La complejidad humana tiene un lado fascinante, la posibilidad de descubrir costumbres distintas a la de uno y, lejos de llegar a la frustración, esa parada tan frecuente en la travesía de la vida, tratar de entender la lógica detrás de lo que a uno se le hace raro, inverosímil o hasta ofensivo. Por supuesto, esto es una visión muy antropológica de la vida, que al bajarnos la soberbia, nos deja en posición de aprender y de aceptar que la humanidad es una enorme colección de significados para actos no tan diversos. Veamos algunos casos.
Hace algunos años, cuando recientemente me había mudado a vivir a California, mi esposa me hizo un encargo para el supermercado. En la lista de víveres y provisiones aparecía un artículo de primera necesidad que, por increíble que parezca, no encontré en los anaqueles. Fui a una tienda y luego a otra y a otra, y cuando preguntaba a los empleados ponían una cara como si les hubiera inquirido por uranio enriquecido. Mi esposa no me creía cuando le dije que en Estados Unidos no existía un desinfectante de frutas y verduras, por una sencilla razón: esos productos no necesitan ser desinfectados, como en México. Las normas sanitarias de aquel país implican la venta de productos en tales condiciones que los microbicidas no se usan a nivel doméstico. Nuestra lógica, nuestro código cultural, muy acentuado por defendernos del acecho de parásitos y demás bichos, nos lleva a dar por descontado que toda fruta y verdura debe desinfectarse. Lo que es evidente en un lugar, puede no serlo en otro.
La existencia de otra realidad y su aceptación es quizá un acto de madurez, también de sabiduría. Lo que es obvio para un grupo social, no necesariamente lo es para otro. En la escuela no nos enseñan a pensar así. Incluso el concepto de «códigos culturales» no sólo no es parte de los planes de estudio, podemos pasar toda una vida sin entender qué es. De ahí que cuando escuchamos que «la corrupción es cultural» muchos se sientan ofendidos porque lo relacionan con la nacionalidad, no con un hábito social.
Viviendo en Estados Unidos pronto fue notoria otra ausencia. Cuando estábamos buscando casa para vivir, notamos la increíble carencia de un elemento básico. Parecía inconcebible una falta tan notoria y evidente, las casas nos parecían incompletas por no tener un «baño de visitas». ¿Por qué una casa requiere un espacio destinado a esos seres que de pronto tocan el timbre, muchas veces sin previo aviso? La respuesta es obvia: porque existen las visitas. Entonces, en un país donde las visitas en casa no son un elemento protagónico de la vida social, ¿para qué destinar un espacio a las visitas si no hay visitas?
Este «descubrimiento» me llevó a entender que la distribución de una casa para un mexicano es distinta que para un gringo, ya que para el primero es importante planear ese día en que su casa recibirá decenas de intrusos. Por ende es común que cuando elige casa, las preguntas no sean nada más relacionadas a su núcleo familiar sino a esos esporádicos visitantes. ¿Por dónde van a pasar al jardín cuando vengan las visitas? Cuando hagamos una fiesta, ¿qué baño usarán? Para el mexicano, la casa es un potencial salón de eventos, para el gringo, no.
Estas ausencias de elementos obedecen a nuestra diferente forma de ver el mundo. Muchas veces incluso dentro de la misma nacionalidad. Las diferencias de género son un capítulo aparte. Pensemos por ejemplo en los cuartos de hotel que no tienen un espejo de cuerpo entero. Generalmente ese artefacto no será echado de menos por un hombre. No sucede lo mismo con la mujer, ella necesita reflejarse de pies a cabeza. Un medio espejo hará que se suba en una silla y haga piruetas para intentar ver su imagen completa. ¿Por qué el cuarto de hotel no tiene espejo de cuerpo entero? La respuesta usualmente es porque lo diseñó alguien con visión masculina, no femenina.
Si tuviéramos una formación básica sobre qué son los códigos culturales, tendríamos personas más tolerantes y empáticas ante lo otro, lo diferente. La naturaleza humana, tribal al fin, tiende a pensar que su lectura de la realidad es la buena, la que debe imperar.
Detrás de una ausencia hay una obviedad, entenderla es una forma de conectar con los demás y, claro, ser feliz.
@eduardo_caccia