No se si prenda el activismo estudiantil propalestino en , aunque existen algunos indicios de que pueda surgir y extenderse. Tampoco ha cundido en la mayoría de los países de Europa ni de América Latina, en parte porque los gobiernos de esta última región son propalestinos y los no acostumbran apoyar a sus gobernantes, por muy de izquierda que sean. Lula, Boric y sobre todo Petro, son fuertes partidarios de un cese al fuego en Gaza, de la creación de un Estado palestino, e incluso de definir a las fuerzas armadas de como genocidas. Sus de izquierda concuerdan.

Pero en Francia y en el rechazo universitario a las posturas de Biden y de Netanyahu se ha generalizado. Va dando lugar a complejos sobre Medio Oriente, sobre el antisemitismo, sobre la injerencia gubernamental en las universidades, y sobre el uso de cuerpos policíacos para desalojar inmuebles, aulas, laboratorios, accesos y predios pertenecientes a escuelas privadas o públicas.

Una parte de la discusión versa efectivamente sobre el conflicto en Gaza, desatado por el ataque artero de Hamas a la población civil israelí, y ahora prolongado, si no es que perpetuado, por las sangrientas e injustificadas —por desproporcionadas e indiscriminadas— acciones del de Jerusalén. Pero otra parte del debate se origina en definiciones de la libertad de expresión, del discurso del odio, de la libertad de protesta y de la conveniencia .

A diferencia de la situación en París, sobre todo en la universidad donde doy clases —Sciences Po, como todo el mundo le dice—, en Estados Unidos la creciente movilización estudiantil se produce en plena campaña presidencial, seis meses antes de una de las elecciones más trascendentes de su moderna. La causa para un estudiante latino de la UCLA, o afroamericano de Columbia ¿realmente le importa más que la reelección de Trump? Si las manifestaciones de ahora se trasladan a Chicago en agosto, donde se celebrará la convención del Partido Demócrata que postulará a Biden, y se generan imágenes en la televisión como las de 1968 en la misma ciudad, durante la misma convención, pueden entregarle la presidencia a Trump.

El tema de la libertad de debate, de expresión y de indignación es sacrosanto en cualquier universidad que se respeta. Pero el discurso del odio —prohibido en muchos países europeos, permitido pero circunscrito en Estados Unidos— provoca grandes contradicciones. Hoy en las universidades estadunidenses se enfrentan dos posiciones distintas, y ambas pretenden limitar la libertad de cátedra y de manifestación. La derecha y buena parte de lo que queda de la izquierda judía sostienen que una serie de expresiones lindan en el antisemitismo, o de plano transgreden los límites de los aceptable. La izquierda “woke”, sin embargo, ha generado la cultura de la cancelación, tendiente a desterrar de las aulas posturas misóginas, homofóbicas, racistas y antitrans. Ambos bandos tienen algo de razón, pero sus posiciones son en los hechos incompatibles.

Por último, el conflicto en sí mismo. “Del río hasta el mar, Palestina será libre” puede verse como una consigna que sugiere la desaparición del Estado de Israel, o como un llamado a la existencia de un solo Estado, donde convivan —quien sabe cómo— judíos y palestinos con derechos iguales. Pero un sólo Estado, probablemente la solución más equitativa al dilema de siglos, equivale casi sin duda al fin de un Estado judío y democrático, es decir, del Israel que existe, para los judíos y los árabes de Israel, desde 1947. Es poco probable que lo que hoy se llama Occidente llegue a aceptarlo.

Podríamos seguir. ¡Qué bueno que estos problemas endemoniados se discutan y se zanjen en las universidades! Pero qué reto para jóvenes de 18 a 22 años, o un poco mayores, tener en sus manos semejante responsabilidad.

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