En la vida, hay noticias que van y vienen cual si fueran oleaje marino. Una de ésas es la UNAM. Desde que soy pequeño, y vaya que ya han pasado varios años desde entonces, los movimientos universitarios de nuestra máxima casa de estudios son una constante más que una variable. Me temo que otra vez parece que se está formando una nueva ola de inconformidad y movilización en la UNAM.
Coincide, como en años pasados, con la sucesión presidencial. Casualidad o no, el hecho es que alguien está atizando los viejos conflictos con fines políticos. No es sorpresa, en este sentido, que una de las demandas de varios grupos universitarios sea la renuncia de Enrique Graue. El propio rector, en un ejercicio de enorme candor, ha confesado que no entiende que está pasando. Se agradece su sinceridad. El problema es que, en lo que acaba por comprender por dónde vienen los obuses, se le puede ir el puesto.
Graue, a diferencia de sus dos antecesores, es un auténtico académico. Carece de la sensibilidad política de Juan Ramón de la Fuente y José Narro para detectar los conflictos que siempre pueden escalar y poner en jaque la rectoría de la UNAM. El rector se encuentra en una coyuntura crítica que bien podría costarle un puesto muy apetitoso para muchos, sobre todo ahora que el poder público en el país está por cambiar de manos.
Quizá no sepamos bien a bien qué está pasando en la UNAM, pero la realidad es que hay muchos intereses poderosos detrás del conflicto. ¿Quién es la mano que está meciendo la cuna? Quizá no haya una sola, sino varias.
Para empezar, la universidad vive, como todo el país, una ola de violencia. Por su historia y particulares características, la UNAM nunca ha tenido un sistema de seguridad sólido y confiable. La policía universitaria es testimonial: guardias desarmados que patrullan las escuelas en pequeños automóviles. No es gratuito, en este sentido, que se cometan delitos en los distintos campus universitarios sin consecuencias algunas. Asesinatos, robos y extorsiones se han convertido en una triste realidad universitaria, como en todo el país. Y los criminales quieren seguir medrando.
Juventud es rebeldía. Esto siempre ha implicado la compra-venta de drogas en la universidad, que estúpidamente siguen siendo ilegales en nuestro país. Los narcos se han apoderado de territorios completos del campus universitario donde operan con toda impunidad sus rentables negocios. Son un grupo de poder que defiende sus intereses con medios violentos. Ni la UNAM ni el gobierno capitalino ni el gobierno federal se atreve a enfrentarlos. Ahí están, luego entonces, enquistados en el mapa de conflictos universitarios.
Como están diversos grupos políticos. Ultras que todavía sueñan con una revolución social. Porros financiados por distintos partidos. Oportunistas que siempre se venden al mejor postor. La UNAM, en este sentido, es una Placa de Petri donde se cultivan todo tipo de microorganismos políticos enfrentándose por su supervivencia y dominio.
A todo eso hay que sumar a una comunidad estudiantil con demandas muy legítimas por las perennes carencias presupuestales. Tienen toda la razón de exigir la salida de los distintos grupos de porros de las instalaciones. Pero también que los profesores asistan a sus clases a tiempo, que los baños sirvan, que los laboratorios tengan el material adecuado y un sinfín de exigencias que son del más básico sentido común.
Las olas conflictivas en la UNAM denotan que la universidad siempre está viviendo en un equilibrio muy endeble. El cóctel es realmente explosivo: no hay una seguridad sólida en las instalaciones; hay muchos grupos delictivos, en particular de narcomenudistas, que operan con toda impunidad; conviven múltiples grupos políticos con ideologías enfrentadas que se pelean por el poder y existe una perenne presión presupuestal que genera problemas cotidianos en la docencia e investigación. No está nada fácil para cualquier rector administrar una institución así. Mucho menos un académico que carece de experiencia política. Graue, en este sentido, está metido en un brete que le puede costar su puesto. Duele decirlo, pero quizá eso es lo menos importante porque, entre que son peras y manzanas, el conflicto puede escalar generando una ola de tal tamaño que ponga en peligro, como en otras ocasiones, a los gobiernos de la capital, el federal entrante y el saliente. Urge, en este sentido, apagar el fuego lo antes posible para que no termine en otro enorme incendio característico de la siempre frágil UNAM.
Twitter: @leozuckermann