Con la novedad de que el presidente Andrés Manuel López Obrador no irá al Congreso a presentar su Primer Informe de Gobierno. Como sus dos antecesores, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, enviará a su titular de Gobernación, en este caso a Olga Sánchez Cordero, a entregar el documento respectivo el primero de septiembre por la tarde. En la mañana de ese día, dará un discurso en el Patio Central de la sede del Poder Ejecutivo Federal: el Palacio Nacional. De esta forma, se cumplirá el ritual de los años recientes.
¿Cuál ritual?
El de los comentaristas recordando las épocas del presidencialismo imperial donde el día del Informe era el del Presidente. Luego, rememorando cómo las cosas cambiaron durante el último Informe de Miguel de la Madrid. Después, las burlas y enfrentamientos de diputados y senadores con Carlos Salinas de Gortariy Ernesto Zedillo. Posteriormente, la expulsión del jefe del Estado del Congreso en el último año de Vicente Fox motivado por López Obrador, quien, dentro y fuera de San Lázaro, organizó protestas en contra del supuesto fraude electoral de 2006.
Acto seguido, la invención de un nuevo formato en épocas de Felipe Calderón,donde el presidente daba su discurso en Palacio Nacional con sus invitados especiales.
Recordar toda esta historia para terminar quejándose de que, desde la transición a la democracia, no hemos podido inventar un nuevo ritual republicano donde el Ejecutivo, en un ejercicio de rendición de cuentas, informe a los representantes del pueblo.
Una vergüenza.
Así es el nuevo ritual del no Informe: columnistas y editorialistas evocando esta historia y lamentándose de que nuestro presidente no pueda dar un discurso frente al Honorable Congreso de la Unión. Bueno, pues con este artículo de rigor, el que escribe estas líneas cumple, de nuevo, el ritual anual.
En cuanto al presidente López Obrador, nada nuevo. Ninguna transformación. Imitará a sus antecesores y organizará su propia “fiesta”. A Palacio Nacional llegarán sus invitados especiales. La vieja y la nueva élite del poder político, económico, social y mediático.
Se harán los respectivos honores a la investidura y, con la banda presidencial en su pecho, López Obrador procederá a exagerar los logros de su gobierno y minimizar los errores y pendientes.
Los asistentes le aplaudirán como focas. Con toda seguridad, habrá funcionarios públicos acarreados para llenar todos los espacios. El Presidente dará sus famosos “otros datos” creando, como en el pasado, un efecto somnífero más fuerte que el tafil.
Uno se pregunta, ¿para qué sirve esto?
¿No valdría la pena que el Presidente regresara al Congreso en un nuevo formato donde la oposición, por más chiquita que hoy sea, le pudiera cuestionar algunas cosas?
¿Se nos acabó la imaginación?
¿No era la izquierda la que en el pasado pedía cuestionar al presidente durante los informes de gobierno?
¿No fue Porfirio Muñoz Ledo el primer legislador de oposición en interrumpir al presidente Miguel de la Madrid solicitando un diálogo con el jefe del Estado?
¿Dónde quedaron esas demandas de apertura democrática?
Pues en el pasado. Porque, en el presente, estos mismos actores, que ahora gobiernan, prefieren mantener el formato de un evento controlado donde el Presidente aparezca como el personaje todopoderoso del sistema político al que todos los invitados aplauden a rabiar.Mejor esa imagen que la de un mandatario cuestionado, por ejemplo, por el nulo crecimiento económico o la creciente violencia en el país.
Termino este artículo regresando al ritual anual de los comentaristas insistiendo en la urgencia de que el Presidente regrese al Congreso a informar con un nuevo formato que, de alguna forma, permita un diálogo más que un monólogo como en el pasado.
Nada, absolutamente nada, puede sustituir un ejercicio de rendición de cuentas del Ejecutivo frente al Legislativo en una democracia. Ni discursos con invitados especiales en Palacio Nacional ni town halls como hizo Peña un año. Es una pena que la clase política actual hable de una regeneración del poder y haga lo mismo que en el pasado. Es la incapacidad de inventar un nuevo ritual republicano. No les interesa. Su prioridad es proteger al Presidente, arroparlo para que salga lo mejor librado frente a la opinión pública. Certifique, por favor, el buró de comentócratas profesionales que el presente columnista, con este artículo, ha cumplido con el ritual anual de quejarse por eso.
Twitter: @leozuckermann