Están rodeados de una corte de subalternos que todo el día les están haciendo la barba. No se tienen que preocupar de asuntos mundanos como pagar la colegiatura de sus hijos. Cuentan con un equipo de seguridad y, cuando necesitan algo, levantan el teléfono y lo consiguen. Tienen poder. Algunos más, otros menos. Y, generalmente, les encanta. Lo gozan. Lo utilizan. Me refiero a los políticos que gobiernan los países.
El problema es cuando el poder se les sube a la cabeza. Cuando se creen que el poder de la oficina que representan se traslada al ámbito personal. Cuando ya no son humanos, sino superhumanos. Casi dioses.
Es lo que le pasó a Donald Trump, uno de los políticos más poderosos del planeta. Creyó que nunca se contagiaría de covid-19. Él, que tiene tanto poder y es uno de los personajes más cuidados del orbe.
Por eso se daba el lujo de no seguir las recomendaciones sanitarias de su propio gobierno. No utilizaba cubrebocas. No respetaba la sana distancia. Seguía organizando reuniones multitudinarias ahora que está en campaña.
No sólo él, sino toda su familia. Para el debate presidencial del martes pasado los organizadores le solicitaron a la prestigiosa Clínica Cleveland que estableciera las reglas sanitarias para el evento. Una de ellas era que todo el público presente utilizara cubrebocas. Ninguno de los miembros de la familia de Trump cumplió con esta normatividad. Tampoco el chief of staff del presidente. No, porque ellos están por arriba de las reglas. Son poderosos: superhumanos. El virus no puede entrar a sus cuerpos.
Así se sienten, pero desde luego que están equivocados. La realidad es que son igual que todos nosotros: de carne y hueso.
Y, bueno, pues ya les cayó el chahuistle. Donald Trump se contagió de coronavirus. El presidente de Estados Unidos ya salió del hospital. Sin embargo, médicos que han tratado a pacientes con covid-19 afirman que su recuperación no será rápida, ya que se encuentra en el grupo de personas con mayor riesgo por su edad, obesidad y condición cardiovascular.
Junto con Trump se encuentran infectados su esposa, Melania, el jefe de su campaña, algunos políticos que convivieron con él, así como colaboradores cercanos, como su secretaria de prensa.
Al parecer, el foco de infección ocurrió en un evento en la Casa Blanca, donde el presidente nominó a la jueza Amy Coney Barrett para ser ministra de la Suprema Corte de Justicia. En las imágenes de dicha ceremonia se ve, de nuevo, la soberbia presidencial al no respetar las medidas sanitarias para evitar el contagio del coronavirus. No hubo sana distancia, muchos de los asistentes no utilizaron cubrebocas y, después del evento, que fue al aire libre, algunos se fueron a celebrar a un espacio cerrado.
¿Qué más pruebas quieren los estadunidenses para finalmente convencerse del catastrófico manejo de su gobierno en el manejo de la pandemia que su presidente hospitalizado por no respetar las recomendaciones sanitarias?
Vale la pena mencionar que Trump, desde el comienzo de la epidemia, minimizó el posible impacto de ésta. Su actitud desafiante a ponerse cubrebocas era parte de una estrategia política-electoral. “Aquí no pasa nada. Vamos a salir adelante. Somos la nación más poderosa del planeta”, era el mensaje.
Y su base electoral, como siempre, se lo creyó y hasta festejó. El uso del cubrebocas se convirtió en un asunto político. Había estadunidenses que no se lo ponían como muestra de apoyo al presidente.
Los sueños guajiros suelen caerse como castillo de naipes. A pesar de los mensajes que está tratando de enviar la Casa Blanca de que el presidente es un “guerrero” que se va a curar rápido de covid-19, la realidad es que ya se enfermó y fue a parar al hospital, donde le administraron oxígeno y un coctel de medicinas experimentales. Quién sabe cuál será el desenlace de esta historia a menos de un mes de que los votantes decidan si lo reeligen o no.
En la antigua Roma, cuando un general entraba victorioso a la ciudad, un siervo lo acompañaba repitiéndole la frase Respice post te! Hominem te esse memento!. Traducción: “Mira tras de ti y recuerda que eres un hombre y morirás”. Esto con el objeto de que no se le subieran los humos al festejado. Evitar la soberbia del poder. No creerse superhumanos, casi dioses. No lo son y, por eso, se contagian de enfermedades, igual que todos nosotros.
Twitter: @leozuckermann