Hace unas semanas el encuestador Jorge Buendía publicó un artículo sugerente en El Universal. Apuntaba que si bien la pandemia no afectó mayormente la popularidad y aprobación de López Obrador el año pasado, la evolución en 2021 podía ser diferente. No sé si todas las encuestas arrojan la misma conclusión para 2020, pero creo que el razonamiento de Buendía es válido para este año.
La idea es que la vacuna es un tema mucho más cercano a la gente, mucho más conocido por la gente, y mucho más fácilmente comparable con el resto del mundo que el desempeño del gobierno frente al covid-19 en abstracto. Creo que tiene razón.
Las comparaciones internacionales sobre los diversos índices de combate a la pandemia son contundentes, pero no son siempre fáciles de asimilar. Tan es así, que el gobierno de López Obrador ha mentido sistemáticamente al respecto, sin pagar un precio muy elevado. La vacuna va a ser más compleja, por varias razones, pero sobre todo por dos.
Ilustración: Víctor Solís
Por un lado —y es el menos importante— decenas de miles de mexicanos se comenzaron a trasladar a Estados Unidos desde diciembre para vacunarse. La inmensa mayoría provenían de las clases medias altas, o altas. Unos lo lograron por contar con la doble nacionalidad. Otros, por disponer de un domicilio en algún estado de la Unión americana, sin necesariamente ser residentes permanentes. Algunos, por ser empleados temporales en Estados Unidos, o tener más de 65 años, o padecer de alguna condición de vulnerabilidad. Todos ellos —y son muchos: no nos equivoquemos— vienen de regreso a México y cuentan su historia. Una vacuna confiable; una espera razonable; una segunda cita segura.
Pero la segunda razón es más importante. Decenas de millones de mexicanos tienen familia o amigos en Estados Unidos. De ellos, algunos son naturalizados norteamericanos. Otros son residentes permanentes. Muchos –seis millones– son indocumentados. Todos ellos, en mayor o menor medida —los que carecen de papeles en Nebraska, por ejemplo— se podrán vacunar en las próximas semanas. Sus hijos, padres, hermanos, primos y compadres en México, no.
En un país tan interconectado con Estados Unidos, todos estos últimos van a compartir su experiencia allá con sus familiares y amigos acá. Para ciertos paisanos, será negativa. Para la inmensa mayoría, resultará positiva, sobre todo comparada con la mexicana. Es posible, incluso probable, que los de acá comparen la experiencia de los de allá con la suya. Y se pregunten: ¿Por qué en México no se puede?
De la misma manera en que todos los países —con muy contadas excepciones— manejaron mal la pandemia, la inmensa mayoría –salvo Israel– ha enfrentado mal hasta ahora el reto de la vacunación. México lo ha hecho peor que casi todos los países en lo tocante a la pandemia, y dejando a un lado las mentiras del gobierno, va muy mal en materia de vacunas. Es lógico, aunque evitable.
La diferencia con otros es que 10 % de nuestra población vive en Estados Unidos, y un 25 % tiene familiares allá. La comparación es inevitable, y desventajosa. López Obrador lo sabe, y por eso le teme.