«Los estragos fueron terribles, cerráronse los templos, suspendieron sus trabajos los tribunales, arruinóse el comercio, comenzaron a desplomarse y caer multitud de casas…», escribió hace 133 años Vicente Riva Palacio, para contar una de las más terribles inundaciones, en 1629, en la capital de la Nueva España, territorio lacustre, subsuelo lodoso, capricho de los conquistadores por establecerse en el islote de la Gran Tenochtitlan y no en tierra firme: Coyoacán, Mixcoac, Chapultepec, Azcapotzalco, Tepeyac o tantas otras villas que circundaban el gran Lago de Texcoco, al que cantamos entre tequila y mariachi para recordar que Mi ciudad es chinampa en un lago escondido, el mismo que nos recuerda que ahí estuvo, con esa profundidad de gelatina que hace vulnerables las edificaciones y donde nos obstinamos en hacer ciudad, llenarlo de edificios y cicatrices, lago amenaza, no lago recurso, en el que estrangulamos poco a poco sus acequias sin reconocer que nuestros antepasados prehispánicos entendían de mejor forma la relación de su vida con el agua, porque nos obstinamos en convertir la zona navegable en calles y calzadas y orgullosamente le llamaron la Ciudad de los Palacios, ciudad mítica, mágica, mutante, la región más transparente del aire, el Valle del Anáhuac, valle que tiembla, urbe incansable, la que tiene las piedras torturadas de Carlos Fuentes, donde ya no es Tepeyóllotl, el corazón del monte, a quien los aztecas atribuían los movimientos de tierra, aquí cambiamos de Dios pero no de subsuelo, el mismo que en sus vaivenes ha comprimido edificios de igual forma que esta columna se ha quedado con párrafos encimados, derrumbe sin pausa de letras e ideas, apenas sostenidas por algunas puntuaciones que son como esa respiración tan contenida por tantos que han salido a las calles con espanto pero también con una solidaridad que cala en los huesos, en los cimientos mexicas y peninsulares de nuestra vulnerada humanidad que entre nubes de polvo y montañas de escombro, desde el primer minuto de la terrible sacudida, ha estado ahí como en una gran convocatoria no ensayada por simulacro alguno, sin más deseo que salvar una vida, sin más herramientas que las manos, impulsados por el instinto noble que hemos rescatado de entre nuestras propias ruinas, eso que le llaman «ser mexicano», eso que Navalón ha calificado como «lo mejor de la condición humana», eso que un extranjero, Eric Nusbaum, escribió en inglés desde su Twitter: «La Ciudad de es la más grande, amigable, vibrante, dañada, con más alma, la más jodida, el lugar que más te cambia la vida en el mundo. Los chilangos viven cada día con grave corrupción, tráfico, smog y delitos, y aún así se las arreglan para ser los mejores vecinos sobre la tierra. Haber vivido ahí, tan sólo por un par de años, me hizo mejor persona». Y uno no puede escuchar y leer estos testimonios sin que ocurran las lágrimas, esas que hoy se lloran por los muertos en la capital, en la calle de mi infancia, Ámsterdam, en Morelos, Puebla, Oaxaca, Chiapas, pero también las lágrimas que brotan luego de un rescate extraordinario, donde la banqueta ha sido el espacio para refundar nuestra civilización, el sitio donde se ha dado el juramento menos formal y más trascendente de nuestra especie, ver por el prójimo como te gustaría que vieran por ti, como mi sobrino, Carlos, que desde el MIT formó una plataforma tecnológica para vincular apoyo Ofrezco-Necesito donde muchos entraron a hacer sus peticiones y luego se mapearon con precisiones inéditas una información que terminó siendo parte del C5 y otras instancias informativas cuya labor es conectar manos y corazones ¡caray! ¡¿de qué estás hecho, México?! que más allá del mole los tacos el mariachi tus zonas arqueológicas tus playas de embeleso y sobre todo tu gente México la misma que he visto en postales imborrables como esa cadena humana que bajo la lluvia y el granizo no ha parado como tampoco ha habido tregua para tantos rescatistas profesionales e improvisados alimentados por manos generosas que han abierto todo lo que antes estaba cerrado desde una clave para el internet hasta una toma de electricidad pasando por compartir el techo de la propia casa y yo sin querer me he quedado sin palabra y aquí sin puntuación pues nada detiene eso que todos vimos y sentimos y que ahora sabemos es más que color y confeti es un puño en alto del tamaño de nuestro corazón que debería ser el nuevo símbolo de este gran país #FuerzaMéxico.

@eduardo_caccia

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