En un camellón al oriente de , aprovechando los pocos segundos que dura la luz roja del semáforo antes de pasar a verde, Alisson (nombre ficticio para proteger su identidad) vende chocolates. Ella es una niña de 13 años a quien le parece que trabajar de lunes a sábado es normal, pues dos de sus hermanos también lo hacen.

“Me dedico a esto porque me aburro en casa. Así aprendo a trabajar para que, ya de grande, sepa hacer las cosas y no me falte nada”, comparte.

Al igual que ella, 3 millones 700,000 niñas, de cinco a 17 años en realizan (según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI). Esta problemática se ha atendido jurídicamente en el país, pero para impulsar acciones efectivas debemos considerar un enfoque de humanos y revisar el tema desde la interdisciplina, indica Mauricio Padrón Innamorato, del Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM.

“De fondo hay una cuestión estructural. Debemos entender por qué existe, por qué se ha mantenido a lo largo del tiempo y cuáles son las posibles soluciones. Si se sataniza un fenómeno social como éste lo desapareceremos de nuestro imaginario, pero no de la vida real, y esto es mucho más peligroso.”

Definición

Trabajo infantil, explica el universitario, “son aquellas actividades productivas o económicas que interfieren con el desarrollo adecuado de las niñas, niños y adolescentes, y que intervienen con su educación obligatoria. Quienes lo estudiamos lo dividimos en: ligero, peligroso, forzado y doméstico en condiciones no adecuadas. Las diferencias se relacionan con la edad y con el tipo de actividad”.

El trabajo ligero se realiza en una edad no permitida e implica actividades que no necesariamente son una amenaza, como ayudar en algún comercio. El peligroso se relaciona con ocupaciones en sí mismas riesgosas para el bienestar de las niñeces, como la minería o lo agropecuario. El forzado refiere a algún tipo de esclavitud, trabajo sexual comercial o trata. El doméstico en condiciones no adecuadas tiene que ver con la cantidad de horas dedicadas a las labores en el hogar.

La 2022 del INEGI muestra que de los 3 millones 700,000 infantes que trabajaban, 2.1 millones efectuaron alguna ocupación no permitida (de este total, el 92.5 % llevó a cabo actividades de carácter peligroso), mientras que 1.9 millones se dedicaron a quehaceres domésticos en condiciones no adecuadas.

En las áreas más urbanizadas, la tasa de trabajo infantil fue de 8.4 % y en las menos urbanizadas fue de 16.4 %. La entidad federativa con la tasa más alta, el 24.5 %, fue Guerrero, y la menor, con el 4 %, Ciudad de México.

Al respecto, el investigador plantea que hay múltiples factores causales que pueden englobarse en dos categorías: condiciones económicas y culturales. “La primera se da en los hogares más pobres o que en algún momento necesitaron apoyo para compensar la pérdida de ingresos, como pasó en la pandemia. La segunda se configura a partir de la idea de que los niños deben trabajar y aprender un oficio para cuando crezcan”.

Pensar que las niñeces están a las órdenes de sus padres y madres, quienes los preparan y educan para su futuro laboral, sigue permeando en términos culturales y sociales y es crucial para que este fenómeno social se siga reproduciendo en México.

En qué condiciones

Alisson cursa el primer año de secundaria y una vez a la semana disfruta de su pasatiempo, jugar futbol; el resto del día estudia o trabaja. “Gano de 100 a 200 pesos como máximo diario y los utilizo para comprarme cosas que necesito en la escuela o en lo que se me antoje”.

Las cifras de la ENTI muestran que del total de niñeces que trabajan, el 70 % asiste a la escuela. A pesar de que la mayoría continúa con sus actividades académicas debemos preguntar en qué condiciones.

