Señor Presidente, usted está enfermo. No me refiero a su afección cardiaca o alguna otra dolencia física. El asunto es mental. Las personas que están a su alrededor no se lo dirán nunca, porque lo utilizan para obtener poder y recursos que jamás habrían conseguido por su propia cuenta. Por eso se lo digo yo.

Su narcicismo le ha hecho pensar que usted es un elegido, con características muy superiores a los demás seres humanos, ya no digamos sólo a los mexicanos. Su sociopatía le hace creer que todo lo que ocurre tiene que ver con usted, y con nadie más, porque en su forma de ver el mundo, nadie más tiene importancia. Sólo así se explica el desprecio que tuvo por las víctimas de Tlahuelilpan, por el medio millón de mexicanos muertos en la pandemia, y por quienes fallecieron este martes pasado en la tragedia de la Línea 12 del Metro. Organizar un evento con timbres postales al otro día indica una falta de empatía que sólo es posible en un sociópata.

Por otra parte, la actitud permanente en contra de las reglas básicas de convivencia en nuestro país, reflejadas en la , y el intento de utilizar toda la fuerza que le da el puesto para acabar con sus adversarios políticos corresponde a una condición generalmente llamada maquiavelismo, aunque el pensador florentino nada tenga que ver con ello.

Esta combinación: narcicismo, maquiavelismo y sociopatía es conocida como la tríada oscura: lo más cercano que hay a la maldad pura. Como usted sabe, porque dudo que haya olvidado los 15 o 16 meses en que trabajamos juntos, no soy especialista en las enfermedades de la mente, ni nada cercano. Es sólo mi preocupación por ver a una persona con quien colaboré convertida en un grave peligro para sí misma, pero sobre todo para los demás. No dudo que un especialista podrá ayudarlo. Busque ayuda pronto, de verdad.

Dentro de un mes, los mexicanos iremos a las urnas. Todo indica que los partidos que lo apoyan tendrán un buen desempeño, pero muy lejano del ocurrido en 2018. También limitados por la aplicación correcta de la Constitución, es de esperar que no obtengan la mayoría calificada en la Cámara de Diputados de la que usted hoy goza. Conociendo su , y las dolencias que percibo que usted sufre, al día siguiente volverá a acusar un fraude inexistente, se victimizará y tratará de torcer la voluntad de los mexicanos. No lo haga.

Lo que usted debe hacer es irse, lo más pronto posible. No está usted calificado para el puesto en que se encuentra. El daño que ya ha hecho al país costará décadas. A diferencia de lo que usted cree, y que sus cercanos celebran, no tiene futuro alguno, ni puede generar la electricidad necesaria para el consumo nacional. Todo el dinero que ha regalado, sin reglas ni orden, no ha sacado a nadie de la pobreza. Por el contrario, hoy tenemos más pobres de los que había cuando usted juró, en vano según la evidencia, cumplir y hacer cumplir la Constitución.

Ya no pasará a la historia como el mejor presidente de , ni como el constructor de una transformación. Podría, sin embargo, ser recordado como quien tuvo el carácter suficiente para reconocer sus afecciones y dolencias. Hasta podría convencer a alguno de haber sido un demócrata embozado cuya única intención era demostrar los límites de la resistencia del país.

Señor Presidente: váyase pronto. Por su bien y por el de México.

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