Creo que nos ha ocurrido a la mayoría, pero hemos descubierto que tener tiempo libre no es lo mismo que tener tiempo en libertad. La diferencia es relevante, mucho más cuando hemos regresado al trabajo y a la educación en casa, de forma muy parecida a cómo nos vimos obligados al inicio de la pandemia.
Adultos, jóvenes y, sobre todo, niñas y niños, han modificado sus rutinas de tal forma que el tiempo en libertad, ese que podría aprovecharse para actividades físicas e intelectuales, se pasa como tiempo libre conectados a teléfonos, consolas de videojuegos y dispositivos móviles.
Eso nos está impidiendo aprovechar las condiciones de confinamiento como en algún momento lo hicimos, cuando empezamos a convivir -y a conocer- a quienes vivían bajo el mismo techo que nosotros. En muchos casos las relaciones con la familia y los amigos se fortalecieron a pesar de la distancia, pero ahora se aprecia que ocupamos el espacio en el que no estamos en línea por cuestiones laborales o de enseñanza, para estarlo en plataformas.
Romper el diálogo en este nuevo periodo de cuidado y de sana distancia, de confinamiento para muchos que se han contagiado en esta ola, lleva sus riesgos y abre brechas de comunicación entre los adultos y los más jóvenes que están a su cargo.
Llegó el momento de establecer horarios, actividades y reducir la exposición a consolas y servicios de juegos. No estaría mal tampoco que los responsables de crianza prediquemos con el ejemplo y también demostremos que sabemos en qué momento es conveniente desconectarse.
Somos una especie que necesita socializar y ahora lo debemos hacer nuevamente vía remota o con mucho cuidado en espacios públicos. Hasta que la ruta de la pandemia no se vuelva una de endemia (que significa que el virus se quedará entre nosotros, pero sin afectarnos de la misma forma) tenemos que generar un equilibrio entre el tiempo libre y el tiempo en libertad, favoreciendo a este último que permite la conexión social por medio de la convivencia en armonía, la actividad física y el desarrollo de hábitos que ayuden a nuestra salud mental.
Si después de la jornada de trabajo nuestro refugio es más tiempo conectados para entretenernos habremos aprendido poco de lo que nos sucedió hace casi dos años y si pensamos que es normal que nuestras niñas y niños ocupen horas jugando en plataformas y consolas después de la escuela, podríamos estar al inicio de un deterioro intelectual y emocional cuyas dimensiones todavía no alcanzamos a ver.
No se trata de darle la espalda a la tecnología (sus herramientas nos han permitido continuar bajo estas condiciones) sino de darle espacio a todo aquello que nos permite interactuar como personas y saber qué nos sucedes, cómo nos sentimos y cuáles son nuestras metas en común para organizarnos y trabajar en ellas.
Tener tiempo en libertad, en el que podemos expresarnos, desarrollar habilidades y nutrir nuestras emociones y conocimientos es un hábito; tener tiempo libre es contar con un espacio que debemos llenar con alguna actividad que nos distraiga y nos entretenga, aunque no nos aporte nada más.
En este lapso de la pandemia, construyamos tiempo en libertad y evitemos que el tiempo libre se vuelva tiempo muerto.