Del 17 de mayo al 10 de junio de 2022, el precio del dólar en términos de pesos se mantuvo por debajo de 20.00, y el 30 de mayo alcanzó un mínimo de 19.50. Esta evolución llevó a algunos analistas a señalar la presunta ‘fortaleza’ del peso e invocar sus causas.
Aun cuando desde el pasado fin de semana el tipo de cambio ha vuelto a subir, vale la pena comentar cuatro fragilidades a las que están sujetos los análisis cambiarios. La primera se relaciona con el carácter relativo de la noción de fortaleza o debilidad de una moneda. Ésta depende de la referencia temporal seleccionada, la cual, si se sustituye, puede fácilmente desaparecer.
Por ejemplo, el tipo de cambio reciente entre 19.50 y 20.00 pesos por dólar luce ‘favorable’ si se compara con el de los 28 días previos, pero no con el observado durante 2019 y el primer bimestre de 2020, cuyos promedios fueron 19.26 y 18.80, respectivamente.
De forma semejante, la evaluación del peso en comparación internacional depende del horizonte de tiempo elegido. Así, entre las principales monedas latinoamericanas, el peso mexicano exhibió el mejor desempeño en 2021, pero fue superado por el peso chileno en 2020, y por el real brasileño, el sol peruano y el peso colombiano en los primeros cinco meses de 2022.
La segunda limitación consiste en el tipo de explicaciones que suelen ofrecerse sobre los movimientos cambiarios. En el periodo cercano, los factores más socorridos de ‘fortaleza’ incluyeron el aumento de las remesas y las exportaciones, el diferencial de tasas de interés de política monetaria entre México y Estados Unidos, la disciplina fiscal y el reducido déficit en cuenta corriente.
La lista de elementos anteriores enfrenta algunos problemas. El más evidente consiste en que la mayoría ha estado presente por mucho tiempo, incluso durante periodos de relativa ‘debilidad’ del peso, como a finales de noviembre de 2021, cuando el tipo de cambio se acercó a 22.00 pesos por dólar.
Además, el énfasis en las remesas y las exportaciones parece ignorar el carácter fungible del dinero, es decir, la equivalencia de valor de un dólar proveniente de turismo o de remesas y exportaciones, por lo que no es posible atribuir el ‘mérito’ de la apreciación cambiaria a un componente específico de ingreso de la balanza de pagos.
En un régimen cambiario flexible, como el que prevalece en México, el tipo de cambio refleja, en última instancia, las demandas relativas de las monedas involucradas, dadas las cantidades disponibles de las mismas. Así, entre más alta es la preferencia relativa por dólares, mayor será la depreciación del peso, y viceversa.
Al respecto, la teoría económica sugiere algunas variables que podrían determinar, de ‘forma estable’, la demanda de dinero. En concreto, entre menor es la actividad económica y mayor la inflación esperada en México respecto a Estados Unidos, la demanda de pesos podría disminuir, lo cual tendería a debilitar al peso.
Una condición de equilibrio que subyace en estas relaciones es que el tipo de cambio tiende a reflejar el diferencial de inflaciones entre los países. La persistente inflación de México por arriba de la de Estados Unidos contribuye a explicar por qué el tipo de cambio se ha multiplicado por un factor de seis durante los más de veintisiete años de régimen cambiario libre.
Los elementos mencionados no esclarecen las fluctuaciones diarias del tipo de cambio, las cuales pueden obedecer a un sinnúmero de factores, tanto externos como internos, clasificados como ‘noticias’.
Una consecuencia de los análisis basados en noticias estriba en que éstas resultan meras conjeturas, cuya influencia, salvo raras excepciones, es difícil comprobar con rigor. Las justificaciones recientes de la pretendida fortaleza del peso no parecen haber estado libres de tales limitaciones.
Una tercera fragilidad consiste en que los análisis cambiarios acostumbran a interpretar la estabilidad y las apreciaciones de corto plazo del peso como una fortaleza del país, al aducir factores internos ‘positivos’ como sus determinantes.
Sin embargo, la naturaleza del tipo de cambio flexible reside en que éste puede subir o bajar libremente. De ahí que ni la volatilidad sea una debilidad del peso, ni la apreciación cambiaria de corto plazo necesariamente refleje un buen desempeño económico nacional. Por ejemplo, las noticias que propician tal evolución podrían ser externas.
Una última limitación radica en la imposibilidad de acertar, salvo por buena suerte, en las predicciones del tipo de cambio. La razón es simple. El número de factores que potencialmente influyen en esa cotización puede variar por segundo y ser indeterminado. Esto no significa que la actividad de pronósticos cambiarios se acabe, sino que, sin remedio, se asemeja más a la magia que a la ciencia económica.
Exsubgobernador del Banco de México y autor de Economía Mexicana para Desencantados (FCE 2006)