Es posible que este año experimentemos dos economías, una que transitará un primer semestre todavía de incertidumbre, con vaivenes en los mercados, pero con el inicio de una nueva realidad en la que de la se pasa a la convivencia con el virus, sin los estragos que ha causado hasta ahora en el mundo; y otra que cerrará el 2022 con crecimiento, nuevos nichos industriales y una transformación de muchas cadenas de suministro.

El mundo económico posterior a este tipo de será distinto en más de un sentido y hará que principios que se consideraban inamovibles tengan que modificarse para competir, ampliar beneficios a los accionistas y registrar las cuotas de crecimiento que muchas empresas se han impuesto recuperar después de dos años complicados.

Los grandes consorcios deberán analizar alternativas para obtener sus insumos y pensar bien si llegó el momento de ser autosuficientes en la producción interna de muchos de ellos para evitar los problemas que causó, por ejemplo, la escasez de chips. Podría incluso innovarse en este campo para lanzar componentes nunca vistos que fueran más simples de fabricar, enviar y almacenar, una vez que llegan a su destino.

La tecnología, aplicada a las cadenas de suministro que hoy están dislocadas, puede cambiar la cara del comercio mundial como la conocemos y encontrar soluciones que hicieron falta en esta contingencia, porque durante muchos años no hubo necesidad de contemplar riesgos como el que todavía vivimos.

La creación de vacunas, medicamentos y su accesibilidad a lo largo del planeta es otro de los que no podrán eludirse este año, además de que representan un enorme potencial de crecimiento para la biotecnología, los tratamientos avanzados de enfermedades sorpresivas como la COVID-19 e incluso la investigación genética que nos permita enfrentar en mejores condiciones una siguiente emergencia.

Todo pasa, sin embargo, por la construcción de una economía más equilibrada en la que las diferencias entre naciones no sean tan amplias y el desarrollo no esté solamente ajustado a criterios de conveniencia financiera, ubicación geográfica o capacidad de producción de bienes.

Las economías enfocadas en favorecer la concentración están enfrentando, una a una, problemas sociales serios y cambios obligados de rumbo en los que sus sectores privados están perdiendo conexión y confianza entre las y los ciudadanos.

Apenas hace unos meses estábamos ya alistando el regreso a las oficinas y a otras actividades, preparando las fiestas en un anticipo irreal de que la salida de este difícil periodo se encontraba cerca, cuando la nueva variante metió reversa a esos planes y nos recordó que salir de una pandemia no es automático y en ésta vamos a tener que aprender a convivir con una enfermedad endémica, es decir, que estará entre nosotros para siempre. Muchos sectores solo pudieron reaccionar de la misma manera en que lo hicieron al comienzo de los contagios.

Saber adaptarnos era una de las lecciones más valiosas que se suponía habíamos aprendido en este tiempo. No fue así. Felizmente la variante ómicron no es más dañina que la delta, su antecesora, aunque la velocidad de contagio que tiene ha creado una preocupación auténtica que se sustenta en casos de personas que no habían experimentado la enfermedad hasta ahora.

Varios especialistas que sí han conservado su prestigio auguran que en primavera estaremos en otra etapa y hasta decretan que no habrá una quinta ola. Ojalá sea así, porque entonces el nerviosismo económico hará que el desempeño de la economía mundial tome rumbo y la segunda parte del año sea parecida a lo que conocíamos en el ahora lejano 2019.

El autor es director general de Seguridad Privada de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.

 

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