“Una cosa es ir a la escuela y otra que estén atentos, que tengan energía para atender las clases y, además, contar con el tiempo para hacer tarea, descansar y jugar. Ahí todo se complejiza. No es sólo si trabaja o no, sino cómo esto interfiere con otras actividades que implican un desarrollo adecuado a nivel emocional, psicológico y de salud.”

Sosteniendo una caja con los chocolates que no le compraron, Alisson cuenta que de grande quiere ser enfermera y luego detalla las actividades que realiza en la semana: “Voy a la escuela de siete de la mañana a dos de la tarde y luego vengo a vender chocolates (y a veces cacahuates) de tres a ocho. Cuando regreso de clases hago mis tareas y, si no, hasta la noche. A veces juego con mis amigos los martes o los domingos”.

Por ley, los menores de 15 años tienen prohibido trabajar, pues ello vulnera muchos de sus derechos, incluido el de la educación. “Los datos muestran que un gran porcentaje de las infancias que trabajan abandonan sus estudios o sufren retraso escolar. Hay otros aspectos no tan visibles y que también se afectan, como el derecho al descanso y a la recreación, fundamentales para desarrollarse en buenas condiciones”.

Para atender esta problemática, México ha avanzado por buen camino en términos jurídicos con la ratificación del Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre la edad mínima de admisión al empleo, por lo que se aumentó la edad prohibida de los 14 a los 15. Además, se han hecho revisiones a la , en la que está reglamentado el trabajo infantil y la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, en la que se retoma el tema.

Sin embargo, “el país tiene un problema al identificar dichas situaciones. Faltan mecanismos de inspección y de sanción cuando esas actividades ocurran. Ahí no se ha avanzado casi nada”, refiere el especialista.

Distintas dimensiones

Como cualquier otro fenómeno social complejo, el trabajo infantil debe tratarse desde distintas dimensiones, por lo que es importante la inter y multidisciplina.

“Hay que crear conciencia sobre sus consecuencias y prevenir. Es preciso diseñar políticas públicas para mantener a las niñeces en la escuela y crear programas específicos y focalizados como becas o apoyos para que las familias no necesiten mandarlas a trabajar. Además, debemos crear mecanismos institucionales para vigilar y sancionar.”

A decir del académico, es preciso abordar esta problemática desde un enfoque de derechos humanos, es decir, tomar en cuenta que las niñas, niños y adolescentes son sujetos de derecho y que el Estado debe ser el garante de que esto se cumpla y no se vulnere.

Uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, el 8.7, plantea “adoptar medidas inmediatas y eficaces para erradicar el trabajo forzoso, poner fin a las formas contemporáneas de esclavitud y trata de personas, asegurar la prohibición y eliminación de las peores condiciones de trabajo infantil, incluidos el reclutamiento y utilización de niños soldados, y acabar con el trabajo infantil en todas sus formas para 2025.”

No obstante, el informe Trabajo infantil: Estimaciones mundiales 2020, tendencias y el camino a seguir, de la OIT y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, advirtió que desde 2016 el progreso mundial para poner fin a esta situación se había estancado y que parece poco probable poder eliminar dicha problemática para 2025, pues alcanzar ese objetivo requeriría que el progreso mundial sea 18 veces más rápido que el observado en las dos últimas décadas.

Por ello, el investigador remarca la importancia de abordar el tema y, sobre todo, de mostrar sus consecuencias en la vida de millones de niños, niñas y adolescentes. “Al llegar a la edad adulta, quienes se han visto orillados a trabajar desde temprana edad difícilmente encontrarán una mejor ocupación que la realizada en la niñez. No es cierto que dicha actividad los preparará para cuando sean grandes o les dará mejores oportunidades, porque al favorecer que tengan una baja escolaridad, se les dificultará desarrollar habilidades para encontrar trabajos que no sean de tipo manual, de comercio o de servicio”.

Además, es muy probable que presenten afectaciones en términos de salud física mental. “No es un chiste que un niño trabaje. A largo plazo eso cobra facturas muy caras”.

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