a favor del globalismo. He estado, estoy y seguiré estando a favor de la apertura de México a las mercancías, migrantes e ideas. Estoy convencido de que el país gana más estando abierto que cerrado. Pero los vientos mundiales están cambiando a favor de la opción nacionalista. Los estadunidenses, en particular, eligieron a un Presidente que odia el libre comercio y la migración. A los indocumentados quiere echarlos a patadas, incluyendo a millones de mexicanos. Ahora con las caravanas de que pretenden ir a Estados Unidos, quiere que México le haga el trabajo sucio de pararlos en su frontera.

Por desgracia, eso hicimos la semana pasada. No por nada, el mismísimo presidente Trump y sus adláteres aplaudieron a rabiar al de Peña. Muchos mexicanos, más inclinados al modelo nacionalista, se expresaron a favor de detener a los centroamericanos en la frontera: a prohibirles la entrada, como lo hacen los estadunidenses con nuestros paisanos indocumentados. Piensan, y así lo expresan, que los mexicanos tienen que tener prioridad en los empleos que se generen en México.

Es la reacción nacionalista producto de los vientos de cerrazón que soplan en todo Occidente. Por fortuna, el Presidente electo, López Obrador, ha tenido una postura más globalista en el tema. Ha ofrecido la posibilidad de darles visas de trabajo a los centroamericanos en México. Desde mi punto de vista, es lo correcto y consistente para un país como el nuestro.

Sin embargo, muchos mexicanos van a sentir que esto es injusto y demandar prioridad para los connacionales. Eventualmente, aparecerá un líder nacionalista que tratará de aprovechar este sentimiento. Un FarageTrumpLe PenWildersErdoganPutin o Bolsonaro mexicano. Alguien dispuesto a manipular a la gente con los sentimientos más tribales del ser humano.

Por lo pronto, hay que agradecer al presidente Trump por obligarnos a vernos en el espejo y tomar la decisión de qué queremos ser: un país más globalista o nacionalista. Espero no equivocarnos.

                Twitter: @leozuckermann

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