Como las olas del mar, hay temas que regresan una y otra vez a la palestra. Desafortunadamente, Venezuela es uno de ellos. Así lo califico porque, mientras no haya una resolución definitiva del problema, seguiremos hablando de este penoso asunto de manera recurrente.
Ayer, la oposición liderada por Juan Guaidó lanzó una nueva ofensiva para tratar de convencer a los militares de que deserten y se unan a su causa. Al final de la jornada no queda claro que hayan tenido éxito. Al parecer, las Fuerzas Armadas siguen siendo leales, por comisión u omisión, al gobierno chavista de Nicolás Maduro.
Difícil entender este lance de Guaidó y compañía. El problema es que el tiempo siempre ha jugado a favor del chavismo en Venezuela. Mientras pasen los días y no pase nada, ahí siguen Maduro y compañía detentando el poder que perdieron en las urnas en las elecciones legislativas de 2015. Mientras tanto, cual enorme pulpo, van extendiendo sus tentáculos para irle cerrando espacios a la oposición. Así lo hicieron con Leopoldo López, quien seguía bajo arresto domiciliario, y ahora pretendían obstaculizar al nuevo líder opositor, Juan Guaidó. Se hablaba, incluso, de la posibilidad de detenerlo o deportarlo para sacarlo de la jugada.
Efectivamente, el tiempo juega a favor de Maduro. Y por eso, supongo, la oposición se vio obligada a actuar para encender de nuevo la llama de su movimiento. No es gratuito, en este sentido, la aparición de López y Guaidó, juntos, llamando a las Fuerzas Armadas a unirse para derrocar a Maduro y convocar a unas nuevas elecciones.
¿Con quién están los militares? Ésa ha sido y seguirá siendo la pregunta relevante en este tema.
Es claro que algunos estamentos se mantienen leales al chavismo. Han sido de los grandes beneficiarios del régimen político instaurado por Chávez y que hoy encabeza Maduro, junto con Diosdado Cabello. La oposición, sin embargo, argumenta que también hay grupos de oficiales y tropas quienes, hartos por la grave crisis económica, están dispuestos a cambiar de bando. A esta ecuación hay que incorporar a la Guardia Nacional, la policía militarizada que reforzó Chávez y que cuenta con 23 mil efectivos, y la Milicia Bolivariana, cuerpo de ciudadanos, algunos armados, supuestamente dedicados a defender la Revolución y que podrían sobrepasar el millón de personas.
El conflicto interno también tiene una fuerte dosis de geopolítica internacional. A la oposición la apoya el país hegemónico continental —Estados Unidos— y la mayoría de las democracias liberales de América Latina. No es poca cosa. Del otro lado, a los chavistas los apuntalan Rusia y ciertas naciones latinoamericanas de izquierda (Cuba, Nicaragua, Bolivia). Estamos frente a una extraña recreación de la Guerra Fría en pleno siglo XXI, tres décadas después de la caída del Muro de Berlín.
Por su parte, el gobierno mexicano se mantiene en la línea de la “no intervención”. Pero la “no intervención” en realidad sí es intervención a favor del statu quo, es decir, en los hechos, en la práctica, el presidente López Obrador apoya al gobierno de Maduro, quien, sistemáticamente, rehúsa aceptar nuevas y auténticas elecciones presidenciales que seguramente perderían por la situación económica crítica que atraviesa ese país.
El canciller Marcelo Ebrard ayer volvió a insistir en que México facilitaría el diálogo entre las dos partes en conflicto. Suena bien. El problema es que la oposición venezolana ya no quiere diálogos, porque entiende perfectamente que son un mecanismo de los chavistas para ganar tiempo y permanecer en el poder. En años pasados ya hubo intensos y largos diálogos con mediadores, como el papa Francisco y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero. No llegaron a nada porque los chavistas, muy mañosos, dilataron el proceso para ir debilitando a la oposición. Así que la oferta mexicana es más retórica, para salirse por las ramas. Desafortunadamente, en la práctica, implica el apoyo a Maduro y compañía.
En fin, que el tema venezolano está lejos de resolverse. Estamos frente a una tragedia humana en nuestro continente. No sólo por el sufrimiento de una población víctima de una dictadura empeñada en quedarse en el poder a toda costa. También por la violencia que se está germinando día con día. Esto, me temo, va a terminar muy mal. Pobre Venezuela: cada vez más lejos de la sensatez, cada vez más cerca de la furia.
Twitter: @leozuckermann