Las crónicas sobre son devastadoras, como lo fue el huracán Otis. La de antier de Héctor de Mauleón en El Universal termina así: “Queda claro que el huracán fue el principio. Y que, en realidad, el Apocalipsis de Acapulco apenas está comenzando”.

¿Apocalipsis?

¿A cuál de las dos acepciones del Diccionario de la Real Academia Española se refiere nuestro querido colega?

¿Estamos frente al fin del bello puerto o de una situación catastrófica que evoca la imagen de una destrucción total?

Conozco y respeto mucho a De Mauleón. Le creo a pies juntillas. Algo funesto está ocurriendo en Acapulco y sus alrededores. El huracán no sólo ha destruido la ciudad, sino le ha robado su futuro. Un puerto de 800 mil habitantes que, fundamentalmente, vivía del turismo. Bueno, pues esa actividad ha desaparecido y, por tanto, la viabilidad económica de la ciudad.

¿De qué van a vivir ahora los acapulqueños?

Ésa es la pregunta.

En este momento, lo prioritario es restablecer el orden público y los servicios básicos, como la electricidad, el agua, los caminos y las telecomunicaciones. Proveer de alimentos y bebidas para evitar una hambruna. Establecer clínicas y hospitales para atender a los enfermos, incluyendo el suministro gratuito de medicinas. Encontrar a los y enterrar a los muertos.

Esa es la primera fase. Una labor titánica, sin duda, tomando en cuenta los pocos recursos que tiene el Estado mexicano.

Pero, con una buena planeación, puede y debe hacerse. Porque, de lo contrario, se generaría una crisis humanitaria de consecuencias mayores.

Una vez resuelto lo prioritario, que puede tardar varias semanas, viene algo más difícil: la reconstrucción de la ciudad.

Y no sólo me refiero al acto físico de edificar de nuevo viviendas, hoteles, comercios, restaurantes, etcétera. Hay que restaurar la viabilidad económica de este centro urbano. Invertir el capital necesario con el fin de generar la cantidad de empleos que tenían los acapulqueños antes del huracán, ya sean formales o informales.

Escuchaba ayer una entrevista a uno de los directores generales de un grupo turístico presente en la región. Con el afán de apoyar a sus empleados, los dueños le habían autorizado pagar esta quincena y la siguiente. Muy loable tomando en cuenta que la empresa ya no está generando flujo de efectivo.

¿Y después de qué van a vivir los casi dos mil empleados que tenía esta corporación en Acapulco? Estamos hablando de meseros, camaristas, recepcionistas, botones, intendentes, etcétera. Gente que lleva años trabajando en lo mismo y que, previsiblemente, no podrán ejercer la misma labor en varios meses, quizá años.

Si el dinero público y privado comienza a fluir rápidamente, habrá empleos en la construcción, pero no en el turismo. ¿Podrá reconvertirse un mesero en plomero, por poner un ejemplo?

Así entiendo la afirmación apocalíptica de De Mauleón. Estamos viendo el fin o la destrucción, por lo menos temporal, del sustento de Acapulco, es decir, el turismo. Y sin turismo, no hay subsistencia posible para cientos de miles de sus habitantes. O se reinventan para otras actividades o migran a otros lados de la República.

Pero hay una tercera opción: un levantamiento social.

Los guerrerenses, en honor a su gentilicio, no son pacíficos. Tienen una larga tradición de rebeldía frente a las injusticias de la región. Es la tierra de las guerrillas de Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, de la “guerra sucia” de los setenta, del secuestro de un senador-cacique, de múltiples “ajusticiamientos”, de la Normal Isidro Burgos de y del Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).

Irascibles, los guerrerenses no se dejan y sacan el machete.

Ahora, además, se les ha metido el virus del crimen organizado. Además de la presencia de los dos cárteles nacionales (Jalisco Nueva Generación y Sinaloa), en el puerto devastado operan Los Rusos y el Cártel Independiente de Acapulco (CIDA).

Con 66 homicidios dolosos por cada cien mil habitantes, Acapulco es la décima ciudad más violenta del mundo. Sí, del planeta entero. Entre el crimen organizado y la tradición revolucionaria del estado, es un polvorín que podría estallar en cualquier momento. Hay que evitarlo. Y eso pasa por resolver lo prioritario y luego implementar un plan para Acapulco que le permita recuperar su viabilidad económica.

 

X: @leozuckermann

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