¿Crees que el capitalismo es malo? Pues si lo crees, temo decirte que estás equivocado. Capitalismo o libertad de mercado sólo significa que tú eres dueño de tu tiempo y de tu trabajo, de ese capital humano que es tan tuyo y sólo tuyo; y también significa que, además de tu tiempo y tu trabajo, también tus cosas (tu propiedad privada), se la puedes vender o rentar o regalar al que se te dé la gana, sin que el gobierno o algún competidor te obligue a hacerlo o a no hacerlo. El capitalismo es la alternativa a la esclavitud, a que seamos oprimidos por un Estado público o por un amo privado. La libertad de mercado nos hace libres de inventar, de emprender o de trabajar o no trabajar en lo que nos dé la gana, siempre y cuando no obliguemos al otro a punta de pistola a que nos contrate. Por eso el economista Frédéric Bastiat bien decía que, en donde entra el mercado, no entran las balas.
Y si todo lo anterior es correcto, ¿eso significa que los capitalistas son anarquistas (es decir, gente que cree que el Estado no debería de existir o que nunca debería jugar el papel de árbitro al momento en que surgiera alguna controversia entre un vendedor y un comprador o entre un empresario y un empleado)? Para nada. El liberalismo económico sólo puede existir si, de manera simultánea, existe un órgano regulatorio, ya sea público o incluso privado, que se dedique a resolver controversias de ese tipo; en otras palabras, que se encargue de evitar que una persona deshonesta nos venda gato por liebre. Sin embargo, cabe resaltar que ese órgano arbitral que, por supuesto que puede ser el Estado, sólo interviene cuando hay fraudes u otros delitos de esa índole, no antes de que hayan ocurrido, porque la justicia, por lógica y por naturaleza, se hace cuando ya ha sucedido una injusticia y no antes. Claro que el tratar de evitar o prevenir injusticias a punta de pistola a veces es muy bueno (justo por eso los policías están armados: para evitar que los criminales cometan crímenes en contra de un inocente), pero el obsesionarnos con querer hacer “justicia previa”, también puede tornarse en una medida liberticida, que, por poner un ejemplo extremo, me prohíba que maneje mi auto, para evitar que choque. Claro que de ese modo (es decir, no manejando nunca) se va a evitar que provoquemos accidentes automovilísticos, pero, ¿a qué costo? Pues al costo de que se viole nuestra libertad de tránsito, mi libertad de manejar mi carro y tu libertad de que me contrates como tu chofer.
Moraleja: la libertad y el hacernos responsables de nuestras propias y voluntarias acciones, es, sin lugar a dudas, la alternativa más sana y moral que nosotros, como adultos y como sociedad, podemos elegir (en pocas palabras, déjame trabajar de chofer, y si choco por negligencia de mi parte, sométeme a las consecuencias de mi propia negligencia laboral, en vez de tan sólo prohibirme a mí y a todo el resto del pueblo que manejemos nuestros automóviles y/o contratemos choferes)