Terminado ese lapso metafísico del Guadalupe-Reyes -más que dos fechas rituales, un estado de ánimo- es inevitable encarar la realidad del 2018, año en el que uno de los productos más cotizados será el voto ciudadano. Postores de diversos colores se aprestan a explotar uno de los verbos favoritos del periodo electoral, pero también de la idiosincrasia mexicana: prometer. Tenemos un país en el que a los políticos les gusta prometer y a (la gran mayoría de) la gente le gusta escuchar promesas. ¿Qué sería de la esperanza sin promesas?
¿Existe en la mayoría de la población la capacidad crítica y analítica para decidir el voto? No lo creo, por ello, es más importante lo que un candidato promete que el cómo lo cumple. Históricamente al gobernante le ha convenido una sociedad pobre en educación y millonaria en deseos (condicionada a recibir). El can- didato es dos preguntas implícitas: «¿qué nos trajo?» y «¿qué nos va a dar?». De aquí que las despensas compren votos.
Todo indica que escucharemos el mismo diagnóstico y las mismas promesas de siempre, con algunas ocurrencias como la amnistía al crimen organizado y programas altamente subsidiarios y populistas que no hacen sino crear más de aquello que pretenden combatir (repartir dinero a los jóvenes ninis no hará sino motivar que haya más ninis, alimenta la noción de «yo ciudadano merezco recibir» sin hacer nada, y «el gobierno tiene la obligación de darme», y me dará si es bueno). ¿Habrá alguien que tenga la audacia de proponer medidas no tradicionales a nuestros tradicionales males? Algunas propuestas «fuera de la caja» serían reformadoras.
Legalización de las drogas. A mayor prohibición, mayor deseo, mayor valor, mayor demanda, mayor persecución, mayor criminalización. Una propuesta que implique la legalización gradual, bien pensada, con medidas colaterales para atacar el problema bajo una perspectiva de salud y no sólo de delincuencia, sería un duro golpe al negocio del narco. La historia está llena de evidencia: la prohibición aumenta el deseo y el consumo. Desde el alcohol a principios del siglo pasado en EU, hasta la película El crimen del Padre Amaro en México (cuya efectiva e involuntaria campaña de publicidad corrió a cargo de la Iglesia Católica), hasta el fresquísimo libro Fire and Fury cuya difusión en papel y digital ha sido impresionante en tan sólo unas horas (luego de que la Casa Blanca hizo la gran promoción: intentar detenerlo).
Reforma fiscal y económica promotora de crecimiento e inversión. Contrario a lo sucedido en este sexenio, necesitamos una política que aliente (premie, no castigue) el desarrollo de empresarios, la creación de empresas y fuentes de trabajo, acompañada de un IVA generalizado y una baja en el ISR. Además, el gobierno requiere cambiar su visión y la forma en la que trata de generar desarrollo social. Recomiendo considerar lo expuesto por Simón Levy en su libro Crecer sin deuda; plantea pasar de un Estado despilfarrador a uno generador y orquestador de riqueza pública.
Prueba psicológica. Es tan grande la responsabilidad de dirigir un gobierno, más en el caso de gobernadores y presidente de la República, que sería muy conveniente tener un análisis de su personalidad a través de un examen hecho por profesionales. Los resultados deberían ser públicos y la gente podría ponderar su voto también en función de los hallazgos. ¿Quién de los candidatos se apunta?
Eliminar la publicidad gubernamental. Más allá de los necesarios avisos con temas sociales, no necesitamos que los políticos gasten nuestro dinero anunciando que están cumpliendo su obligación (con nuestro dinero). El ahorro en este rubro debería usarse para mejorar la plataforma educativa e invertir en las dos siguientes:
Tecnología contra la corrupción. El apoyo de sistemas y aparatos que facilitan la vida a los involucrados, y no requieren la participación humana en miles de trámites burocráticos, combate la corrupción.
Profesionalización radical de policías municipales. Más que el espejismo del mando único, necesitamos elementos con otro nivel de preparación y equipamiento.
Hay más propuestas; ahí dejo seis que no son más de lo mismo y que requieren de audacia y visión metageneracional, materia prima de estadistas.
@eduardo_caccia