Los que pensamos desde hace algún tiempo que García Harfuch sería defenestrado de la candidatura morenista a la partíamos de una premisa sencilla. La decisión sería de López Obrador, no de una encuesta ni de la candidata presidencial de Morena, y se derivaría de un cálculo también sencillo. Si resultaba que el peligro de una postura de brazos caídos de las huestes de Morena en la Ciudad de —cuyo origen se remonta al liderazgo de René Bejarano en el movimiento de damnificados de 1985— superaba el peligro de debilitar a Sheinbaum y contar con una candidata poco atractiva para las clases medias capitalinas, López Obrador optaría por Clara Brugada.

Los que pensamos desde hace más tiempo que Ebrard no sería ni candidato de la oposición, ni candidato independiente, ni candidato de Movimiento Ciudadano, también partíamos de una premisa sencilla. En vista de los riesgos que podría correr al enfrentarse —aun con su venia— a y a Sheinbaum, Ebrard optaría por el fuero y volvería al redil. Ya hizo lo segundo; no tarda en hacer lo primero. Más allá de su y de su carácter, sabe muy bien que Sheinbaum le cobrará algún día su disidencia, y que necesita el fuero de una senaduría para protegerse. Negoció la paz y el indulto con el dueño del circo: López Obrador, el mismo que le entregará su escaño y el de algunos de sus allegados.

Por hacer caso omiso de su destino —me parecía que daba lo mismo— no pensé —y pocos pensaron— que renunciaría a la Corte antes del fin de su período, obviando la necesidad de invocar causas “graves” que lo justifiquen. Si Medina Mora sentó el precedente de la renuncia sin explicación pública, Zaldívar puede hacer lo mismo en cuanto a la gravedad de las causas, ofreciendo una explicación plagada de cinismo: quiere chamba en la 4T. Se la darán o no, lo sabremos dentro de dos años, pero por lo pronto, las consecuencias de su decisión ya aparecieron. La terna para sustituirlo, y la selección del elegido en su seno, se encuentra en manos de López Obrador, no de Sheinbaum o de Xóchitl Gálvez.

Ilustración: Víctor Solís

Así, en menos de una semana, López Obrador le clavó tres cuñas a Sheinbaum: Clara Brugada, en lugar de Harfuch en el segundo cargo electoral del país (el Edomex no da el ancho), Ebrard como líder del Senado, y la nueva ministra de la Suprema Corte. Ya habían sido repartidos otros puestos: el liderazgo de la Cámara de Diputados, y un cargo importante en el gabinete. Todos los análisis según los cuales también intervinieron otros factores o actores —la militancia de Morena, la unidad del partido, la ambición de Zaldívar— o que la serie de golpes no debilitan a Sheinbaum, pueden o no ser ciertos. Aquí me parece interesante destacar una tesis diferente, cuya corroboración comienza a ser cada vez más palmaria.

López Obrador está cercando a Sheinbaum, con personas y puestos, con prioridades de iniciativas de legislación, con programas y obras. No sólo aspira a seguir influyendo, y dispone de la fuerza para hacerlo: lo está haciendo. Nunca me ha gustado la analogía con el Maximato, porque las circunstancias son muy diferentes. Se trata simplemente de una sucesión donde el saliente es más poderoso, ambicioso y desalmado que el sucesor. Todo esto sucede ya, sin esperar al cambio de , o siquiera a las elecciones.

Hay, como siempre en México, muchos escépticos optimistas que aseguran que una vez sentada en la silla, una vez colocada la banda, una vez instalada en Palacio, una vez electa, Sheinbaum logrará deshacerse de su mentor. No lo sé. Lo que sí sabemos, desde ya, es que cada día que pasa se cierra más el cerco alrededor de la candidata de Morena. Las señales son clarísimas, de suerte que no digan después que no se sabía. Sí se supo, o por lo menos, algunos lo supimos y lo advertimos.

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