La innovación requiere de invenciones y las invenciones empiezan con ideas. Aunque la inteligencia artificial puede, en algún punto en el futuro, complementar las ideas humanas, en el presente solo los humanos son capaces de producir ideas nuevas. O, como el economista de George Mason University Don Boudreaux señaló en un artículo de 2018, “No hay recursos naturales”, “la mente humana es el último recurso porque esta, y solo esta, crea todos los demás insumos económicamente valiosos que llamamos ‘recursos’”. Dicho esto, las ideas son algo misteriosas. No aparecen en las imágenes de las resonancias magnéticas o en el ADN de las personas. No sabemos quién las tendrá o cuándo aparecerán. Para citar al libro de 2020 de Matt Ridley How Innovation Works: And Why It Flourishes in Freedom:
“A diferencia de la mayoría de los deportes en equipo la innovación usualmente no es algo que se hace en coreografía, de manera planificada o administrada. No puede ser fácilmente predicha, como muchos pronosticadores con el rostro rojo han descubierto. Esta se da en gran medida mediante un proceso de prueba y error, la versión humana de selección natural. Y usualmente se tropieza con grandes avances cuando está buscando otra cosa: es sumamente fortuita”.
De hecho, la mayoría de las personas no inventan algo. En su libro de 2018, The Social Leap: The New Evolutionary Science of Who We Are, Where We Come From, and What Makes Us Happy, el psicólogo de la Universidad de Queensland William von Hippel señaló un estudio del Reino Unido mostrando que solo 6 por ciento de las personas reportaron modificar un producto o innovación durante los últimos tres años. La proporción de innovadores era incluso mucho más baja en otros países (5,2 por ciento en EE.UU., 5,4 por ciento en Finlandia, y 3,7 por ciento en Japón). Podría parecer extraño que en una especie que ha prosperado mediante la tecnología, solo una pequeña porción de la población invente algo.
Pero mientras que los logros humanos son en gran medida medidos según el avance tecnológico, es importante recordar que nuestra evolución está definida por la innovación social. Descifrar cómo lanzar una piedra era un problema técnico, pero utilizar las piedras para repeler a los depredadores requería de una solución social —un bombardeo coordinado. El homo erectus inventó herramientas que fueron superiores a aquellas producidas por los homínidos anteriores. Pero la división del trabajo, que mejoró la manufactura de esas herramientas y que permitió a nuestros ancestros cazar animales grandes, fue algo totalmente social. Finalmente, el fuego aumentó nuestra capacidad de extraer calorías de los alimentos, pero sin utilizar el fuego en las reuniones sociales, nunca hubiésemos desarrollado las ricas y diversas culturas que hicieron posible la acumulación del conocimiento. La tecnología hace que nuestras vidas sean más fáciles, pero el éxito de nuestra especie depende de nuestra habilidad de cooperar y organizarnos como sociedad.
Además, dado que la aptitud evolutiva de los individuos humanos está principalmente basada en su capacidad de cooperar, la mayoría de las personas, cuando son confrontadas con un problema, eligen una solución social en lugar de una técnica. Si usted necesita ponerse bloqueador en su espalda, es más fácil pedirle a un amigo que se lo ponga en lugar de inventar al estilo MacGyver un aparato para colocárselo usted mismo en la espalda. La única razón para no pedir ayudar sería que no tiene amigos cerca o (y esto es crucial) que usted tiene una característica única de personalidad que hace que pedir ayuda no le resulte atractivo. Los individuos menos sociales parecen ser más proclives a inventar una solución técnica en lugar de una social. Eso tiene sentido intuitivo. Las personas que preferirían resolver un problema por sí mismos es más probable que inventen algo. Además de la intuición, hay mucha data que sugiere una correlación negativa entre la sociabilidad y la innovación tecnológica. “Los ingenieros y los científicos físicos muestran niveles más altos de características autísticas (una de las cuales es la orientación social disminuida) que las personas en las humanidades y ciencias sociales”, señaló von Hippel. “No debería sorprender que los ingenieros y científicos físicos también son más proclives que las personas en las humanidades y ciencias sociales a tener patentes y también es más probable que innoven productos para su propio uso. Como un ejemplo notable, Silicon Valley es un punto caliente de innovación tecnológica y también muestra una concentración inusual de personas dentro del espectro autista”.
