Es un poco prematuro hacer pronósticos para la elección presidencial norteamericana, que tendrá lugar en noviembre del año entrante, es decir, a trece meses de distancia. Pero podemos desde ahora compartir algunas reflexiones preliminares que probablemente se corroboren en los meses que vienen, tanto sobre los candidatos, como sobre los temas centrales de la campaña.

Ilustración: Fabricio Vanden Broeck

Como se ha visto ya claramente, todo indica que será el candidato del Partido Republicano. Cada juicio, cada acusación, cada ataque, sólo lo fortalece entre el universo republicano, que por cierto tiende a estrecharse. Ninguno de sus rivales parece encontrarse en situación de arrebatarle una candidatura que empezará ya a prefigurarse a partir de enero. Existe una remota posibilidad de que alguno de los cinco juicios (tres penales y dos civiles) pendientes pueda dificultarle su paso a la candidatura, pero dada la lentitud de la justicia en , es poco probable que incluso llegue a iniciarse alguno de los juicios antes de las elecciones. En todo caso, es casi imposible que alguno concluya antes. E igual, aunque terminara un juicio, fuera condenado, e incluso cayera en la cárcel, desde ahí podría seguir siendo candidato, como lo fue el socialista Eugene Debs en 1918.

En el caso del Partido Demócrata, es evidente que va a ser el candidato, y lo acompañará en la fórmula la actual vicepresidenta . No habrá cambios relativos a ninguno de los dos. Los riesgos para Biden son evidentes y bien conocidos: su edad, las acusaciones contra su hijo y su absoluto rechazo a mantenerlo a distancia, y una posible recesión el año que entra en Estados Unidos. Ninguno de estos peligros encierra una probabilidad demasiado elevada.

Biden le ganará a Trump por un buen margen, a pesar del empate aparente que sugieren hoy las encuestas. Estas son todavía hipotéticas, y la gente no ha empezado a pensar en serio cómo votará cuando sólo le queden estos dos candidatos en la boleta. A menos de que aparezca un tercer candidato, uno independiente, que pueda arrebatarle votos a Biden. Hay dos en el horizonte: Cornel West, el académico e intelectual público afroamericano, de izquierda, elocuente, brillante, y decidido a lograr figurar en la boleta en el mayor número de estados posible. Y un candidato de centro que pudiera ser el abanderado de un grupo llamado No Labels, opción para la cual se ha mencionado al senador de Virginia Occidental, Joe Manchin. Una tercera o cuarta candidatura de estas estirpes podría cambiar el pronóstico de la elección.

Habrá muchos temas centrales en la elección: como siempre, la economía; en algunos estados, la violencia; asimismo el wokismo, también en algunos estados; y, de particular interés para , la migración y la epidemia de opioides, en particular de fentanilo. El tema migratorio no figura entre las preocupaciones más importantes de los votantes estadunidenses en este momento, pero está siempre presente en las noticias, en los debates y en las páginas editoriales de los periódicos. Es un tema que desde luego involucra a muchos países y muchas facetas, pero México es absolutamente central.

Ya hemos dicho en varias ocasiones que Biden vivió, ya como senador, el marielazo que Fidel Castro le infligió a Jimmy Carter —hoy ya en sus últimos días— en 1980. Lo último que quiere es que López Obrador le despache a una multitud de centroamericanos, haitianos, cubanos, venezolanos o ecuatorianos, que se aparezcan de repente en la frontera sur de Estados Unidos y figuren en todas las pantallas, de todas las televisoras, todo el tiempo. Biden hará lo que tenga que hacer para evitar que esto ocurra, y si para ello tiene que perdonarle todo, absolutamente todo —los rusos en el desfile, el regalado a la dictadura castrista, las violaciones al T-MEC, la nueva majadería de no asistir a su cumbre de APEC en San Francisco, su supuesta neutralidad frente a Ucrania, y todo lo demás— a condición de que López Obrador no haga eso, lo hará. Ni siquiera le pide tanto que detenga el flujo, simplemente que no lo incremente a propósito para no ayudar a Trump. El riesgo es difícil de despreciar: la simpatía de López Obrador por Trump es conocida y evidente.

El segundo tema que obviamente va a involucrar a México en esta campaña norteamericana es el fentanilo. Es probable que en poco tiempo aparezcan las cifras de muertes por sobredosis de opioides en el ejercicio 2023, que concluyó hace unos días, el 30 de septiembre. Probablemente superará el número icónico de 100 000 fallecimientos. La enorme mayoría de estos decesos viene por sobredosis de fentanilo, y la gran parte de esa droga proviene de México, donde los precursores procedentes de China y de la India son mezclados para confeccionar las pastillas mortíferas.

En algunos estados, y en algunas zonas de Estados Unidos, la epidemia es uno de los temas electorales más álgidos. Y la tentación para los de echarle la culpa a Biden por no hacer lo suficiente a propósito de México, para combatir esta plaga, probablemente resulte irresistible. De la misma manera, es posible que el propio Biden se vea obligado, para no revelar mayor debilidad, a tomar algunas medidas más radicales para cuidar ese flanco en su campaña.

No hay mucho que México pueda hacer al respecto, ni en materia migratoria, ni sobre el fentanilo. López Obrador ya conoce bien el camino en materia de migración: maltratar a todos los migrantes, extorsionarlos, violarlos, encarcelarlos, deportarlos, pero sin llegar a eliminar el flujo, que probablemente resulte una tarea imposible. Y, en lo que toca al fentanilo, lo más que le queda por hacer es patalear y creer que la Marina a cargo de los puertos del Pacífico, ahora de repente se vuelva una fuerza de tarea eficiente, íntegra y moderna, capaz de detener el ingreso de productos imposibles de detectar, procedentes de China. Veremos el jueves, con la llegada de una potente delegación de tres de los miembros más importantes del gabinete de Biden, por dónde empiezan a caminar las cosas. Pero esto nos da una idea de cuál puede ser el camino.

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