En un sexenio plagado de errores, tropiezos y ausencias en materia de , da gusto poder señalar un acierto. Hay que aceptar que ha habido un par de posiciones menos absurdas que otras. La idea de López Obrador de buscar un acuerdo con Estados Unidos en materia migratoria, que abarcara tanto la legalización de los mexicanos allá sin papeles, como los flujos futuros con un número mayor de visas, y que se parece como una gota de agua al planteamiento que se hizo durante el sexenio de Fox con George W. Bush, fue correcto. Los votos de en el Consejo de Seguridad sobre la invasión rusa de Ucrania también fueron correctos, aunque desde luego también fueron contradichos y neutralizados por las aberraciones de López Obrador en las mañaneras.

Ilustración: Raquel Moreno
Ilustración: Raquel Moreno

Pero el acierto en esta ocasión consiste en otra cosa: en no cometer un error. Me refiero a que México tuvo toda la razón en no solicitar ni insistir en un posible ingreso al grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), cuyos jefes de Estado o de se acaban de reunir en Johannesburgo. El grupo de los BRICS es un contrasentido en sí mismo. Incluye a dos dictaduras (China y Rusia), una en plena deriva autoritaria (India), y dos democracias amenazadas (Brasil y Sudáfrica). Pero no tiene ninguna coherencia, salvo la que le dio Jim O’Neill de Goldman Sachs hace veinte años, cuando se refirió a economías emergentes cuya población y actividad crecían a ritmos elevados. En ese mismo momento ya no era tan cierto lo que O’Neill afirmaba: la de la India crecía poco, la de Sudáfrica menos; la de Brasil sí, pero muy rápidamente se estancó y entró en recesión; y todavía en ese momento, en efecto, la economía de China crecía a tasas estratosféricas, pero su crecimiento demográfico ya se había detenido.

Hoy, sin embargo, existe una contradicción fundamental dentro de los BRICS, además de la heterogeneidad de sus regímenes políticos. China no es parte del llamado Sur global, de lo cual se jactan los BRICS de ser representantes, ni en el sentido geográfico, ni en el sentido económico. Todo su territorio se encuentra al norte del Ecuador y hasta del Trópico de Cáncer. Sobre todo, no es una economía emergente, no es una economía en desarrollo; tiene el más grande del mundo en PPP, y el segundo en precios corrientes. Es la fábrica del orbe y una potencia militar, tecnológica y financiera sin parangón fuera de Estados Unidos.

Existen muy pocas cosas en común entre la superpotencia china y Sudáfrica, un país que ha vivido agobiado desde Mandela por malos gobernantes, una infraestructura vetusta, una desigualdad abismal y una móndriga expansión económica. Lo único que tienen en común China y la India son el número de sus habitantes y un comercio importante entre ambos, de la misma manera que Brasil sí le vende materias primas a China y nada más. Los BRICS son una construcción imaginaria, primero de un economista de un banco, y ahora de un grupo de demagogos.

Pero, a pesar de ello, varios países buscaron ser invitados a algo que no existe. A menos de que se considere que el banco de los BRICS, con sede en Shanghái y dirigido por Dilma Rousseff —la destituida expresidenta de Brasil— sea una realidad pertinente. Esos países son: Argentina, Egipto, Etiopía, Emiratos Árabes Unidos, Irán y Arabia Saudita. Afortunadamente México decidió no buscar ser incluido en este grupo, en buena medida de impresentables. ¿Por qué? De nuevo, se trata de cuatro dictaduras (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto e Irán), una democracia tambaleante (Etiopía), y una democracia que vive en una permanente crisis económica (Argentina). La heterogeneidad de los BRICS y su falta de convergencia, salvo en la retórica del nuevo sur global, o del viejo Movimiento No Alineado, o de un nuevo e incipiente G77, es algo a lo que México no debe pertenecer. Qué bueno que no fue el caso.

Un último comentario sobre Argentina. No me extraña que Cristina Fernández de Kirchner —la que manda— y Alberto Fernández —el que ya se va— se sientan muy cómodos en un aparente frente nacionalista, antiimperialista, tercermundista y plagado de dictaduras. Esa es la mentalidad peronista. Pero sí me sorprendería que Patricia Bullrich o Javier Milei —dos de los tres posibles candidatos a suceder a Alberto Fernández a fin de año— sean especialmente partidarios de este club variopinto. Me pregunto si cuando los nuevos invitados ingresen formalmente al grupo inexistente, todavía figure entre ellos una Argentina endeudada hasta el copete y necesitada de todo el apoyo norteamericano para seguir recibiendo dinero del Fondo Monetario Internacional.

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