Este lunes ocho de marzo celebraremos el Día Internacional de la Mujer. Unos días después, el 21, conmemoraremos el natalicio de don Benito Juárez, en mi opinión el más grande héroe de la historia de México. ¿Qué tienen que ver ambos acontecimientos que no parecen relacionados?
Una razón: Margarita Maza. Me refiero a la sensacional mujer que acompañó al presidente de origen zapoteco a lo largo de su vida. Su nombre, con toda justicia, se encuentra escrito en letras de oro en la salón de sesiones de la Cámara de Diputados, uno de los mayores honores que cualquier mexicano puede recibir.
Desgraciadamente, pusieron su nombre por las razones equivocadas. El presidente Gustavo Díaz Ordaz fue el que, en diciembre de 1966, envió al Congreso el decreto para inscribir en letras de oro el nombre de doña Margarita Maza. La justificación de dicha iniciativa es inaceptable para los estándares de hoy en día. Estamos hablando de una anacrónica oda a la mujer abnegada. Una estupidez insoportablemente machista. El honor por el sacrificio de la esposa, en este caso del Benemérito de las Américas.
A continuación, cito algunos pensamientos del entonces presidente Díaz Ordaz sobre una gran mujer que tenía sus propios méritos:
“Presento al ilustrado criterio del H. Congreso de la Unión la presente iniciativa por la cual se aspira a exaltar la memoria de doña Margarita Maza de Juárez y de rendir a su acendrado patriotismo parte del justísimo homenaje que le debemos los mexicanos por su callada, activa, inquebrantable y abnegada participación en largos años de prueba para la República, años en que ésta confirmó sus títulos en la Revolución de Ayutla, la Guerra de Reforma y la desigual lucha contra la intervención extranjera y el falso imperio.
“En doña Margarita Maza de Juárez concurrieron las más delicadas prendas de mujer y la más conmovedora consagración a quien la hizo su esposa y con el que compartió, no nada más el dramático destino de un hogar castigado por las tribulaciones familiares, sino, ininterrumpidamente y de principio a fin, la inmensa tarea nacional del Benemérito Benito Juárez.
“No descolló, como otras heroínas de nuestra historia, en acciones que la singularizasen en ninguna área que no fuese la de hacerse gemela, por su humana grandeza y su estoica sencillez, de quien identificó en sí y encarnó la suerte de México en un instante capital de su marcha.
“Cuenta la crónica que su viaje de Veracruz a la capital fue triunfal y que el pueblo la recibió en cada estancia con homenaje de flores. Era la dama de México, encarnación también de México en un grado excelso, y la evocó en su dramático existir vestida siempre de luto, aún en el día en que su patria volvió a ser la que sonó con el Benemérito, libre y soberana.
“Esa fue la mujer a cuya augusta memoria deseo que rindamos homenaje, para que su ejemplo perpetúe las virtudes más entrañables de la mujer mexicana y la retrate en las futuras generaciones. ¡Margarita Maza de Juárez, símbolo de tantas y tantas mujeres —madres, esposas, hermanas, hijas— que supieron cumplir, en grado heroico, sus sagrados deberes para con la patria, más sublimes cuanto más silencioso e ignorado fue su heroísmo!”.
¡Hágame usted el favor! El ridículo pensamiento machista dominante a mediados de los sesentas del siglo pasado en México. Una gran mujer era aquella dama silenciosa que, abnegadamente, seguía los pasos de su marido: la absurda idea que detrás de un gran hombre siempre había una gran mujer.
Para Díaz Ordaz, los méritos de doña Margarita fue haber sido una segundona de don Benito y haber compartido tantas penurias de manera estoica. Peor aún, esto debía ser el ejemplo para las mujeres mexicanas del futuro.
Desde luego que esto suena absolutamente ridículo en nuestras épocas. Yo no tengo la menor duda que doña Margarita Maza merece su nombre en letras de oro en la Cámara de Diputados por méritos propios: como una mujer de vanguardia en el siglo XIX comprometida con los ideales y valores de una República liberal.
Sirva el Día Internacional de la Mujer para recordarla por su propia luz, por su propia grandeza, y no por las boberías que pensaba Díaz Ordaz de ella. Y, por cierto, algunos cavernarios que todavía piensan así en nuestro país.
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