El patrón se extiende a las diferencias entre los sexos también. ¿Por qué? En promedio, las mujeres son más sociales que los hombres. En términos de preferencias de trabajo, por ejemplo, las mujeres están más interesadas en trabajar con otras personas, mientras que los hombres están más interesados en trabajar con cosas, tales como herramientas y computadoras. Además, los hombres son cuatro a diez veces más proclives a caer en el espectro de autismo que las mujeres. Tal vez no debería sorprender que un estudio de la Oficina de Propiedad Intelectual del Reino Unido encontró que las mujeres “constituyen solo un poco menos que 13 por ciento de las aplicaciones para patentes a nivel global”. Esta discrepancia no puede ser explicada totalmente por discriminaciones en el pasado —la proporción de patentes en manos de ingenieras mujeres, encontró un estudio a nivel de Europa, es un cuarto de la proporción de mujeres ingenieras en la fuerza laboral. En otras palabras, la innovación tecnológica suele ser desproporcionadamente el dominio de hombres un tanto autistas.
El autismo, señaló el psicólogo estadounidense Robert Plomin en su libro de 2018 Blueprint: How DNA Makes Us Who We Are, no es una enfermedad distinta. En cambio, es un largo espectro de anormalidad relacionada con las habilidades sociales, emocionales y de comunicación. Los individuos que sufren de autismo, como señaló el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, podrían
“no señalar objetos para demostrar interés, no mirar los objetos cuando otra persona los señala, tener problemas relacionándose con otros o no tener interés del todo en otras personas, evitar el contacto visual y querer estar solos, tener problemas entendiendo los sentimientos de otras personas o a otros hablando acerca de sus sentimientos…parecen no estar conscientes cuando la gente les habla (pero responden a otros sonidos), están muy interesados en las personas (pero no en saber cómo hablar, jugar, o relacionarse con ellas), repetir o hacer eco de palabras o frases que les han dicho (o repetir palabras o frases en lugar de utilizar lenguaje normal), tiene problemas expresando sus necesidades usando palabras o movimientos típicos, …repetir acciones una y otra vez, …etc.”
Además, los individuos autistas suelen exhibir una particular combinación de las “cinco grandes” características de personalidad. Según un estudio de 2014, Personalidad y Auto-Conocimiento en Individuos con Desorden en el Espectro de Autismo, suelen ser “más neuróticos y menos extrovertidos, menos agradables, concienzudos y abiertos a las experiencias”. El ser desagradables, en particular, parece ser una característica psicológica que conduce a la invención y a la innovación. Las personas desagradables, señaló el escritor Malcolm Gladwell, tradicionalmente no requieren de la aprobación de otros. “Si a usted no le importa un ápice lo que los demás piensan de usted, usted es esencialmente un sociópata”, dijo Gladwell a una audiencia en la ciudad de Nueva York en 2018. “Pero también esta es una pre-condición para hacer cosas que son extraordinarias”, agregó.
El historiador económico de Northwestern University Joel Mokyr señaló en su libro de 1990 The Lever of Riches –que contiene un estudio de la innovación desde la antigüedad clásica hasta las revolución industrial– que “la creatividad tecnológica , como toda creatividad, es un acto de rebelión”. A los inventores e innovadores, en otras palabras, se les debe permitir hacer cosas que a otros no les parece sin ser sujetos al oprobio social. Esto es crucial. La sociedad y la selección natural favorecen el ser agradables y la innovación social. Los inventores y los innovadores, en cambio, son desagradables y favorecen las innovaciones técnicas. Si la presión social, incluyendo las normas, las costumbres, y los códigos en la forma de expresarse, previenen que las personas autistas y desagradables florezcan, la sociedad tenderá hacia el estancamiento tecnológico. De manera inversa, una sociedad que tolera el que algunos sean desagradables (así como también la neurosis y la introversión) promoverá su potencial para la innovación tecnológica.
Las sociedades libres, esto es que son abiertas e inclusivas, tienen un récord relativamente bueno de acomodar a las personas desagradables. Pero, ¿continuará eso? Hay muchas nubes oscuras en el horizonte. Nuestra sociedad parece estar volviéndose menos tolerante la excentricidad, lo cual podría tener profundas consecuencias para el futuro de la innovación. Por si surge de algo, creo que sería un gran error purgar la academia y el sector privado de individuos que tienen patrones de comportamiento raros u opiniones peculiares acerca de temas controversiales como la raza, el feminismo, o la homosexualidad. La humanidad no debería tener que privarse de una cura para el cáncer o de una nueva fuente abundante y confiable de energía porque los investigadores involucrados son, de algunas maneras, objetables. Dicho de otra manera, no deberíamos sacrificar el progreso en el altar de lo agradable.
