Estoy sobre la cancha en el Estadio Olímpico de la UNAM, es la temporada 1971-1972, tengo 10 años y en unos minutos más nacerá la más longeva de mis lealtades. Uso una camiseta dorada con una «U» en el pecho, como parte del equipo infantil de los Pumas. Durante el intermedio teníamos 15 minutos de gloria en el césped sagrado (cuando estás acostumbrado a jugar sobre tierra, cualquier cancha de pasto es un templo) del estadio universitario. Pasé muy cerca de los jugadores profesionales rivales, usaban una camiseta azul con una cruz en el pecho, sin estrellas aún. Esa noche dieron una exhibición magnífica y ganaron a los locales por tres goles a uno. El futbol se me pintó de azul.
Vendrían tres campeonatos de liga en fila. Algunas finales no las vi, las imaginé. Nos habíamos mudado a Cuernavaca y la programación de televisión era limitada. Recuerdo largos minutos escuchando el radio en el vocho de mi padre, transmisiones casi siempre entrecortadas en las que el grito de gol me sacudía, sin que supiera cuál equipo había anotado. Desde entonces sufro los partidos finales de una oncena que, a falta de representación zoológica, Ángel Fernández bautizó como la «Máquina Celeste».
El fondo de este artículo no es el futbol ni mi afición, es sobre el poder de la mente y cómo se gestan las supersticiones, las cábalas y los rituales, tan comunes en culturas como la nuestra que, para explicar lo inexplicable, inventa verbos que definen desgracias. El futbol, como otros escenarios de vida, es un territorio afecto a las cábalas. Carlos Bilardo contrató a un brujo y prohibía a los jugadores comer pollo durante el Mundial, Gustavo Matosas arrojó sal a la cancha, otros se encomiendan a creencias superiores y esconden amuletos entre el uniforme. Nacho Trelles, más pragmático, mandaba al aguador a interrumpir el partido o regaba la cancha en Zacatepec a las 3 de la tarde, creaba un temazcal con el que deshidrataba al rival.
¿Cuál es el mecanismo psicológico de la superstición? El ser humano tiene la capacidad de crear ficciones y proyectar pensamientos a futuro, cuando en su juicio tiene expectativas negativas que quiere evitar, aquello que le ayude a mantener el control de los acontecimientos es bienvenido. Cábala, vocablo hebreo, significa recibir. Clavamos cuchillos en el pasto para ahuyentar la lluvia, hacemos «limpias» esotéricas, colgamos listones a santos y prendemos veladoras a políticos a quienes atribuimos poderes metafísicos. Creer ficciones es parte de nuestra cultura. Cuando un líder exhibe su «detente» conecta con millones de gobernados que comparten la creencia.
Es difícil pronunciar la palabra «cruzazulear» para referirse al momento en que tienes todo para sellar la victoria y terminas perdiendo. Encontré un antídoto para esta creencia. Curiosamente vino de un gran amigo, pensador brillante y aficionado puma, Daniel González, nacido en Hidalgo y cuya familia es (80% de todos ellos, según sus cálculos) azul celeste. Por culpa de Cabinho, que deslumbró su infancia, tiene muy claros sus colores y «no porque presintiera los 23 años fatídicos» que lleva la Máquina sin levantar la copa. Su receta hace sentido: cambiar el significado del verbo «repitiéndolo hasta que quede exorcizado». Así, «cruzazulear podría significar llenar las gradas de aficionados azules» para decir «Cruzazuleamos el estadio». O al ganar un partido hablar de «la cruzazuleamos», «repetirlo en cosas positivas hasta el infinito». A su papá, a sus familiares y amigos desea «que pronto la cruzazuleen en grande».
La lógica de Daniel es la base de algunas terapias psicológicas, sustituir simbólicamente los acontecimientos, y añado: menos creencias metafísicas, mejores decisiones técnicas y entrenamiento mental (esto podría cambiar el destino de una sociedad). Aplica también en la política, cuando un grupo es capaz de hacer notar al electorado que aquello que significaban como benéfico, en realidad les ha traído consecuencias negativas.
Sostengo inquebrantable mi afición, pertrechado en una noche de mi infancia, en el recuerdo de un túnel del estadio de CU y en las palabras de Vaclav Havel: «la esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final».
@eduardo_caccia