Finalmente, nótese que tanto el autismo como las características de personalidad parecen ser algo sumamente hereditario. En otras palabras, muchas de las personas que es probable que se vuelvan inventores e innovadores tecnológicos (esto es, las personas que es más probable que tengan las ideas que conducen a la invención e innovación tecnológica) parecen nacer así. Eso ayudaría a explicar por qué la sociedad nunca puede saber de dónde vendrán las ideas nuevas e innovadoras y por qué es tan difícil para los estados actuales diseñar programas con el objetivo de estimularlas. De hecho, históricamente hablando, los estados no han estado muy involucrados en la promoción de la invención y la innovación.
Si algo se puede decir, es que los estados han activamente desalentado la invención y la innovación en el pasado. Tres escritores romanos —Pliny el Viejo, Petronius, y Dio Cassius— registraron anécdotas similares acerca de un hombre que inventó una vasija de vidrio que no se rompía y la llevó al Emperador Tiberio con la esperanza de recibir una recompensa. Tiberio preguntó al inventor si le había contado a cualquier otra persona acerca de esta invención. Cuando el inventor dijo que no, el emperador lo mandó a matar, por miedo a que el vidrio que no se rompiera dejara sin valor a los metales preciosos (con los cuales se hacían las tasas y vasijas). En cambio, el Emperador Vespasiano le dio una gran recompensa a un hombre que había inventado una máquina capaz de cargar pilares pesados, pero temía que la máquina empeoraría el desempleo en Roma, así que decidió no utilizarla.
El récord histórico está lleno de historias similares. Montesquieu criticó a “los molinos por quitarle el trabajo a los trabajadores agrícolas”, escribió Fernand Braudel en su libro de 1979 Civilization and Capitalism. En 1754, el embajador francés ante Holanda pidió “un buen mecánico que pudiera robar el secreto de los distintos molinos y máquinas en Amsterdam que evitan el gasto en el trabajo de muchos hombres”, señaló Braudel, agregando: “Pero, ¿era deseable reducir este gasto? El mecánico no fue enviado”. Y así, sucesivamente.
En contraste con el mundo antiguo, los gobiernos actuales entienden la importancia vital de la innovación. Aún así, no son muy buenos para promoverla. En 2003, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) publicó un estudio titulado “Sources of Economic Growth in OECD Countries”, el cual analizaba los determinantes del crecimiento económico entre 1971 y 1988. El estudio encontró “ninguna relación clara entre las actividades de investigación y desarrollo con fondos estatales y el crecimiento” y sugirió de manera diplomática que “el crecimiento económico a largo plazo y sostenible tiene muchas fuentes y no puede ser totalmente liderado por quienes diseñan las políticas públicas”. No es imposible, escribió Ridley en How Innovation Works,
”que los gobiernos puedan apuntar a, crear y perfeccionar una innovación de gigantesco significado…Las armas nucleares podrían ser un ejemplo, los viajes a la luna otro, aunque difícilmente son ejemplos de algo que tenga valor para los consumidores, y ambos en la práctica se valieron de muchos contractores del sector privado. Es solo que esto no pasa muy a menudo, y que muchas veces más las invenciones y descubrimientos surgen fortuitamente y a través del intercambio de ideas, y son empujados, forzados, moldeados, transformados y traídos a la vida por personas actuando como individuos, empresas, mercados y, si, algunas veces como servidores públicos”.
Podría ser perturbador darse cuenta de que la invención y la innovación, en gran medida, dependen de la suerte —una mutación genética durante la meiosis. Pero esa observación solo fortalece la conexión entre el crecimiento poblacional y los mejores estándares de vida. Las combinaciones genéticas que conducen a nuevas invenciones e innovaciones son mucho más probable que salgan de una población de, digamos, las 7.800 millones de personas que están vivas hoy que de la población de 300 millones de personas que estaban vivas en los tiempos de Cristo o César Augusto.
De manera que para maximizar la invención e innovación, debemos no solo rechazar las restricciones más severas sobre el comportamiento y las expresiones de individuos excéntricos; también debemos combatir el creciente movimiento en contra del crecimiento poblacional, el cual desea restringir las tasas de natalidad y percibe la fertilidad de nuestra especie principalmente como una amenaza al planeta. Pero ese es un tema para otro día.
Este artículo fue publicado originalmente en National Review Online (EE.UU.) el 2 de noviembre de 2020.